Entonces le hicieron esta pregunta: <<¿Por qué dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?>>
Sin haber encontrado una explicación al dicho de Jesús, los discípulos le proponen una pregunta que muestra su desacuerdo con la doctrina mesiánica de los letrados y le piden una aclaración.
Basándose en el texto de Mal 3,23, los letrados sostenían que la llegada del Mesías tendría lugar cuando Elías, vuelto del cielo, hubiera efectuado la restauración de Israel, reconciliando a los padres con los hijos, exigiendo el cumplimiento de la Ley y reconstituyendo las tribus. La vuelta de Elías equivaldría a una intervención divina en la historia del pueblo, con la connotación de violencia propia de la figura de este profeta. Entonces llegaría el reinado del Mesías.
Los discípulos no saben responder a estos argumentos, pero, sin que se haya presentado Elías a preparar la llegada del Mesías, han visto en la transfiguración la gloria de Jesús; además, al disociarla de su muerte, piensan que ese poder va a ser utilizado para conseguir la victoria sobre sus adversarios y el triunfo político. Por eso estiman que no se requiere ya la labor preparatoria de Elías para lograr ese triunfo, y se preguntan si, a pesar de los textos de la Escritura, los letrados no estarán equivocados. Esta actitud coincide con el espíritu reformista violento que han mostrado desde que fueron llamados (1,16.20.29-31 Lect.), espíritu que no concuerda con la actitud pasiva de los fariseos, para quienes el reinado de Dios es obra de Dios solo y hay que esperar a que él actúe.
Para los letrados, la venida de Elías es necesaria (<<tiene que>>) por designio antecedente de Dios, pues, según ellos, es Dios quien dirige la historia. Para Jesús, por el contrario, como lo ha expresado en el anuncio de su muerte-resurrección (8,31), el rechazo y la muerte del Hijo del hombre no son resultado de una voluntad divina antecedente, sino consecuencia inevitable (<<tiene que>>) de la oposición de los hombres al designio divino. No es Dios, sino los hombres quienes hacen la historia.
La duda de los discípulos sobre la vuelta de Elías confirma que estaban persuadidos de que la transfiguración miraba a la instauración del reino mesiánico y que era la gran ocasión para comenzar la acción reformista sin perder tiempo. Para ellos, Jesús, como Mesías, podía por sí mismo restaurar a Israel sin necesidad de la previa intervención de Elías. Éste se les ha aparecido, pero no como un precursor de Jesús. Muestran de nuevo estar poseídos, como los fariseos, aunque con un sesgo distinto, por la ideología de poder: para los fariseos, Elías, el profeta de fuego, debía poner orden en Israel de manera contundente, para preparar la llegada del Mesías; para los discípulos, dada la fuerza divina que han apreciado en Jesús, no hace falta preparación alguna: el Mesías mismo puede cambiar radicalmente la situación.
Esta mentalidad deja ver un falso concepto de Dios y, en consecuencia, del hombre. Los discípulos piensan que Dios se impone a los hombres, sin respetar su libertad. No creen en el amor de Dios, sino en su poder. Para ellos, las situaciones se arreglan y se enderezan con la fuerza, desde fuera, de modo tajante, no a través de la conversión y del lento madurar de la persona y de la humanidad. Por su falso concepto de Dios, no creen en el hombre y en sus posibilidades.
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