<<Además, quien se avergüence de mí y de mis palabras ante esta generación idólatra y descreída, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando llegue con la gloria de su Padre en compañía de los ángeles santos>>.
Ilustra ahora Jesús la segunda condición. Anuncia una llegada del Hijo del hombre que afectará a individuos que lo conocen a él (<<de mí>>) y han escuchado su mensaje (<<de mis palabras>>), es decir, a los dos grupos de seguidores, discípulos y multitud, a los que ha expuesto las condiciones del seguimiento (v. 34). Propone una hipótesis que, aunque se enuncia en singular, incluye virtualmente una pluralidad (<<quien>> = <<todo el que>>).
<<Avergonzarse>> de alguien o de algo describe el estado de ánimo de aquel que, viendo que hacer pública su adhesión a una persona o mensaje puede redundar en propio descrédito ante otros o la sociedad, evita manifestar esa adhesión y difundir ese mensaje. En este caso, el que se avergüenza cede a la presión ideológica de la sociedad, estableciendo una valoración comparativa: vale más el juicio pasajero de esta generación que el definitivo de Jesús. La actitud de tal seguidor contradice directamente a la segunda condición para el seguimiento: <<cargue con su cruz>> (v. 34), es decir, acepte la hostilidad de la sociedad incluso si ésta amenaza su propia vida.
Jesús quiere así prevenir la posible actitud cobarde de algunos seguidores suyos ante un círculo de gente bien determinado, <<esta generación>>, término que, como antes en 8,12, remite a la denominación rabínica <<la generación del Mesías>>. La generación contemporánea de Jesús, que incluye dirigentes (cf. 8,31) y pueblo, viene tachada de <<idólatra y descreída>>, equiparándola a los paganos. <<Idólatra>> (lit. <<adúltera>>), en el lenguaje de los profetas, designa a la que da su lealtad a otros dioses; <<descreída/impía>> (lit. <<pecadora>>) es la que con su conducta niega a Dios.
El uso de la expresión <<el Hijo del hombre>>, el modelo de desarrollo humano, indica que esa sociedad es un obstáculo para que el seguidor siga de hecho a Jesús y camine hacia la plenitud humana que ha conocido en él, pero que el valor de esa meta supera todo lo que la sociedad pueda ofrecer (tentación) o todo con lo que pueda amenazar (persecución).
Para comprender lo que representan <<los ángeles>> en este texto, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que ya Mc ha identificado a Juan Bautista con <<el ángel/mensajero>> que prepararía el camino del Mesías (1,,2). Por otra parte, la comunicación del Espíritu hace de Jesús <<el Hijo de Dios>> (Mc 1,10s) y convierte también a sus seguidores en <<hijos de Dios>>. De ahí que en este pasaje, donde la denominación <<el Hijo del hombre>> se aplica exclusivamente a Jesús como paradigma de Hombre, sus seguidores puedan ser designados como <<ángeles>>, término equivalente, según la concepción del AT, a <<seres divinos>> o <<hijos de Dios>>. Jesús, el modelo de hombre, se presenta, por tanto, acompañado de los seguidores suyos que han alcanzado ya el estado definitivo.
<<La gloria>> significa la realeza y condición divina del Hijo del hombre; al decir Jesús <<con la gloria de su Padre>> identifica <<al Hijo del hombre>> con <<el Hijo de Dios>> e indica que <<la gloria>> que adorna a Jesús es efecto de la comunicación a él de la vida divina (el Espíritu). Por otra parte, a los ángeles (= hijos de Dios), se les califica de <<santos>>, es decir, consagrados por el Espíritu.
Con este recursos literario desdobla Mc el contenido de la figura del Hijo del hombre: la denominación designa a Jesús en cuanto prototipo de la humanidad nueva, mientras <<los ángeles>> designan a los seguidores de Jesús que han pasado por la muerte, la han vencido como él y han alcanzado la meta, la condición divina.
