<<Todavía tenía un hijo amado; se lo envió el último, diciéndose: "A mi hijo lo respetarán". Pero los labradores aquellos se dijeron: "Este es el heredero. ¡Venga!, lo matamos y será nuestra la herencia". Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña>>.
Viendo que con los siervos-profetas todo era inútil, el propietario-Dios apela al último recurso: el envío final y decisivo de su hijo amado. Con el término "amado/querido" (gr. agapêton) o, si se prefiere, "único", Mc está aludiendo a Jesús (cf. 1,11; 9,7), el Mesías, que no viene a tomar venganza, sino a ofrecer la salvación, a demostrar hasta donde llega el amor de Dios: pese al continuo rechazo, siempre espera algo de los seres humanos, no los considera definitivamente endurecidos. Dios no se da por vencido; en Jesús, suprema manifestación de su amor, va a presentarse a su pueblo. Es, sin embargo, la última oportunidad (lo envió el último). No habrá otra después de ésta, porque el Hijo es lo máximo que Dios puede dar: es la imagen exacta del Padre, posee su misma vida-amor, constituye su presencia entre los hombres. El último marca el final del plazo (1,15: ho kairos), el término de la antigua alianza.
El envío del Hijo debería convencerlos (A mi hijo lo respetarán). Pero ellos ponen sus propios intereses por encima de los de Dios y, una vez más, se niegan a reconocer sus derechos. La expresión los labradores aquellos insiste en señalar a los responsables, recordándoles su posición subordinada.
Los labradores hablan entre ellos y llegan a una decisión común. Aunque saben quién es el nuevo enviado (Éste es el heredero), lo ven como un rival, como alguien que puede privarlos de lo que, de hecho, han usurpado, y se proponen matarlo para excluir toda alternativa a su ambición de dominio y apropiación. Resolverían así la situación para siempre; matando al heredero, el último recurso del propietario, nadie más reclamaría la herencia y pasaría a sus manos.
La acción (¡Venga!, lo matamos), con la que piensan obtener su propósito (así será nuestra la herencia), va a ser común y esto los hace a todos (dirigentes y pueblo) responsables de lo que va a ocurrir. Es una decisión consciente y compartida que muestra hasta donde están dispuestos a llegar con tal de quedarse con la herencia: hasta el asesinato del heredero. "La herencia" es término técnico para designar a la tierra y al pueblo de Israel. Al matar al legítimo heredero, se apoderarán ilegítimamente de la herencia. El proyecto divino (la viña) dejaría de ser así de Dios y pasaría a ser propiedad de ellos; suplantarían a Dios y asumirían sus funciones.
Inmediatamente, pasan de la decisión a la ejecución (agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña). Mc utiliza los dos verbos ("agarrar" y "matar") que, respectivamente, abrían y cerraban la reacción violenta de los labradores ante los siervos; indica así que lo que hacen con el heredero resume y culmina todo lo anterior. La maldad de los labradores llega a su colmo; no sólo echan mano del hijo y lo matan, sino que, además, ultrajan su cadáver, negándole una sepultura digna: lo arrojaron fuera de la viña. Asesinan al hijo y heredero y, encima, no se molestan ni en enterrarlo; arrojan su cuerpo fuera del cercado como a un perro, para que se lo coman las alimañas. Dicho en otros términos, excluyen definitivamente a Jesús (el Hijo) del proyecto de Dios (la viña) que, empezando por Israel (los labradores), tenía como objetivo la transformación de la humanidad entera (el reinado de Dios).
Los que deberían aceptar a Jesús como el Mesías salvador de Israel, lo arrojan fuera de la sociedad israelita como enemigo del pueblo; se comportan con él igual que si se tratara de un maldito, un excomulgado o un impuro (cf. Lv 14,41). Al último y definitivo enviado de Dios lo eliminan hasta de su memoria (ausencia de sepultura), como si nunca hubiese existido en Israel. Frustran así para siempre el plan divino sobre ese pueblo.
Dirigentes y pueblo (los labradores) han maltratado y asesinado sucesivamente a los enviados (los siervos) que, de parte de Dios (el dueño), les recordaban las exigencias divinas (el fruto); finalmente, asesinan también al Hijo (Jesús), matando con él la última esperanza. Con ello traicionan el plan de Dios sobre Israel; renuncian a su historia, que arranca de la elección divina y la alianza con Dios. El asesinato del Hijo es un intento de eliminar a Dios mismo; al enfrentarse con él y rechazarlo en la persona de Jesús, dejan de ser el pueblo de Dios. No se dan cuenta que, matando a Jesús, el Mesías, firman ellos mismos su sentencia de muerte (cf. v. 9); al intentar apoderarse del proyecto de Dios (la viña), van a provocar la destrucción de Israel como nación.
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