Ellos le contestaron: <<Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas>>.
Según la respuesta de los discípulos, la opinión de <<los hombres>> sobre Jesús es muy parecida, aunque no idéntica, a la que Mc registraba en 6,14-15. Casi no ha habido progreso desde entonces: el programa mesiánico expuesto en los dos repartos de los panes no ha hecho mella en la mentalidad popular, no ha llevado a la conclusión de que Jesús es el Mesías.
Todos identifican a Jesús con una figura profética. La identificación con Juan Bautista está concebida aquí en términos positivos, puesto que no se asocia su vuelta a la vida con la mención de <<las fuerzas>> de muerte que actuaban en él (6,14); Juan aglutinó el descontento popular contra las instituciones y, en ese sentido, obtuvo una respuesta masiva del pueblo (cf. 1,5 Lect.).
La identificación con Elías supone como anteriormente (cf. 6,15), que la misión de Jesús era preparar la llegada del Mesías esperado.
En 6,15 se decía que era <<un profeta como uno de los antiguos>>, es decir, uno más en la línea de los profetas. En este lugar, en cambio, al suprimirse el inciso <<como uno de>> y por el paralelo con Juan Bautista, ya difunto, y Elías, arrebatado al cielo, parece indicar que Jesús es algún otro profeta que ha vuelto a la vida.
Para <<los hombres>>, pues, Jesús es en todo caso un profeta (cf. 6,4), un personaje eminente, un enviado de Dios, pero siempre una figura del pasado; a lo más, un reformador de las instituciones, pero no el que va a realizar la expectativa de liberación que el pueblo ha ido alimentando a lo largo de su historia. <<Los hombres>> no captan la novedad de Jesús: no se dan cuenta de que no es en modo alguno un reformista, sino que crea una alternativa radical a los ideales del judaísmo y al modo de pensar común en la humanidad; no entienden que quiere sacarlos de su particularismo nacionalista para llevarlos a una hermandad universal.
El obstáculo que impide a <<los hombres>> percibir la identidad mesiánica de Jesús es la ideología del judaísmo, que esperaba un Mesías que se manifestara espectacularmente, que impusiera con su fuerza y autoridad un orden justo, sin posibilidad de réplica, que limitase su acción bienhechora al pueblo judío y sometiera por la violencia a los pueblos opresores. <<Los hombres>> quieren seguir dominados por un rey y encerrados en su ambiente cultural; no entran en sus cálculos la libertad personal ni la apertura a los demás pueblos. Y la figura de Jesús no corresponde a esa expectativa.
Hay, sin embargo una diferencia entre la idea de la gente y la de los letrados, custodios de la doctrina oficial; para éstos, Jesús es un enemigo de Dios, un agente de Belcebú (3,23); para <<los hombres>>, por el contrario, es, en todo caso, un enviado de Dios. Sólo que no se liberan plenamente del condicionamiento doctrinal a que han sido sometidos.
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