Es que no sabía cómo reaccionar, porque estaban aterrados.
La inseguridad de Pedro tiene su origen en su terror y el de sus dos compañeros. En este pasaje, Mc no emplea, como en otras ocasiones, el verbo <<temer>> (cf. 4,41; 5,15.33.36; 6,20.50), sino un compuesto de valor intensivo, <<estar aterrado>>. Como todo miedo o terror, nace de una sensación de amenaza: los discípulos se sienten amenazados por lo que están presenciando, y Pedro busca una manera de esquivar el peligro. No sabe, sin embargo, cuál podría ser la reacción apropiada en la situación en que se encuentran.
Al dirigirse solamente a Jesús, muestra Pedro que ven la amenaza en él, no en Elías o Moisés. Los tres discípulos perciben que hay en Jesús una fuerza divina y temen que les sea desfavorable, quizá mortal. De hecho, al poner a los tres en el mismo plano, atribuyen a Jesús el espíritu del AT, la actitud intransigente respecto a los traidores, desobedientes o indóciles. Temen que Jesús transfigurado, acompañado de Moisés y Elías, les sea hostil. El término <<aterrados>> (ekphoboi) puede aludir a Dt 9,19 LXX: <<Estoy aterrado (ekphobos) por la cólera y la ira, porque el Señor se exacerbó contra vosotros para destruiros>>. Lo que se ofrecía a los discípulos como punto de partida para un verdadero seguimiento, lo interpretan como amenaza/peligro.
De hecho, hace poco Pedro se ha atrevido a conminar a Jesús y a oponerse a su plan, y Jesús lo ha llamado Satanás, el Enemigo (8,33), reproche que alcanzaba a todos (8,33: <<de cara a sus discípulos>>). Por otra parte, Elías y Moisés, los que castigaron a los israelitas infieles y a los falsos profetas, son aliados de Jesús. Los tres discípulos no tienen dónde refugiarse ni pueden ofrecer resistencia. La manifestación de Jesús era una prueba de su amor por ellos; ellos la colorean de intransigencia y venganza. Con el apelativo <<Rabbí>> Pedro ha recordado a Jesús la tradición. Con la propuesta de las chozas quiere congraciárselo y reparar sus fallos anteriores, poniéndose al servicio de los tres para evitar la cólera. Pedro pide una muestra de aceptación, de reconciliación o perdón por parte de Jesús.
Jesús ha intentado persuadirlos de dos maneras: primero, con su palabra, mediante la enseñanza y la instrucción (8,31-9,1); ahora, con una experiencia, la de su transfiguración (9,2ss). Las dos han fracasado: a la primera han sido sordos; en la segunda, ciegos. La subordinación del AT a Jesús la interpreta Pedro como integración; la potencia del Hijo del hombre, como posible amenaza.
Jesús les había insistido en que la verdadera salvación no consiste en la conservación a todo trance de la vida física, efímera, para obtener un triunfo mundano que quedará vaciado por la muerte (8,35s), sino en la plenitud humana, que conlleva la vida definitiva. Como ellos no habían aceptado esa premisa, no reconocen la plenitud cuando se presenta en forma de experiencia visual. Proponen otra interpretación, según las categorías del judaísmo: la gloria y la fuerza que se manifiestan anuncian el triunfo terreno del Mesías y la derrota de sus enemigos.
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