sábado, 1 de junio de 2024

Mc 13,2

 Jesús le dijo: <<¿Ves esos grandes edificios? No dejarán ahí piedra sobre piedra que no derriben>>.

Para Jesús, el templo-institución no ha cumplido la misión que Dios le había asignado, que no era procurar ni representar la gloria humana de Israel, sino revelar el verdadero Dios a la humanidad entera (11,17). El Dios que lo habita no lo era exclusivamente del pueblo judío, sino de todos los hombres. La misión de la institución israelita no era política y nacionalista, sino religiosa y universal: era sólo intermediaria entre todos los pueblos y Dios. Al no realizarla, pierde su significado. La gloria de Israel no se funda en edificios ni en grandeza humana, sino en la fidelidad a Dios (11,17; 12,1ss.43s).

Sin embargo, a la admiración y adhesión del discípulo no opone Jesús un juicio negativo sobre la realidad del templo; se mantiene en la misma línea que su interlocutor. Va a referirse al templo no como lugar sagrado, sino como lo ve el discípulo, es decir, como la expresión concreta de la gloria de Israel y del ideal nacionalista.

En su frase, Jesús sustituye el ponderativo "¡qué [magníficas]!" por el adjetivo "grandes", que denota el tamaño, pero no incluye los rasgos de excelencia ni admiración. Jesús no se vincula a esas construcciones. Al contrario, pretende enfocar la visión del discípulo, despojándola de los elementos subjetivos que éste ha añadido. Implícitamente le está diciendo que la mera grandeza material no es base suficiente para una valoración positiva (excelencia) ni, en consecuencia, para motivar una adhesión.

En realidad, el esplendor aparente encubre la debilidad; Jesús anuncia la total destrucción (cf. Miq 3,9-12; Jr 7,11s). El agente que no dejará piedra sobre piedra no está mencionado, pero sí supuesto. El que derribe los sillares será un sujeto humano enemigo de la nación judía, es decir, una nación o naciones paganas. La organización de los elementos "sillares" que había dado existencia a los grandes edificios, va a ser sometida a un derribo que hará desaparecer la construcción.

Lo mismo que la existencia de los edificios era signo del poder de Israel como nación. La demolición total queda subrayada por la frase final: que no derriben, que excluye hiperbólicamente la mínima excepción. Lo que era signo de grandeza se convertirá en signo de aniquilación. Jesús no señala el tiempo en que ha de ocurrir. Pero, al ser el pueblo judío incapaz de impedirla, quedará destruida su pretensión de gloria, es decir, de riqueza, poder y eficacia. De la ruina futura se deduce que no hay razón objetiva para afirmar la superioridad de Israel como nación ni para el triunfalismo del discípulo.

La predicción de Jesús sigue una determinada línea profética, donde se anunciaba la destrucción del templo como consecuencia o castigo de la infidelidad de Israel; cf. Miq 3,12: "Por vuestra culpa Sión será un campo arado, Jerusalén será una ruina, el monte del templo un cerro de breñas"; Jr 26 (33),6: "Yo trataré a este templo como al de Siló, y esta ciudad será fórmula de maldición para todas las naciones"; cf. 1 Re 9,6-9.

La grandeza y poder simbolizada por los edificios no pertenece al plan divino sobre Israel y, por entrar en colisión con la de otros pueblos con las mismas aspiraciones, está condenada al fracaso.

La información que da Jesús al discípulo sobre el acontecimiento futuro lo capacita para que saque una consecuencia: no ha de admirar esa realidad ni dar su adhesión a ese ideal humano de grandeza; es decir, debe renunciar a su programa nacionalista.

El texto no registra reacción inmediata alguna a la predicción. Se expresará en el v. 4, por boca de Pedro y sus compañeros.

LA BIBLIA

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