Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en cambio, de su penuria, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida.
Jesús basa su paradoja en un cambio de oposición: en vez de la existente entre "echar mucho" y "echar poco", que está en el plano de la cantidad, él establece otra entre "echar de lo que les sobra" y "echar de lo imprescindible", pasando así del plano material o económico al existencial o moral. No se trata de cuantificar quién ha dado monetariamente más, sino de valorar la calidad de lo que se ofrece. Todos echan de lo superfluo, de lo que no afecta sustancialmente a sus vidas; la viuda, en cambio, que apenas tiene nada (de su penuria), lo ofrece todo, no sólo su dinero, que es insignificante (dos monedillas), sino su vida misma (todos sus medios de vida). De este modo, los donativos al templo pasan a ser figura de la entrega de la persona a Dios.
Aparece así la diferencia entre los donativos de la multitud y el de la viuda. Dar de lo superfluo significa no entregar a Dios lo esencial, expresado antes en el mandamiento principal: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda mente y con todas tus fuerzas" (12,30.33). Dar lo imprescindible, como hace la viuda, indica lo contrario: esta mujer ofrece a Dios su propio vivir, es decir, su persona misma. Ella sí cumple el mandamiento. Se entrega enteramente a Dios y se pone en sus manos.
En otras palabras, para la multitud, Dios no es el valor fundamental, no es el centro de su existencia, puesto que le dan lo accesorio. En cambio, con su óbolo, la viuda hace de Dios el valor supremo, por encima de su propia persona, y, al poner su vida en manos de Dios, pues no tiene más medios de subsistencia que los que le ofrece, se entrega ella misma a él. La donación de todo lo que tiene es un riesgo, pero ella se fía de Dios. La insistencia de Jesús en la totalidad de la entrega de la mujer (todo lo que tenía, todos sus medios de vida), hace ver que ésta cumple plenamente el mandamiento antes citado (12,30.33). La viuda manifiesta el amor sin reservas a Dios, expresado figuradamente en el total desprendimiento de todo lo que posee.
La unicidad de la viuda se contrapone a los muchos ricos y a la multitud en general. Ella representa el verdadero Israel, fiel a Dios, antítesis de los dirigentes, infieles a Dios por su afán de poder y de dominio. Es figura del pueblo que realmente cree en Dios y se entrega a él. Hace su donativo al templo pensando que allí está Dios, aunque se engaña: allí sólo importa el dinero. Le han quitado a su Dios, porque el templo, que debía haber sido la casa del Señor, es una cueva de bandidos (11,17).
Por otra parte, la viuda es el exponente de hasta dónde llega la explotación a que el templo somete a los fieles. La institución religiosa no tiene escrúpulo en arrebatar a los más débiles incluso la vida.
Jesús no exhorta a los discípulos a seguir el ejemplo de la viuda: ésta es el prototipo del Israel fiel, no del seguidor de Jesús. Pero quiere que rectifiquen sus criterios, dándose cuenta de dónde está el Israel que vale a los ojos de Dios, y hasta dónde llega la maldad del sistema. La viuda, no el esplendor del templo ni la riqueza del tesoro, es la gloria de Israel.
No señala el evangelista ninguna reacción de los discípulos a las palabras de Jesús, dando a entender con ello que no las comprenden o no las aceptan.
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