Él les preguntó: <<¿Por qué discutís con ellos?>> Uno de la multitud le contestó: <<Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo. Dondequiera lo agarra, lo derriba, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han tenido fuerza.>>
El destinatario de la pregunta de Jesús es la multitud, como lo prueba el hecho de que sea un individuo de ella el que responde; los letrados desaparecen de la escena. Jesús pregunta a la multitud el motivo de la discusión que mantiene con los discípulos.
El que contesta a Jesús es un representante de la multitud, que ve en él una esperanza. Llama a Jesús <<Maestro>>, no <<Rabbí>> (cf. 9,5, en boca de Pedro); es decir, sabe que Jesús no sigue la línea tradicional del judaísmo rabínico, mantenida por los letrados. En cuanto representante de la multitud, este hombre está dispuesto a escuchar a Jesús y a aprender de él, sin importarle que su doctrina no sea la oficial.
En este relato describe Mc la situación de la multitud por medio de dos figuras anónimas: <<el hijo>> epiléptico, figura pasiva, representa el pueblo oprimido y desesperado, a causa de la doctrina de los letrados que promete una salvación milagrosa en un futuro incierto, renunciando a todo esfuerzo por remediar la situación de los miserables; <<el padre>>, por su parte, hombre adulto, figura con iniciativa, representa la parte de ese pueblo que no se resigna a la opresión y busca una salida en Jesús. La relación padre-hijo sugiere la motivación del padre: considera responsabilidad suya (<<mi hijo>>) encontrar solución a su desdicha.
El estado del hijo/pueblo es grave: está poseído por un espíritu, que es <<mudo>>, es decir, que le impide hablar; no le permite expresarse en absoluto, por lo que no se comunica con otros ni pide ayuda. Describe así Mc un estado de aislamiento o ensimismamiento, de absorción en las propias ideas, sin exponerlas ni recurrir a otros. Este espíritu parece ser la figura de un desengaño profundo, de una desesperanza que hace pensar al pueblo que nadie se interesa por él y que, por tanto, es inútil expresar su dolor.
El dato que da el padre: <<Dondequiera lo agarra>>, indica que el poseído está en cualquier momento y en cualquier lugar a merced de la fuerza maligna que lo posee. El efecto es un ataque de desesperación, representado como una epilepsia: <<lo derriba, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido>>, sin vida. El pueblo está destrozado por la rabia contenida que provoca en él esa doctrina impuesta que habla de los planes de Dios despreocupándose de su propia miseria y necesidad; no puede siquiera protestar, porque la doctrina, supuestamente autorizada por Dios, le tapa la boca, diciéndole que no hay más que esperar resignadamente; este planteamiento lo exaspera y sufre paroxismos que lo dejan extenuado.
Deseando encontrar una salida, el padre quería llevar a su hijo a Jesús (<<te he traído a mi hijo>>), pensando que lo hallaría con el grupo de discípulos; sólo al constatar su ausencia se ha dirigido a éstos, creyendo que lo que podía obtener de Jesús lo obtendría igualmente de ellos. Esperaba hallar en los discípulos la solución que buscaba. Pensaba que eran una sola cosa con Jesús, pero ellos no tienen alternativa que proponer; no aportan nada nuevo, porque al no aceptar el destino del Mesías que les ha expuesto Jesús (cf. 8,31; 9,12), siguen dependiendo de la doctrina de los letrados.
La multitud, por tanto, discutía con los discípulos echándoles en cara su ineficacia: ellos no saben más que alentar una esperanza en la futura restauración de Israel (cf. 6,12-13), pero no tienen nada realista que ofrecer. Están ante un fuego cruzado: la multitud les exige solución; la doctrina de los letrados les impide actuar. Su impotencia es manifiesta: al no poder responder a los letrados, no pueden hacerlo a la multitud.
Se aprecia ahora la importancia del tema de discusión de los letrados con los discípulos, anticipado en la bajada del monte (9,11): la llegada de Elías como preparador del reinado del Mesías. Es la prueba de que la escena no describe un mero exorcismo, sino que bajo esta figura trata Mc una cuestión capital, la vía de solución para la opresión en que vive el pueblo.
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