Una mujer que había oído hablar de él y cuya hijita tenía un espíritu inmundo, llegó en seguida y se echó a sus pies.
Para exponer el diagnóstico que hace Jesús, usa Mc un artificio literario: introduce la figura de una mujer que acude a Jesús; el diálogo entre los dos personajes hará ver la injusticia estructural que vicia la sociedad pagana.
Esta mujer, como antes la mujer con flujos (cf. 5,27), ha oído hablar de Jesús. De hecho, Jesús no era un desconocido para muchos habitantes de las comarcas de Tiro y Sidón, pues habían acudido a él en gran número después de su ruptura con la sinagoga (cf. 3,8), esperando que se erigiera en líder político. Éstos son testigos de que Jesús acoge lo mismo a paganos que a Judíos (cf. 3,7b-8), e decir, que no tiene en cuenta la distinción de pueblos, razas o religiones. Muchos otros, sin duda, como la mujer, lo conocían de oídas. Ella sabe así que no será rechazada.
Antes de que habla la mujer, el evangelista menciona lo que a ella le preocupa: <<su hijita>> tiene un espíritu inmundo. Como esta descripción pertenece al narrador, no a la mujer, el diminutivo <<hijita>> no tiene connotación de ternura, sino simplemente de minoría de edad. El personaje infantil aparece aquí, por tanto, como dependiente (su hijita), pasiva, a la que no se le reconoce responsabilidad. El problema de la mujer es que <<su hijita>> no se encuentra en paz, sino poseída de un espíritu de odio y violencia destructora (<<espíritu inmundo>>).
La mujer se echa a los pies de Jesús, mostrando su angustia e impotencia y la gravedad y urgencia de su necesidad. Con su gesto reconoce la superioridad de él. El texto está en paralelo con otros dos: con la reacción de los espíritus inmundos que acudieron a Jesús (3,11) y con la de Jairo (5,22): el primero sugiere que la mujer, como aquéllos, no comprende la misión de Jesús; el segundo, que su angustia es semejante a la del jefe de sinagoga; también ella está preocupada por la suerte de su <<hijita>>, pues el espíritu que posee a ésta la lleva a la destrucción.
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