Respondió Jesús: <<El primero es: <<¡Escucha, Israel!: El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza>>.
Jesús comienza su respuesta citando el llamamiento de Dt 6,4-5 (¡Escucha, Israel!, etc.). Así empezaba el Shemá, profesión de fe que los judíos piadosos recitaban dos veces al día, mañana y tarde.
Las palabras introductorias: ¡Escucha, Israel!, no eran, sin embargo, necesarias para responder a la pregunta del letrado. Se ve que Jesús no solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, haciendo suya la exhortación de Moisés al pueblo. Pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura; él mismo hace el llamamiento a todo Israel, invitándolo implícitamente a la enmienda (cf. 1,15).
En el Shemá, el precepto del amor no tenía el suficiente relieve, pues estaba ahogado en otras prescripciones y advertencias. De hecho, además de las dos bendiciones iniciales y la bendición final, comprendía Dt 6,4-9 (precepto de amar a Dios), Dt 11,13-21 (principio de la retribución, premio y castigo) y Nm 15,38-41 (precepto de llevar borlas en el manto).
Jesús, en cambio, destaca el mandamiento que resume la actitud exigida por Dios respecto a él en la antigua alianza. Está interpretando el sentido profundo de la Ley. Recuerda a Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo (11,17), ni el César que los somete (12,16).
Consecuencia y exigencia de la unicidad de Dios como Señor es el amor total del hombre a él, amor que significa entrega y fidelidad. Interiormente, el israelita ha de estar orientado hacia Dios con toda su realidad: el corazón, que denota la inteligencia y los sentimientos; el alma, es decir, la vida, la existencia individual y concreta; la mente, la facultad para comprender o la manera de pensar; y la fuerza, la capacidad de actuar, poniéndola toda al servicio del plan de Dios. Como se ve, entre los tres miembros que figuran en Dt 6,4-5 ("corazón", "alma", "fuerza"), Jesús intercala otro, mente, que explicita y subraya una de las denotaciones de corazón. Es posible que con ello quiera recordar a Israel su contumacia (cf. 10,5), es decir, la oposición de sus ideas a las de Dios y la terquedad en mantenerlas, para exhortarlo a rectificar. La enumeración, sin embargo, es ante todo una manera retórica de expresar que el hombre entero se debe a Dios.
Con su proclamación, Jesús pide a Israel que rompa con todos los otros señores, los que él ha denunciado antes. El mandamiento es tan exclusivo que no admite simultáneamente otras vinculaciones. El amor a Dios expresa el reconocimiento de su señorío y lo hace realidad; centra al hombre en Dios y lo identifica con su voluntad. Los intereses de Dios se hacen intereses del hombre.
"Dios" es denominación absoluta; "Señor", relativa. La relación del israelita con ese Señor es la de obediencia (Éxd 24,7; Dt 11,13-15.26-28; 30,15-18; Jos 24,24), pero no basada en la imposición ni en el temor, sino en una relación personal y profunda con él (amor), que ha de traducirse en una conducta acorde con su voluntad.
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