Al ver Jesús que una multitud acudía corriendo, conminó al espíritu inmundo: <<¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno: sal de él y no vuelvas a entrar en él!>>
De improviso se menciona en el texto una nueva multitud que se acerca <<corriendo>>, dejando ver su apremiante deseo de estar con Jesús. Es la tercera y última vez en este evangelio que, después de una multitud judía, aparece una segunda multitud, que representa a los seguidores de Jesús no procedentes del judaísmo. Se corresponde con la que antes Jesús convocó juntamente con los discípulos (8,34). El texto emplea el presente histórico (<<acude corriendo>>), aludiendo a la existencia en la época de Mc de seguidores no israelitas incondicionales de Jesús.
Como en ocasiones anteriores (7,17.33), Jesús no quiere involucrar a estos seguidores en cuestiones que atañen al pueblo judío; por eso inmediatamente, y a pesar de su resistencia, libera al hijo/pueblo de su mal espíritu.
Por primera vez el espíritu es calificado de <<inmundo>>, es decir, incompatible con el Espíritu de Dios, en paralelo con el de la sinagoga (1,23.26.27), el del geraseno (5,2.8.13) y el de la hija de la sirofenicia (7,25).
Al dirigirse al espíritu, Jesús lo llama <<mudo y sordo>>, completando la descripción hecha por el padre y el cuadro de la incomunicación; desvela así que este pueblo no sólo no se expresa ni pide ayuda, sino que tampoco escucha cuando alguien se la ofrece (cf. 7,37). Se aísla en su depresión suicida y no deja que lo saquen de ella. Jesús, sin embargo, rompe la barrera de la sordera y hace que lo escuche.
Las palabras de Jesús: <<Yo te lo mando, sal de él>>, muestran su dominio sobre los obstáculos que impiden al hombre realizarse. La segunda parte de la orden (<<no vuelvas a entrar en él>>) parece superflua, pero Jesús sabe que la desesperación puede repetirse. Quiere producir una liberación permanente y definitiva.
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