Sobrevino una nube que los cubría, y hubo una voz desde la nube: <<Éste es mi Hijo, el amado: escuchadlo>>.
Después de la interrupción de Pedro, llega el tercer momento de la manifestación: el primero, la transfiguración, ha mostrado la condición divina de Jesús, la gloria definitiva del Hijo del hombre; el segundo, la aparición de Elías y Moisés, que el Hombre-Dios es la meta y el Señor del AT; ahora, en el tercer momento, Jesús es descrito como el Hijo de Dios, el que va a entregar su vida, el Profeta escatológico.
La presencia de la nube y la voz que de ella sale son el momento culminante de la manifestación, interrumpida por Pedro. La nube manifiesta y oculta al mismo tiempo la presencia divina. El texto alude a Éx 40,35, donde aparece la nube que cubría con su sombra la Tienda del Encuentro, morada de Dios entre el pueblo: esta presencia se manifiesta ahora en Jesús y en la antigua revelación, representada por Moisés y Elías, en cuanto estaba orientada hacia él.
La aparición de la nube que cubre con su sombra a Jesús, Moisés y Elías, supone el rechazo de la propuesta de Pedro: éste pretendía mantener a los tres personajes en el plano terreno (<<tres tiendas>>), esperando de ellos la instauración del reinado del Mesías; Dios, en cambio, hace ver que el estado glorioso de Jesús y la realidad de sus acompañantes no se sitúan en este mundo, sino que pertenecen a la esfera divina. Nueva ocasión para que los discípulos comprendan el sentido de la escena.
Hay un paralelo con la escena del bautismo: allí hubo una voz del cielo (1,11); aquí una voz de la nube. El cielo representa la morada divina permanente; la nube, la manifestación ocasional (<<sobrevino>>). La alusión al bautismo muestra que la gloria que se ha mostrado en Jesús procede de la bajada del Espíritu sobre él, cuyo efecto fue declarado por la voz celeste.
Las palabras que salen de la nube, con la autoridad de Dios mismo, se dirigen a los discípulos y les dan la interpretación de lo que han visto. En la frase: <<Éste es mi Hijo>>, el pronombre <<éste>> excluye a Moisés y Elías, mostrando la preeminencia de Jesús; el apelativo <<mi Hijo>>, define que el ser de Jesús, el Ungido por el Espíritu, procede de Dios, que su actuar es el de Dios, que sus palabras son las de Dios. Como en el bautismo, alude a Sal 2,7: <<Hijo mío eres tú>>, dicho del rey ungido (v. 2), pero el Ungido-Mesías no será el que <<gobierne a las naciones con cetro de hierro>> ni el que <<las quebrará como jarro de loza>> (v. 9), sino el que entregue su vida para dar vida a toda la humanidad.
Precisamente, la denominación <<el amado>> explicita la relación entre Dios y Jesús; alude al hijo único Isaac, que iba a morir, pero vivió (Gn 22,2); el Padre/Dios acepta el compromiso de Jesús, que lo llevará a la muerte, y refrenda el mensaje propuesto por Jesús mismo en 8,31 sobre el destino del Hijo del hombre.
La advertencia <<escuchadlo>> presenta a Jesús como el único maestro, que asume la figura del Profeta escatológico, del nuevo Moisés (Dt 18,15.18), el que propone la palabra definitiva de Dios. Los discípulos no tienen que escuchar ya a Moisés y Elías, sino a Jesús, que ilumina el designio divino en la historia, lo mismo respecto al pasado que en el presente. El AT no tiene nada que decir directamente a los discípulos; Jesús es su único intérprete, lo que salga de su boca es lo único válido. No hay, pues, dos revelaciones en paralelo. Jesús es la última relectura del pasado y juzga de su vigencia.
No hay reacción de los discípulos a la voz que sale de la nube; ellos, que no han aceptado la predicción del destino del Hijo del hombre, que anunciaba su muerte y resurrección (8,31), no reaccionan con temor a las palabras divinas, aunque el texto de Dt 18,19, en relación con el Profeta escatológico, decía: <<a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas>>. Subraya así el evangelista la falta de comprensión de los discípulos; siguen tan convencidos de su ideal mesiánico, que ni siquiera la intervención divina es capaz de hacerlos cambiar. Interpretan la voz de la nube, que define a Jesús, como un refrendo de las esperanzas nacionalistas que han depositado en él.
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