...y a los tres días resucitar.
También la resurrección del Hijo del hombre está puesta bajo el signo de la necesidad (<<tiene que padecer mucho... y a los tres días resucitar>>). Esta necesidad es igualmente efecto de la posesión del Espíritu, la vida misma de Dios, incompatible con la muerte: el que lo posee, en primer lugar Jesús y, tras él, sus seguidores, no quedará en ella; será superada por la vida.
<<Los tres días>>, más que ser un dato cronológico, tienen significado teológico: pueden aludir, por una parte, a Éx 19,11.16, donde se anunciaba para el tercer día la manifestación de la gloria divina, y, por otra, a Os 6,2, donde se anuncia <<el tercer día>> como el de la acción definitiva de Dios (<<al tercer día nos levantará/resucitará y viviremos en su presencia>>). Además, en la cultura judía se pensaba que la muerte definitiva no tenía lugar hasta pasado el tercer día, cuando la descomposición empezaba a borrar los rasgos del difunto. <<Resucitar al tercer día>>, significa, pues, que la vida no ha llegado a interrumpirse, sino que ha vencido a la muerte.
Se mencionan de esta manera las consecuencias a que inevitablemente llevan (<<tienen que>>) la actividad y el ser del Hijo del hombre. Su libertad, que cuestiona los postulados básicos del sistema judío, y su actividad dadora de vida, desencadenan la hostilidad a muerte de los estamentos del poder religioso-político; lo verdaderamente humano y la promoción del hombre les resulta intolerables. La muerte del Hijo del hombre a manos de ellos es una consecuencia negativa, pero pasajera. Su ser, en cambio, asegura al Hijo del hombre la victoria sobre la muerte, consecuencia gloriosa y definitiva de la presencia en él del Espíritu, vida indestructible.
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