Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.
Introducido con una llamada de atención (Mirad), Jesús dirige a los Doce este tercer y definitivo anuncio de su pasión, que completa y desarrolla los dos anteriores (8,31; 9,31). Solamente en esta predicción se nombra a Jerusalén, se señala una doble entrega de Jesús (a las autoridades judías y a los paganos), se habla de su condena a muerte y se consignan los ultrajes y la violencia física que va a padecer antes de ella.
El hecho de que este anuncio vaya dirigido sólo a los Doce (v. 32b) indica que el otro grupo de seguidores que también acompaña a Jesús en la subida a Jerusalén (v. 32a: los que seguían) no comparte las expectativas triunfalistas de ellos. Sus miembros no proceden del judaísmo oficial ni profesan sus ideales. Son los que han renunciado a la ambición de poder y han hecho suya la propuesta de Jesús de ser "último de todos y servidor de todos" (9,35).
Contrasta el plural inicial estamos subiendo, que asocia a Jesús al grupo de los Doce, que sube con él, con el destino que aguarda al Hijo del hombre. Se insinúa así que los Doce/los discípulos no van a correr en la capital la misma suerte que Jesús; es decir, que no van a ser capaces de seguirlo hasta el final.
Como en las predicciones anteriores (8,31; 9,31), también en ésta Jesús se autodesigna "el Hijo del hombre", pero esta denominación no tiene, como en aquéllas, valor inclusivo (Lect.); aquí se refiere sólo a Jesús, como él mismo lo afirma expresamente (10,32b: se puso a decirles lo que iba a sucederle) y lo confirman los minuciosos detalles sobre la Pasión que se incluyen en este dicho. Se explica así que Mc no considere este anuncio como una enseñanza, sino como una afirmación.
Jesús describe con detalle lo que va a sucederle. Señala, en primer lugar, que va a ser entregado a las autoridades judías (a los sumos sacerdotes y a los letrados). No especifica quien lo va a entregar, pero el lector de Mc ya conoce su identidad: Judas Iscariote (3,19).
En la primera predicción (8,31) se hablaba de que Jesús iba a ser rechazado por los tres grupos que componían el Sanedrín: los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados. En ésta, en cambio, entre los que condenan a muerte a Jesús no se menciona a "los senadores", representantes de la aristocracia laica de Jerusalén y detentadores del poder económico. Aunque parecen ser los principales instigadores de la hostilidad hacia Jesús (3n 8,31 se les nombra en cabeza), su omisión aquí posiblemente se deba a que Mc los considera el poder en la sombra. Cuando se trata de actuar directamente contra Jesús, lo hacen por medio de los otros dos grupos del Sanedrín: los sumos sacerdotes, máximos responsables del templo y del culto que se celebra en él, y los letrados, celosos intérpretes y custodios de la Ley de Moisés y modelo de observancia. Son los exponentes de las dos realidades que constituyen el orgullo del pueblo judío, el templo y la Ley, quienes van a condenar a muerte al Mesías de Dios. Se perfila así el fracaso de la antigua alianza.
El término "condenarán" es nuevo respecto a los otros anuncios de la Pasión. Jesús afirma que las autoridades judías no se desembarazarán de él de cualquier forma; habrá un proceso judicial y en él se determinarán claramente las responsabilidades.
Ni el sistema religioso judío ni el legal toleran la figura del Hombre pleno (el Hijo del hombre); no soportan su libertad, su rechazo de toda discriminación social y religiosa, su superación de la Ley, su universalismo, su tarea emancipadora con el pueblo. El mensaje y la actividad de Jesús encuentran en los dirigentes judíos, deseosos de conservar sus privilegios y su dominio sobre el pueblo, una oposición total, que desembocará en su condena a muerte.
La mención de Jerusalén y del papel que van a desempeñar las autoridades judías mira directamente al nuevo Israel (= los Doce). Éste no puede ya sentirse atraído por el centro del judaísmo (Jerusalén), en donde Jesús va a encontrar la muerte; ni vinculado al templo, regido por la jerarquía sacerdotal (los sumos sacerdotes), enemiga de Jesús; ni tampoco a la Ley, en manos de intérpretes deshumanizados y rigoristas que han hecho de ella un absoluto (los letrados). Ante los acontecimientos que anuncia, Jesús espera que los Doce abandonen definitivamente sus ideales triunfalistas y rompan con una institución religiosa y legal que es capaz de llegar al asesinato para defender sus intereses, en contra de toda justicia. Los Doce deberían desligarse de un sistema que, al condenar a Jesús, va a hacer patente su traición a Dios.
