Él le dijo: <<Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselos a los perrillos>>.
La respuesta de Jesús a la mujer sorprende por el aparente desprecio que implica. Aunque en el lenguaje rabínico puedan encontrarse expresiones referentes a la fidelidad fidelidad del perro, en general se considera a este animal <<la más insolente y despreciable de todas las criaturas>>. El diminutivo <<perrillo>> (gr. kynarion) se aplicaba a los perros domésticos, por oposición al perro vagabundo o callejero, pero era siempre peyorativo. El reproche de Jesús expresa el sentido de superioridad propio de los judíos y el desprecio que éstos sentían hacia los paganos.
Las palabras de Jesús, sin embargo, aunque establecen una posterioridad (<<primero>>), no cierran el horizonte; podría llegar un momento en que también <<los perrillos>> coman el pan. Como es sabido, <<el pan>> era una metáfora para designar la Torá o ley mosaica, cuya posesión era lo que, en la mentalidad judía, hacía superior a Israel frente a los paganos. Aquí, sin embargo, designa el mensaje y actividad de Jesús, con alusión al anterior episodio de los panes (6,37ss). La alusión se descubre no sólo por la mención del pan, sino también por uso del verbo <<saciarse>> (6,42). Bajo la figura del pan, Jesús habla, por tanto, de su mensaje y del éxodo liberador, expuesto en aquel episodio.
Jesús no invoca la voluntad divina para justificar su dicho lo hace con unas palabras que recuerdan el lenguaje de <<la buena sociedad>>: <<no está bien>>, es decir, eso que propones contradice lo que esa sociedad juzga conveniente o adecuado. El dicho es así irónico: <<no está bien>> para Jesús quebrantar el principio que los judíos practican, como no lo estaría que ella quebrantase el de la buena sociedad pagana: nada para los perros, todo para los privilegiados. Ella cree en el derecho ilimitado de <<los hijos>> (la élite) y en que no están obligados a compartir. Con ironía, Jesús le dice que no pretenda que otros hagan lo que, en su sociedad, no estaría bien visto.
El pan de que habla Jesús tiene una dignidad particular, es <<el pan de los hijos>>; los otros (<<los perrillos>>) son indignos de él; el verbo <<echar>> es despectivo. No se puede privar a los hijos de lo que es suyo o les corresponde a ellos por derecho. <<El pan de los hijos>> no sólo supone la prioridad de los hijos, sino al mismo tiempo la indignidad de los perros.
<<Los hijos>> y <<los perrillos>>, por los artículos, se presentan como dos grupos conocidos; nadie duda de su identidad; designan a los judíos y a los paganos respectivamente. Es como si Jesús dijera a la mujer pagana que espere a que su programa se realice totalmente en Israel.
Si Jesús hace uso de la ironía es para provocar una reacción; sus palabras son un desafío que pone a prueba a la mujer para ver cómo responde. Él ha usado antes el apelativo <<hijo>> con el paralítico, figura de los paganos (2,5); el dicho, pues, no refleja su pensamiento, pero habla como si hiciera suya la superioridad y el desprecio propio de los judíos. Que se sacien los hijos es lo prioritario (<<deja primero>>); mientras los hijos no digan basta, no hay lugar para los perros. Irónicamente, Jesús, con su dicho, se hace cómplice de la mujer, es decir aprueba tanto la praxis judía como la de los dirigentes paganos. De este modo quiere hacerle ver la monstruosidad de su conducta.
Hay así dos planos en la frase de Jesús: el obvio, que expresa el desprecio de los judíos por los paganos; el profundo, que señala el desprecio y la discriminación que practican los dirigentes paganos hacia la clase baja. Si los judíos, que se consideran privilegiados como pueblo, llaman perros a los paganos, ella, representante de la clase social privilegiada, trata a su vez como perros a los oprimidos que dependen de ella.
Las palabras de Jesús implican pues, que la superioridad y exclusivismo con que los judíos se presentan ante los paganos y que tanto molestan a éstos tiene su paralelo en lo que hacen los paganos mismos dentro de su sociedad: ambos proceden como si hubiera dos especies de seres humanos, la de los privilegiados y la de los despreciables.
De hecho, en la praxis de la sociedad pagana, los privilegiados, <<los hijos>>, tienen derecho al pan en la medida que quieran, sin límite, hasta que no necesiten más. El dicho de Jesús no habla de <<comer>>, sino de <<saciarse>>, verbo que deja a un lado toda solidaridad, todo compartir. Ya se verá lo que se hace con <<los perrillos>>, los que carecen de privilegios y no pueden reclamar derecho alguno. La frase de Jesús: <<deja que primero se sacien los hijos>> (cf 6,42), indicaría a la mujer que su petición es inoportuna, remitiendo la cuestión para el futuro.
Con su ironía, Jesús quiere hacer comprender a la mujer que es ella la responsable de la situación: el espíritu inmundo o demonio que posee a los oprimidos es consecuencia de la actitud de los dirigentes. Si éstos quieren que la situación cambie, tienen que rectificar, creando condiciones elementales de convivencia y aceptando para todos al menos un mínimo de igualdad, dignidad y derechos humanos.
Mc se vale, pues, de este artificio literario, el diálogo entre la sirofenicia y Jesús, para poner en evidencia el conflicto que envenena en la sociedad pagana, consecuencia de la injusticia estructural que existe en ella, y señalar quiénes son sus responsables. Es la brutal desigualdad que llega hasta negar a los oprimidos la calidad de persona, la que genera unas relaciones sociales dominadas por el odio, la agitación y la violencia.
En el mundo judío, Jesús ha detectado como la mayor injusticia la discriminación religiosa; en el mundo pagano, la discriminación social.
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