Vosotros, en cambio, la tenéis convertida en una cueva de bandidos.
Después de citar a Isaías, Jesús formula su acusación. Lo hace poniendo de relieve el contraste entre lo que el templo debería haber sido ("casa de oración para todos los pueblos") y lo que en realidad es: una cueva de bandidos. Pone así de manifiesto cómo el sistema religioso judío, que tiene en el templo su expresión suprema, ha traicionado el designio de Dios.
En continuidad con lo dicho anteriormente sobre los destinatarios de la enseñanza de Jesús, el pronombre vosotros, puesto enfáticamente al principio de la frase no designa al pueblo llano, que es la víctima de la institución, sino a las autoridades del templo, que son las que han hecho de él lo que denuncia Jesús.
La expresión que usa Jesús para designar la realidad del templo, una cueva de bandidos, está tomada de Jr 7,11a: <<¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?>>. Con estas palabras termina Jeremías una invectiva contra la conducta del pueblo, en la que denuncia el culto hipócrita: "<<Robáis, matáis, cometéis adulterio, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos y después entráis en este templo (Jr 7,8-10)>>". En el mismo contexto anuncia el profeta la destrucción del templo: "<<Andad, id a mi templo de Siló, al que di mi nombre antaño, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo. Pues ahora, por haber cometido tales acciones,... trataré al templo que lleva mi nombre... lo mismo que traté a Siló>>" (Jr 7,12-14).
No hace Jesús una pregunta, como en Jr 7,11a, sino que afirma un estado existente: el templo se ha convertido en el lugar (una cueva) donde los bandidos ocultan su botín. La denuncia de Jesús es fortísima: acusa a los dirigentes del templo de ser unos bandidos y a lo que en él atesoran de constituir el producto de lo que en nombre de Dios han robado al pueblo. El profeta Jeremías acusaba a todo el pueblo; Jesús, a los dirigentes. Al llamarlos <<bandidos>> equipara su actividad a la de los salteadores de caminos; como ellos, no son más que unos ladrones y unos expoliadores.
Aunque Jesús no la mencione, para los que conocen el texto de Jeremías resuena en el ambiente la amenaza de destrucción del templo.
Es de notar que la actuación de Jesús acaba en enseñanza, no en un intento de desbancar a las autoridades del templo para llevar a cabo una reforma dentro de él. Jesús no pretende apoderarse del control del templo ni reformar esa institución. Como lo puso de manifiesto el pasaje de la higuera sin fruto (11,12-15a), la situación del templo es irreversible; el tiempo de ponerle remedio ha pasado ya. Lo que quiere Jesús es denunciar públicamente en qué han convertido los dirigentes la casa de Dios y hacer tomar conciencia al pueblo de la explotación de que es objeto. Su pretensión de fondo es dejar vacía "la casa del fuerte" (3,27 Lect.).
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