Pero, además de anunciar que va a ser condenado a muerte por los dirigentes judíos, Jesús predice que éstos, a su vez, lo entregarán a los paganos, último vilipendio para un judío, quienes, después de escarnecerlo y flagelarlo, lo ejecutarán. Mc señala, por tanto, que los paganos actuarán por instigación de las autoridades judías.
En la predicción anterior (9,31) se decía que el Hijo del hombre había de ser entregado "a [ciertos] hombres"; ahora, con el doble "entregar", se especifica que esos hombres serán judíos y paganos. Mc quiere así poner de relieve la responsabilidad de "todos" en la muerte de Jesús.
Por primera vez se describen los ultrajes y la violencia física que va a padecer Jesús antes de su muerte. Aquel que los discípulos consideran el glorioso Mesías (cf. 8,29), será objeto de mofa (se burlarán de él) y del máximo desprecio (le escupirán) y, después de ser castigado con el látigo (lo azotarán), será ejecutado (lo matarán).
Aunque no se precisa la clase de muerte que va a sufrir, el hecho de que sean los paganos los ejecutores de la condena insinúa ya la crucifixión. Un condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos es la antítesis del Mesías esperado por Israel y de toda expectativa humana de un Salvador.
El panorama que traza Jesús en este anuncio no puede ser más trágico: las autoridades de Israel, por medio de los paganos, le harán sufrir humillaciones y tormentos y conseguirán acabar con él. Pero, a pesar de todo, su fracaso histórico no será definitivo: a los tres días resucitará. Si el propósito de los dirigentes es arrebatarle la vida, para borrar así definitivamente de la historia la memoria de Jesús, no se saldrán con la suya: la vida va a vencer a la muerte. Ahí está el triunfo del verdadero Mesías, no en derrotar por la fuerza a sus adversarios, imponiéndose sobre ellos, sino en demostrar con su resurrección que su camino de servicio y entrega a los demás desemboca en una vida nueva que va a durar para siempre.
Al revés de las dos predicciones anteriores (cf. 8,32b-33; 9,32), tras este anuncio no se menciona la incredulidad o incomprensión de los discípulos; lo que sigue la hará patente.
Hay que notar, además, que en este anuncio no aparece ninguna causalidad divina. El destino que aguarda a Jesús se debe a hombres enemigos del proyecto de Dios. Ni siquiera el verbo "ser entregado" puede interpretarse como pasiva con agente divino, pues Mc deja bien claro que es Judas Iscariote el que entrega a Jesús a los sumos sacerdotes (cf. 14,10s.42). No en vano ha previsto el evangelista esta acción de Judas al nombrarlo en la lista de los Doce: "Judas Iscariote, el mismo que lo entregó" (3,19).
Otro punto que conviene resaltar es que, como en ningún otro pasaje, se acentúa el contraste entre la figura de "un hijo de hombre de Dn 7,13 y "el Hijo del hombre" Jesús. Si aquél iba a triunfar y a recibir autoridad sobre todas las naciones (Dn 7,14), Jesús, en cambio, va a ser humillado y condenado a muerte por las autoridades judías y ejecutado por los paganos.
Las notables diferencias entre esta última predicción y las dos anteriores se deben, sin duda, al hecho de que los Doce/los discípulos, aferrados a la idea del Mesías davídico y al deseo de triunfo terreno, no reaccionaran favorablemente a los otros dos anuncios de la muerte-resurrección (cf. 8,32b-33; 9,32). Por eso, al emprender la subida a Jerusalén, que puede suscitar falsas esperanzas mesiánicas, Jesús quiere dar la última batalla contra esa mentalidad, para ver si los términos de la tercera predicción, mucho más detallada que las anteriores, hacen comprender por fin a los discípulos que su idea del Mesías y sus expectativas de éxito son erróneas. Sin embargo, los episodios siguientes pondrán de manifiesto que el propósito de Jesús se verá nuevamente frustrado.
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