Entonces Jesús les dijo: <<El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis, y las aguas que va sumergirme a mí os sumergirán a vosotros; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mi mano concederlo más que a aquellos para quienes está preparado>>.
Ante la rotunda afirmación de Santiago y Juan, Jesús les predice que pasarán por una prueba tan dura como la de él, pero no les vaticina una muerte como la suya o el martirio. Teniendo en cuenta sus aspiraciones (v. 37), compartidas por el resto del grupo (como aparecerá en v. 41) y que van a dar pie a la severa advertencia de Jesús a los Doce que sigue a este relato (10,42-46a), no parece lógico interpretar sus palabras como una profecía que confirma la disponibilidad anterior de los hijos de Zebedeo al martirio (v. 39a: "Somos capaces") o como el anuncio de que, dada su posición, compartirán el mismo destino que él. Más bien, hay que interpretarlas como una declaración mediante la cual Jesús les asegura que la pasión y muerte que a él le aguarda constituirá también para ellos un trance difícil, porque acabará con todas sus esperanzas de triunfo terreno y sus expectativas de gloria. Lo que para Jesús va a suponer una penosa prueba, lo será también para los Zebedeos, aunque en otro sentido.
En su respuesta a los Zebedeos, afirma Jesús que el "sentarse a su derecha o a su izquierda", es decir, la participación en su condición gloriosa definitiva (sentarse), no es algo que él pueda decidir a su antojo (no está en mi mano concederlo); los puestos más cercanos a él tienen ya unos destinatarios y sólo a ellos se los puede ofrecer (más que aquellos para quienes está preparado). Son los puestos que Dios tiene reservados a cuantos, al llegar el momento de la prueba, respondan, por amor a la humanidad, con una entrega como la de Jesús. Estos puestos, por tanto, no están preparados por designio arbitrario de Dios, sino destinados a todos los que acepten la invitación de Jesús a compartir su destino (v. 38: "beber su copa" y "ser sumergido por las mismas aguas que él"). Ocupar esos puestos no depende, pues, de Dios o de Jesús, sino de los seguidores mismos; son ellos los que deben ponerse al lado de Jesús, asociándose a su entrega, para que él, a su vez, los haga partícipes de su realeza.
Ahora bien, en el decurso de los acontecimientos será la cruz el lugar donde se proclame la realeza de Jesús (15,26: "el Rey de los judíos"), y los puestos a su derecha y a su izquierda corresponderán de hecho a los dos crucificados con él (15,27). Estos son los puestos que, simbólicamente, deberán ocupar sus seguidores; por eso, a todos ellos les propone Jesús, como una de las condiciones para el seguimiento, que carguen con la cruz (8,34). En otras palabras, para estar a su lado en la gloria hay que estarlo antes en la cruz; la mayor o menor cercanía respecto a él dependerá de cómo han pasado la prueba decisiva.
Pero los puestos más próximos a Jesús no son exclusivos de nadie; no hay dos privilegiados entre sus seguidores que vayan a estar más cerca de él. Lo mismo que todos pueden ser primeros si se hacen últimos y servidores de todos (9,35; 10,31); así también todos, incluidos Santiago y Juan, por su entrega, pueden estar al lado de Jesús en su estado glorioso definitivo.
Nótese que, para nombrar a "la izquierda", Mc no pone en boca de Jesús la palabra que antes habían empleado los Zebedeos: en lugar de ex aristerôn (v. 37), denominación que en el lenguaje ordinario tenía sentido peyorativo, de mal agüero ("a la siniestra"), usa ex euônymôn (lit. "a la de buen nombre o augurio"), con el mismo significado, pero cambiando la connotación peyorativa por otra favorable. Indica así Mc que no hay prioridad o jerarquía entre los dos puestos, que no hay uno mejor que otro; los dos son iguales y ambos son figura de la plena comunión con Jesús en su gloria.
Como puede apreciarse, las palabras de Jesús a Santiago y Juan constituyen en el fondo una invitación, dirigida también a todos sus seguidores: esforzaos por seguirme en la prueba, porque todo está preparado para que compartáis mi gloria.
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