El segundo es éste: <<Amarás a tu prójimo como a ti mismo>>.
La respuesta de Jesús rebasa la pregunta del letrado: el mandamiento primero de todos no es uno sólo, va unido a un segundo del que no se puede disociar; en la antigua alianza el amor-fidelidad a Dios era inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre. La relación con Dios, expresada en el primer mandamiento, ha de reflejarse en el comportamiento con los seres humanos; tiene esa consecuencia necesaria.
Para enunciar el segundo mandamiento, Jesús cita el texto de Lv 19,18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, que no estaba incluido en el Shemá. En este texto del Levítico, el prójimo se refiere a los compatriotas, aunque en Lv 19,34 se extiende a los inmigrantes extranjeros; es posible que en épocas posteriores no se entendiese el mandamiento en sentido tan restringido.
Tal como lo formula el Levítico, el paradigma del amor al prójimo era el amor a sí mismo; es decir, cada uno encuentra en sí la norma de la propia conducta con los demás. Los bienes que desea para sí mismo debe desearlos para los otros; lo que él procura evitar para sí debe procurar evitarlo para los demás. Sin embargo, la expresión como a ti mismo fue ordinariamente entendida en el judaísmo en sentido de abstención, es decir, no hacer al prójimo lo que uno no querría que le hiciesen a él. Dios era el valor absoluto ( con todo tu corazón, etc.); el hombre, relativo (como a ti mismo). El segundo mandamiento tendía a crear condiciones de convivencia humana; su práctica habría sido la preparación para la plenitud del reino mesiánico.
Por esta unión de los dos mandamientos queda patente que el amor a Dios no lleva de por sí a la expresión religiosa, sino al comportamiento ético. De los contenidos del AT, Jesús corrobora la línea profética, dejando de lado la cultual o sacerdotal (cf. 1 Sam 15,22; Is 1,11; Os 6,6; Sal 51,20-21; 40,7; Prov 21,3; 16,7, etc.).
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