<<No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros tiene que ser servidor vuestro>>
En la severa advertencia que sigue, Jesús establece la radical oposición (al contrario) entre el sistema opresor que rige los pueblos paganos y el tipo de relación que debe existir entre los suyos (No ha de ser así entre vosotros). Pone así de relieve el contraste de su comunidad (primicia de la nueva sociedad humana o reino de Dios) con una organización social, como la pagana, basada en la tiranía y el despotismo de gobernantes y aristócratas.
La primera parte del aviso (el que quiera hacerse grande...) atañe a las relaciones intracomunitarias (entre vosotros... servidor vuestro) y excluye terminantemente de ellas todo dominio de unos sobre otros. En la comunidad de Jesús la grandeza no se mide por los patrones que rigen la sociedad; no viene determinada, como en ella, por el poder que uno tenga, por el puesto que ocupe en la escala social o por los títulos de prestigio que ostente. Para Jesús, la verdadera grandeza es la que confiere el servicio. No es el poder, ni el rango, ni los títulos lo que engrandece al ser humano, sino su disponibilidad y entrega a los otros. Por eso, la única grandeza a la que han de aspirar sus discípulos (el que quiera hacerse grande) es la del servicio mutuo (tiene que ser servidor vuestro); entre ellos no debería existir otra ambición que ésa.
Ahora bien, el servicio o diakonía que propone Jesús a los suyos y que, según él, los hará "grandes" no es el que presta de manera forzosa, obligado por las circunstancias y porque no queda más remedio, sino el que se realiza de forma voluntaria, el que nace del interés y la preocupación del otro, de la disposición a ayudarle en todo lo que necesite, del deseo de buscar siempre su bien y su realización; en definitiva, del amor. Servir por obligación humilla; servir por amor enaltece.
El servicio que los discípulos han de prestarse entre sí constituye una exigencia, que deriva del hecho mismo de ser seguidores de Jesús, y comporta un quehacer, una tarea, un ejercicio continuo de amor al prójimo que, cuanto más noble y desinteresado sea, más engrandece al ser humano. A este quehacer y a ese engrandecimiento es al que invita Jesús. En su comunidad todos han de ser servidores, todos han de estar al servicio los unos de los otros, y sólo así llegarán a ser "grandes". El servicio mutuo garantiza que ninguno sea tratado como siervo o considerado como inferior y que entre todos reine la igualdad.
En esta primera parte del aviso queda patente que el servicio que se presta por amor es el único camino que lleva a los discípulos de Jesús a ser "grandes"; con otras palabras, que la línea del desarrollo o crecimiento humano se encuentra, para Jesús, en la práctica del amor.
La cuestión sobre "quién era el más grande" se había suscitado ya entre los discípulos tras el segundo anuncio de Jesús de su muerte y resurrección (9,30-34). En aquella ocasión, Jesús advirtió a los Doce que debían renunciar a toda pretensión de preeminencia mundana, enseñándoles cuál era la verdadera grandeza: "<<Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos>>" (9,35). Pero, a la vista de la petición de los Zebedeos (10,37) y de la reacción de los restantes miembros del grupo (10,41), aquella lección cayó en saco roto; por eso, tiene que volver a insistir sobre ella.
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