Se lo llevaron y, en cuanto lo vio el espíritu, empezó a retorcerlo; cayó por tierra y ser revolcaba echando espumarajos. Jesús le preguntó al padre: <<¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?>> Respondió: <<Desde pequeño; y muchas veces lo ha tirado al fuego o al agua para acabar con él. Si algo puedes, conmuévete por nuestra situación y ayúdanos>>.
El espíritu no tolera la presencia de Jesús y demuestra ante él el poder que tiene sobre el hijo. Se revela la verdad de las palabras del padre, y se ve la correspondencia entre lo que éste había descrito (a) y lo que sucede con el poseído (b):
a) el espíritu lo agarra
b) le dan convulsiones;
a) lo derriba
b) cae
a) echa espumarajos, rechina los dientes
b) se revuelca echando espumarajos; se queda rígido.
La situación es extrema: el pueblo oprimido se resiste con todas sus fuerzas a que lo acerquen a Jesús; ha perdido toda esperanza; teme ser víctima de un nuevo engaño.
Jesús pregunta al padre cuánto tiempo lleva el hijo en este estado. La respuesta indica que el mal es antiguo en Israel (<<desde pequeño>>). El plan de Dios sobre el pueblo se echó a perder muy pronto; la gente humilde ha estado desde siempre sometida y desesperada. En la época de Jesús, la doctrina de los letrados, que no hacen nada para aliviar su situación, la lleva a conatos de violencia suicida que amenazan con destruirla (<<muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él>>).
Es de notar que nunca en esta perícopa se califica al espíritu de <<demonio>> ni al hijo/pueblo de <<endemoniado>>. En el lenguaje del evangelista, la diferencia entre el poseído por un espíritu y un endemoniado estriba en que éste manifiesta en la vida ordinaria su mal espíritu interior con signos de violencia fanática (cf. 5,4ss). El espíritu <<mudo>> impide precisamente esos signos exteriores.
En otras palabras, este pueblo no se enfrenta con la sociedad que lo oprime ni pide ayuda a nadie. Su desesperación lo lleva solamente a autodestruirse. El poseído representa, pues, al pueblo miserable que alimenta su propia frustración y rabia y que, convencido de que al no tener salida, desea la muerte.
El padre, representante de los que dentro del pueblo no han perdido la esperanza, pide una solución a Jesús, pero aunque tiene fe en él, no sabe hasta donde llega su poder. El fracaso de los discípulos ha minado su confianza. La situación es tan grave que no está seguro de que Jesús pueda ponerle remedio (<<si algo puedes>>). El padre se identifica con el hijo (<<ayúdanos>>), confirmando así que ambos representan al pueblo oprimido.
El padre apela al buen corazón de Jesús (<<conmuévete por nuestra situación y ayúdanos>>). Sin embargo, Mc no dice que Jesús <<se conmueva>> (cf. 1,41; 6,34; 8,2), aunque sí está dispuesto a ayudar.
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