Este dicho de Jesús anuncia, pues, una llegada gloriosa del Hijo del hombre, pero considerada solamente en cuanto tiene relación con sus seguidores. Entre ellos puede haber quienes, por la presión ideológica de la sociedad en que viven, no se atreven a hacer pública su adhesión a Jesús, a ser coherentes sosteniendo y difundiendo su mensaje. Ante esa actitud, la reacción del Hijo del hombre es de <<vergüenza>>, que, en paralelo con la vergüenza del seguidor, significa que sería para él un descrédito reconocer por suyos a los que se han portado de ese modo.
También la presencia de los <<ángeles>>, los seguidores que han alcanzado la condición divina, pone en evidencia a los pusilánimes y les echa en cara su cobardía. <<Los que se avergüenzan>> se han echado atrás y no han contribuido al triunfo de lo humano.
<<Las palabras>> o mensaje de Jesús del que éstos se avergüenzan remiten en primer lugar a la predicción del destino del Hijo del hombre (8,31), que realiza <<el secreto del reinado de Dios>> (4,11), al ofrecer plenitud de vida a todos los hombres, sin distinción de razas ni pueblos. Jesús enseña la igualdad de judíos y no judíos; no pretende restaurar el esplendor de Israel como nación ni humillar a sus enemigos; el suyo es el mensaje de la fraternidad universal, contra el nacionalismo soberbio y excluyente. Es precisamente ese mensaje universalista, que deja obsoleto el privilegio de Israel, declara superada la Ley mosaica y caducada sus instituciones, el que suscita la oposición de la sociedad judía a Jesús y a los que lo siguen. Quien no profesa los ideales judíos y no defiende el privilegio de ese pueblo es tachado por esa sociedad de traidor a Dios y su designio sobre Israel.
El pasaje recuerda otro anterior que trataba de la futura misión: <<Porque si algo está escondido (el secreto del reinado de Dios, 4,11) es sólo para que se manifieste, y si algo se ha ocultado es solamente para que salga a la luz>> (4,22). Jesús espera que, llegado el momento de la misión, los suyos proclamen valientemente la igualdad de todos los hombres y pueblos ante Dios.
En cambio, el seguidor que se avergüenza no ha tenido valor para llevar a la práctica las opciones básicas: amor universal contra particularismo nacionalista; autonomía contra conformismo y renuncia a la libertad. Quien se acobarda ante la hostilidad de una sociedad exclusivista es el que quiere salvar a toda costa la propia vida (v. 35). Pertenece a la categoría de aquellos que <<no tienen raíz, son inconstantes por eso, en cuanto surge una dificultad o persecución por el mensaje, fallan>>, mencionados en la explicación de la parábola del sembrador (4,17).
Este seguidor defrauda las expectativas de Jesús sobre él. Hay una confrontación del individuo con lo que habría podido y no se ha atrevido a ser, y se constata su fracaso existencial. De hecho, todo seguidor va a ser medido por la talla del Hijo del hombre, es decir, por su cercanía a la plenitud humana, cada uno según sus peculiaridades.
El dicho no pone, sin embargo, el acento sobre el destino que espera a este seguidor cobarde, sino solamente sobre su relación con Jesús. No se habla de juicio formal ni de sentencia. Pero cuando la sociedad injusta conozca su ruina y triunfe lo humano sobre lo inhumano, Jesús, el prototipo de Hombre, no reconocerá por suyos a los que por miedo no se han esforzado por que se produzca ese cambio.
Hay en este dicho una denuncia de la sociedad judía y de su exclusivismo, contrario a la solidaridad-amor. Indirectamente, sin embargo, se denuncia toda sociedad que sea obstáculo al crecimiento del hombre, imponiendo ideologías que estrechan su horizonte y limitan su autonomía y libertad.
El que se avergüenza no se ha atrevido a desafiar a la sociedad de su tiempo, injusta y separa de Dios. Sin embargo, también ella necesitaba salvación, y la única manera como podía obtenerla era renunciando a su mentalidad nacionalista, al ideal de la hegemonía mediante un mesías davídico, y adoptando una actitud de apertura, concordia y solidaridad con los demás pueblos. La denuncia de los principios inhumanos de esa u otra sociedad es parte de la misión profética del seguidor de Jesús. Por el contrario, la actitud conformista apuntala el sistema injusto y no crea oportunidad alguna para su cambio.
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