Mientras bajaban del monte les advirtió que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos.
El relato de la bajada del monte describe la vuelta desde la esfera divina a la historia. Ahora ya no se nombra a Jesús; en la primera parte del relato, su nombre ha aparecido cuatro veces (vv. 2.4.5.8).
Jesús toma la iniciativa. La falta de reacción positiva de los discípulos ha hecho ver que el cambio pretendido no se ha efectuado. Por eso Jesús les prohíbe divulgar lo que han visto, es decir, toda la experiencia anterior, que han interpretado mal, en clave de poder; en lugar de corregir su idea mesiánica, los discípulos se han confirmado en ella, y Jesús no quiere que la difundan, pues induciría a otros al mismo error. Sólo cuando su gloria quede vinculada con su rechazo y muerte, podrán contarlo. La resurrección se verá entonces como la rehabilitación del que murió en la cruz y el coronamiento glorioso de su entrega; ya no habrá equívoco alguno y podrá darse la verdadera interpretación de lo que han visto, colocarlo en su lugar, como consecuencia del don de de la vida. Lo sucedido se relatará como la anticipación de la resurrección misma y servirá para interpretarla.
El dicho de Jesús pone la escena de la transfiguración bajo el signo del Hijo del hombre. Jesús intenta así inculcar a los discípulos que el destino de ellos es el mismo suyo, que también para ellos la actividad en favor de los hombres acarreará una oposición que podría llegar a causarles la muerte, pero que ese final no será el fracaso que temen: también ellos están destinados a alcanzar el estado glorioso que se ha manifestado en él y que es la culminación de la condición humana.
La palabras de Jesús sobre la resurrección, que mencionan la muerte (<<de entre los muertos>>), son un compendio de la predicción anterior del destino del Hijo del hombre (8,31). Para los discípulos es una nueva ocasión de comprender y rectificar.
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