<<Si uno quiere venirse detrás de mí, reniegue de sí mismo y cargue con su cruz; entonces, que me siga.>>
Jesús no se dirige al grupo de seguidores como tal, sino a cada individuo. Lo primero que resalta en sus palabras es que seguirlo a él ha de ser una decisión personal y libre (<<Si uno quiere...>>); cada cual es responsable de su opción y de la dirección que imprima a su vida, y no debe dejarse condicionar por su pertenencia a un grupo determinado. Es también de notar que no hay coacción o presión alguna por parte de Jesús, que no argumenta a partir de la voluntad divina ni profiere ninguna amenaza contra los que no acepten su oferta; propone el seguimiento como una posibilidad abierta a todos y a cada uno.
<<Venirse/Irse tras él>> equivale a empezar a seguirlo (cf. 1,17.20, de los primeros llamados), lo que implica adoptar un estilo de vida como el suyo.
Enuncia Jesús a continuación las dos condiciones para el seguimiento, que ponen al hombre en el camino de su plenitud y lo capacitan para construir una sociedad nueva. Formula la primera condición como <<renegar de sí mismo>>. <<Renegar>> significa romper la fidelidad o lealtad que se profesaba a ciertos ideales o personas; un individuo puede renegar de su patria o de su religión, es decir, puede decidir que lo que antes consideraba valor supremo, ha dejado de serlo para él, que esa realidad ya no le interesa y que no forma parte de su proyecto de vida. Hay una alusión en estas palabras a los valores implícitos en <<la idea de los hombres>>, que Jesús ha rechazado dirigiéndose a Pedro (8,33): la ambición de poder y de grandeza, tanto en el plano nacional como en el individual. Se trata, pues, de renunciar a todos los ideales o estilos de vida contrarios al designio de Dios sobre el individuo y sobre la humanidad, es decir, de un cambio de valores.
Dicho de otro modo, la primera condición exige la renuncia a toda ambición de acaparar riqueza, buscar prestigio y ejercer dominio. Mientras el individuo alimente esos deseos de medro personal a costa de los demás, impedirá su desarrollo humano y no podrá trabajar por el bien de la humanidad. Este <<renegar de sí mismo>> es la condición para el amor universal, núcleo de <<la idea de Dios>> (8,33). Mientras el individuo abrigue esas ambiciones, no podrá contribuir a la creación de una sociedad justa, sino que fomentará la injusticia.
La segunda condición, <<cargue con su cruz>>, recuerda la predicción anterior sobre el destino del Hijo del hombre (8,31). La cruz era la pena infamante a la que los tribunales romanos condenaban a los acusados de grandes crímenes; existe por tanto, una alusión al mundo pagano. No se habla, sin embargo, de <<morir en la cruz>>, sino de <<cargar con la cruz>>; entre ese momento y la crucifixión misma había un camino de ignominia, que es al que alude la frase. Jesús utiliza esta figura para hacer conscientes a los suyos de la seriedad de su compromiso con él. El dicho no implica, por tanto, un vaticinio del destino de cada seguidor, pero indica que quien se propone ir tras Jesús ha de asumir por anticipado que la sociedad lo rechace; tiene que estar dispuesto a sufrir el descrédito, la marginación, la persecución y, en el caso extremo, la muerte. El aspirante a seguidor ha de perder el miedo a la censura o condena de la sociedad en que vive; como para Jesús, este rechazo es la consecuencia inevitable (cf. 8,31: <<tiene que>>) de su opción y de su actividad; si no lo acepta de antemano será incapaz de comprometerse seriamente.
La primera condición da al hombre la libertad para actuar; la segunda, su máxima dignidad, la valentía de ser coherente consigo mismo hasta el fin, haciendo así posible la eficacia de su labor.
Cumplir las dos condiciones es el umbral del discipulado: quien las acepta puede comenzar a seguir a Jesús (<<entonces, que me siga>>). Él señala un camino, propone un modo de proceder e indirectamente define lo que lleva al ser humano a su plenitud (el Hijo del hombre): renunciar a todo interés egoísta para dedicarse a procurar el bien de todos y eso a pesar de una hostilidad que puede llegar hasta el extremo. Este modo de comportarse corresponde a <<la idea de Dios>> (8,33), es <<el designio de Dios sobre el hombre>> (3,35), pues el ser humano se realiza en la relación de amor, en la entrega que comunica vida.
El motivo que puede impulsar al hombre a seguir a Jesús es el mismo que impulsó a Jesús a su compromiso en el bautismo y que le valió ser constituido <<el Hijo de Dios>>: el amor a la humanidad, que empieza por el amor a la justicia. No es un motivo teológico ni impuesto, sino humano y espontáneo, basado en la solidaridad que nace de la pertenencia al mismo género humano. Jesús, pionero y modelo de este compromiso, ofrece a todos la posibilidad de asociarse a su labor difusora de vida. Las condiciones del seguimiento expresan precisamente, en su aspecto individual y social, la preparación necesaria para llevar a cabo un trabajo eficaz y duradero en favor de los hombres, que es, al mismo tiempo, el camino para la realización de la propia persona.
Las condiciones para el seguimiento van mucho más allá de la enmienda (metanoia) predicada por Juan Bautista para el perdón de los pecados (1,4) y postulada por Jesús como condición para el reinado de Dios (1,15). La enmienda consiste en un cambio de actitud y de conducta respecto al prójimo, proponiéndose evitar la injusticia personal. Las condiciones para el seguimiento, que se derivan del destino del Hijo del hombre (8,31), suponen además la ruptura con los sistemas injustos y una hostilidad por parte de ellos que puede acarrear al seguidor incluso la pérdida de la vida.
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