Dejó el territorio de Tiro y, pasando por Sidón, llegó de nuevo al mar de Galilea por mitad del territorio de la Decápolis.
Termina a labor en Tiro: ahora, a través de territorio pagano, llega Jesús a la Decápolis, a la orilla oriental del lago, predominantemente pagana, donde el geraseno ha proclamado el mensaje liberador (5,20).
<<Pasando por Sidón>>, por la costa, al norte de Tiro; la mención de Tiro trae casi inevitablemente a la memoria el nombre de Sidón (cf. Is 23; Jn 47,4; Jl 3,4-8; Zac 9,2). El itinerario que Mc describe es inverosímil, por el gran rodeo que obliga a hacer a Jesús hasta llegar al lago, pero sirve para indicar que la situación es la misma en toda Fenicia, de la que cita las dos capitales: también a Sidón se aplica la denuncia hecha en Tiro; por eso Jesús, aunque es conocido allí (3,8) no se detiene. Es más, la innecesaria mención de Sidón muestra que Mc no pretendía tratar de la situación particular en Tiro, sino mostrar que la injusticia allí vigente era propia de todo el mundo pagano.
Jesús llega de nuevo al mar de Galilea, vía de comunicación entre los territorios judío y pagano; pero no sale del territorio pagano, pasa <<por mitad>> de la Decápolis: toda la región, en la que el geraseno proclamó el mensaje de liberación (5,20), tiene acceso a Jesús.
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El diagnóstico que hace Jesús del mal que aqueja a la sociedad pagana es, pues, el siguiente:
Existe una desigualdad social extrema que divide a esa sociedad en dos estamentos: el de los privilegiados cultural y económicamente, que constituyen la clase dominante, y el de los desposeídos de todo derecho, la clase oprimida. En efecto, la desigualdad es tal que los privilegiados no reconocen siquiera los derechos elementales de los sometidos; éstos carecen de toda seguridad y libertad y, en consecuencia, se hace imposible su desarrollo humano. Es más, dado el prolongado sometimiento, es tan grande su falta de desarrollo personal, que son incapaces de tomar iniciativa alguna que los lleve a salir de su condición o, al menos, a mejorarla. Existe, en consecuencia una tensión social muy fuerte: los oprimidos manifiestan agriamente su enorme descontento, incluso su odio contra los opresores, aunque no logran más que autodestruirse.
Para Jesús, la responsable de la situación es la clase dominante. Si quiere ponerle remedio, sería necesario ante todo que estableciese un mínimo de igualdad reconociendo a los oprimidos el derecho a la vida ya los bienes indispensables para asegurarla. La agitación de los oprimidos se calmaría y, a partir de ahí, podría comenzar el desarrollo personal de esos seres humanos. Sin embargo, para Jesús eso no basta: los dirigentes deberían llegar a entender que los oprimidos son sus semejantes y que merecen un trato de igualdad plena, gozando de sus mismos derechos.
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