Viendo el suplicio que era para ellos avanzar, porque el viento les era contrario...
Jesús, en la oscuridad, los ve a distancia; nuevo dato históricamente inverosímil que subraya el sentido figurado de la narración. Jesús deja que pase la mayor parte de la noche; quiere que experimenten ellos mismos su propia dificultad para cumplir su orden, dificultad que es prueba de la falta de sintonía con su mensaje.
El término <<suplicio>> ha aparecido en 5,7, a propósito del endemoniado geraseno; aquel individuo interpretaba la expulsión del espíritu de violencia que lo poseía como la voluntad de Jesús de someterlo de nuevo al suplicio de la esclavitud (cf. 5,7 Lect.). Los discípulos, por su parte, que se resisten a abandonar su espíritu nacionalista, sienten como un suplicio cumplir la orden de Jesús, contraria a la ideología que los domina.
Avanzar remando hacia Betsaida significa dirigirse a territorio pagano. El obstáculo para ello es doble: uno personal, la resistencia interior de los discípulos, a los que Jesús ha tenido que obligar a dirigirse allí (6,45); otro externo, el viento; pero los dos obstáculos se reducen a uno. En paralelo con lo narrado en la primera travesía (4,37), el viento es figura del mal espíritu que anima a los discípulos; de hecho, lo que les impide avanzar es su misma resistencia interior a la orden recibida: no quieren salir del territorio de Israel. En el éxodo, el viento de Dios, que también soplaba durante la noche (cf. Éx 14,21; 15,8), favorecía el paso del mar (Éx 14,21); aquí, el viento es contrario a Dios, porque impide atravesar el mar y realizar el éxodo liberador.
El gran lapso de tiempo que Mc hace meditar entre la notación inicial (<<caída la tarde>>), cuando la barca ya estaba en medio del mar (v. 47), y el momento en que Jesús se acerca a ellos (<<el último cuarto de la noche>>, entre las tres y las seis de la mañana), en el que la barca seguía inmóvil, pone de relieve la fuerza del viento, es decir, la resistencia obstinada de los discípulos a alejarse del territorio judío, donde, apoyados por la multitud, pensaban ellos que se ofrecía la posibilidad de comenzar la restauración de Israel. Los que debían seguir a Jesús (1,17) quieren en realidad que Jesús los siga a ellos. No avanzan porque su actitud les impide la apertura a los demás pueblos, porque no rompen con el exclusivismo judío.
En la primera travesía, el torbellino de viento desató un oleaje que amenazaba con destruir al grupo, haciendo naufragar la barca (cf. 4,38); el oleaje representaba la ira del paganismo ante la pretensión de superioridad judía; en este caso, en cambio, no hay oleaje, no hay peligro para la vida, solamente la resistencia al plan señalado por Jesús.
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