Ellos razonaban entre sí, diciéndose: <<Si decimos "de Dios", dirá: <<Y entonces, ¿por qué razón no le creísteis?>>; pero si decimos "cosa humana"...>> (Tenían miedo de la multitud, porque toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).
Los dirigentes se muestran inseguros, y ponderan entre ellos los pros y los contras de cada alternativa. Descartan desde el principio el primer miembro del dilema, que el bautismo de Juan hubiera sido cosa de Dios, pues, admitirlo, habría significado autoinculparse y poner a Jesús en bandeja el reproche (¿por qué razón no le creísteis?). De hecho, si hubieran reconocido que era de Dios, habrían debido aceptar la predicación de Juan y expresar con el bautismo el cambio de vida. Pero el dominio que ejercen sobre el pueblo y la explotación religiosa a que lo tienen sometido es la prueba evidente de que no habían renunciado a su injusticia. Han puesto sus ambiciones e intereses personales por encima de Dios y están dispuestos a defenderlos como sea.
Para justificar su falta de fe en Juan, desearían declarar que lo que él pedía no era cosa de Dios; es decir, que Juan era un falso profeta. Pero tampoco se atreven; también esto iría contra ellos, pues el pueblo, al que tienen sometido, se les pondría en contra. Aunque la multitud no aparece en la escena, el temor que muestran los dirigentes a la opinión pública insinúa que la discusión entre ellos y Jesús se desarrolla en medio de la gente.
Es la segunda vez que aparece el miedo de los dirigentes: antes tenían miedo a Jesús, que podría arrastrar a la multitud en contra de ellos (11,18); ahora tienen miedo a la multitud misma, si contradicen una persuasión arraigada en ella (toda la gente pensaba que Juan había sido realmente un profeta).
Jesús los ha puesto en una difícil alternativa: o delatar su propia injusticia o desafiar la opinión de la gente.
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