Jesús le contestó: <<¿Por qué me llamas insigne a mí? Insigne como Dios, ninguno. Los mandamientos, los conoces: no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre>>.
Jesús responde al hombre que no es necesario consultarle a él, pues en esta cuestión los judíos han tenido el mejor de los maestros, Dios. Es inútil buscar otros cuando Dios mismo ha enseñado el modo de obtener la vida futura. Por tanto, toda dependencia de los letrados es innecesaria; sus interpretaciones sólo engendran confusión, y la inacabable lista de observancias fariseas carece de utilidad para obtener esa vida. La enseñanza de Dios es clara y no necesita de intérpretes ni de añadiduras humanas.
En el Decálogo propuso Dios el modo de obtener la vida definitiva, de superar la muerte. Pero hay que notar los cambios que hace Jesús: de los diez mandamientos, omite los tres primeros, los que se refieren a Dios, característicos de Israel, que fundaban su diferencia y privilegio respecto a los demás pueblos; recuerda al hombre solamente varios mandamientos éticos. En la enumeración que hace Jesús no hay un solo elemento religioso ni se menciona el nombre de Dios: expone un código de conducta común a la humanidad entera, cifrado en el respeto y la honradez con los demás; muestra así que lo que lleva a la vida a cualquier ser humano es portarse bien con el prójimo, igualando a los judíos con los demás hombres. La única preocupación de Dios es el bien de la humanidad, y él enunció en esos mandamientos los principios elementales que garantizan la convivencia básica entre los seres humanos.
En sustitución del noveno y décimo mandamientos: <<no desearás, etc.>> (cf. Éx 20,17), Jesús inserta uno que no está en las tablas de la Ley: <<no defraudes>>, es decir, no prives a otro de lo que se le debe. Esta inserción es apropiada al tipo de persona que le pregunta, un rico; habría sido incongruente proponer este mandamiento a un pobre.
El último lugar, invirtiendo el orden del Decálogo, menciona el cuarto mandamiento (<<sustenta a tu padre y a tu madre>>). El cambio de orden muestra que el vínculo con la humanidad tiene más valor que el vínculo familiar. La actitud hacia los padres es un caso particular de la actitud ante los hombres; la segunda abarca a la primera. Insinúa con ello Jesús que ciertas obligaciones familiares no pueden servir de pretexto para eximirse de la obligación hacia la humanidad en general. El primer motivo de la conducta justa no son, por tanto, los vínculos de sangre, sino la pertenencia común al género humano.
Las condiciones mínimas para obtener la vida definitiva se resumen, pues, en un comportamiento que no haga daño al prójimo, en evitar la injusticia personal aun dentro de una sociedad injusta; las convicciones religiosas no son decisivas. Por eso, el código ético que propone Jesús no es específicamente judío, sino universal, válido para todo ser humano en toda cultura.
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