... que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho -siendo rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados y sufriendo la muerte-...
Tras la declaración mesiánica de Pedro (8,29), Jesús empieza una enseñanza que desmiente el elemento triunfalista contenido en el título <<el Mesías>> que le ha atribuido Pedro en nombre de todos. Aceptando ser el Mesías, Jesús quiere clarificar cómo ha de entenderse su mesianismo. Les pone ante los ojos no la figura gloriosa y victoriosa del Mesías esperado por el judaísmo, sino el doloroso destino de su persona antes de su exaltación, destino que, de algún modo, afectará también a los que quieren seguirlo.
Para aclarar a sus discípulos la índole de su mesianismo, Jesús emplea el término <<el Hijo del hombre>>, que, por relación con el pasaje anterior, adquiere aquí sentido mesiánico.
En el primer período del evangelio ha aparecido ya dos veces la denominación <<el Hijo del hombre>>: la primera vez, en el episodio del paralítico (2,10), donde se describía la misión del Hijo del hombre como la de borrar el pasado pecador de la humanidad (prerrogativa divina), sin distinción de razas o pueblos, y comunicarle vida; la segunda vez, como colofón del episodio de las espigas (2,28), donde se mostraba al Hijo del hombre como superior a toda ley (como Dios mismo), es decir, dotado de plena libertad de acción para llevar a cabo su misión vivificadora. Ambos pasajes mostraban efectos de la comunicación del Espíritu a Jesús con ocasión de su bautismo. El Hijo del hombre se define así como el portador del Espíritu de Dios, el que, por la comunicación plena de ese Espíritu, ha alcanzado la condición divina, el Hombre-Dios. La denominación incluye, por tanto, la excelencia suprema del ser de Jesús y de la actividad que desarrolla. Pero, al mismo tiempo, dado que Jesús comunicará el Espíritu a todos los que lo sigan (cf. 1,8), sus seguidores, tanto en la calidad del ser como en el género de su actividad, entrarán en la línea de la plenitud. Esto funda el aspecto extensivo de la denominación <<el Hijo del hombre>>.
La unión de la calidad de <<Hijo del hombre>> con el título de <<Mesías>> ha aparecido implícitamente en la escena que sigue al bautismo de Jesús: es el Ungido con la plenitud del Espíritu el que es investido Mesías por la voz del cielo: <<Tú eres mi Hijo>>, que afirma al mismo tiempo la posibilidad de la muerte (<<el amado>>, alusión a Isaac, Gn 22,1-2) y la universalidad de su misión (<<en ti he puesto mi favor>>, alusión al Servidor de Dios, Is 42,1).
Al asociar Jesús a la idea de Mesías la del Hijo del hombre, indica que el único verdadero Mesías es el Hombre pleno, cuya misión no consiste en dominar, sino en favorecer el desarrollo de los seres humanos, encaminándolos a la plenitud. Ésta se realiza ante todo en la persona de Jesús, pero va siendo participada por todos los que de él reciben el Espíritu.
Es decir, a la idea de Mesías davídico individual propuesta por Pedro (8,29: <<Tú eres el Mesías>>) opone Jesús la de <<Mesías-Hijo del hombre>> con su sentido extensivo, afirmando con eso que la calidad y misión mesiánica son colectivas, pues, por la comunicación del Espíritu, se extienden de él a sus seguidores.
Por otra parte, a la idea de Mesías nacionalista y triunfante implícita en la declaración de Pedro se opone la figura del Hijo del hombre que va a ser rechazado y a sufrir la muerte. Aparecen así dos concepciones mesiánicas diametralmente opuestas.
El rechazo, la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre se colocan en este pasaje bajo el signo de la necesidad: <<tiene que padecer mucho -siendo rechazado... y sufriendo la muerte- y a los tres días resucitar>>. Pero no se trata de una necesidad <<antecedente>>, decretada por Dios, sino <<consecuente>>, derivada de la oposición de los hombres al plan salvador.
Así aparece en el evangelio. En su bautismo, Jesús se había comprometido a llevar a cabo la obra de Dios en favor de la humanidad y estaba dispuesto a mantener su decisión hasta el final. Su actividad ha sido la que correspondía al portador del Espíritu-amor: la supresión de los obstáculos que impiden el desarrollo del hombre y la comunicación de vida. Pero esa actividad había encontrado desde el principio la oposición de los letrados y fariseos (cf. 2,6.16; 3,6, donde los fariseos se aliaron con los herodianos con propósito de darle muerte). En dos ocasiones ha señalado Mc que los letrados que se oponían a Jesús procedían de Jerusalén (3,22; 7,1); la primera vez se presentaron en Galilea con objeto de difamarlo como agente de Satanás a causa de su actividad liberadora (3,22); la segunda, fiscalizaron sus actuaciones respecto de la pureza ritual (7,1ss); esto quiere decir que el centro del sistema judío estaba alarmado por la actividad y enseñanza de Jesús.
La oposición anunciada, que culminará con el rechazo y la condena por parte de todos los estamentos del poder religioso-político judío (<<los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados>>, las tres categorías que componían el Sanedrín o Gran Consejo), no es, por tanto, ninguna novedad, no hace más que llevar a su colmo la hostilidad ya existente. No es, pues, de extrañar que Jesús pueda anunciar su destino como Hijo del hombre: es consciente de que el poder establecido no lo acepta y de que está dispuesto a darle muerte. Dios potencia al hombre, pero no determina el curso de la historia son los hombres los que la hacen.
El contenido de la enseñanza sobre el destino del Hijo del hombre presenta dos miembros principales: <<padecer mucho>> y <<resucitar al tercer día>>.
El primer miembro (<<padecer mucho>>) es especificado a continuación mencionando el principio y el fin de ese padecimiento: comenzará con el rechazo oficial a la persona y actividad de Jesús y terminará con su muerte. La acción contra Jesús va a tener carácter <<oficial>>, incluso político; va a morir a manos de los jefes del pueblo, por tanto en Jerusalén y en lugar público.
Aunque las tres categorías citadas son los componentes del Sanedrín o Gran Consejo, órgano de gobierno del pueblo judío, Mc no menciona esta institución, sino que nombra por separado (con artículo para cada uno) los tres grupos de los que provienen sus miembros: la aristocracia seglar (senadores), la aristocracia sacerdotal (sumos sacerdotes) y los doctores de la Ley (los letrados), poniendo así de relieve la responsabilidad de cada uno de ellos. La oposición a Jesús no procede del pueblo, sino de los tres grupos sociales más influyentes en la vida económica, política y religiosa del país.
El hecho de que los tres grupos, en muchas cuestiones antagonistas, se alíen para rechazar a Jesús y condenarlo a muerte indica que los mueve un interés común, y éste no puede ser otro que el conservar su posición de poder en la sociedad; ven en Jesús un peligro para ellos. Que su oposición a él llegue hasta procurarle la muerte muestra su temor de que el mensaje de Jesús los lleve a la ruina. De hecho, las instituciones político-religiosas de Israel, que ellos encarnan, estaban fundadas en la Ley y las tradiciones, presentadas por los letrados como divinas y eternas; por eso, el mensaje de Jesús, que supera o invalida la Ley y rechaza las tradiciones, socava los cimientos de su sistema. En efecto, la alternativa que Jesús ofrece declara caduco el sistema judío en favor del universalismo. Nada tiene de extraño que los detentadores del poder en ese sistema declaren lucha abierta contra él.
Es la primera vez que se mencionan en Mc los tres grupos que constituyen el Sanedrín o gobierno judío, y es la única vez que aparecen en primer lugar <<los senadores>> (cf. 11,17; 14,43.53; 15,11). Esto puede indicar que van a ser ellos, representantes del poder económico, los que manejen los hilos de la ofensiva contra Jesús, mientras que los sumos sacerdotes y los letrados serán los que den la cara.
Jesús no actúa como un fanático, no da su vida por una ideología; su muerte será consecuencia de su amor al hombre, llevado a la práctica en toda su actividad. Los que se oponen a él no son solamente enemigos personales suyos, son enemigos del ser humano.
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