<<Es como un hombre que se marchó de su país: dejó su casa, dio a los siervos su autoridad -a cada uno su tarea->>...
Jesús comienza una analogía: Es como un hombre que se marchó de su país, que tiene conexiones en el evangelio. Es claro el nexo de este texto con la parábola de los viñadores (12,1-9): mención de un hombre (12,1); correspondencia de se marchó de su país con 12,1: la mención del momento (12,2: "a su tiempo"), la de los siervos (12,2.4) y la relación de el Señor de la casa con "el dueño/señor de la viña" (12,8). Además, los malos tratos a los "siervos" en la parábola enlazan con el contexto de persecución, implícito en el término "momento/hora".
Aparecen igualmente ciertas conexiones con la primera parábola del Reino (4,26-29), donde, en primer lugar, se habla también de "un hombre"; en segundo lugar, la expresión de la parábola "sin que él sepa cómo" (4,17), recuerda el "no sabéis cuándo va a ser el momento" (v. 33); por último, el momento (que será el de la sazón del fruto) está en relación con "el fruto que se entrega" de la parábola (4,29).
Puede decirse, por tanto, que, por estas relaciones, en la analogía de vv. 34-36 se trata del reinado de Dios: por la conexión con 4,26-29, en cuanto ese reinado, a nivel individual, significa la entrega de la persona (4,29), y, por la conexión con la parábola de los viñadores, en cuanto, a nivel social, va a ser transferido a los paganos (12,9).
... dejó su casa. El término casa/hogar (gr. oikia) denota en Mc un ambiente de relación personal; añade el simple "casa/local" (gr. oikos) el rasgo de vinculación entre sus moradores, dominando así el sentido de hogar/familia. La casa/hogar de Jesús (cf. 2,15; 9,33b; 10,10) representa la nueva comunidad, compuesta por los dos grupos de seguidores, los discípulos, que proceden del judaísmo, y los otros, que no proceden de él. Esta mención de su casa tendrá un paralelo en la denominación "el señor de la casa" (v. 35a).
En cuanto nueva familia (3,35) la casa/hogar de Jesús, comunidad universal, trasciende y sustituye a "la casa de Israel", comunidad étnica; en cuanto lugar de la presencia de Jesús, sustituye al templo (cf. 11,17).
La sucesión de formas verbales crea en este pasaje una incongruencia narrativa. En efecto, respecto al verbo dejó (gr. participio apheis), las formas dio (gr. participio dous) y mandó (v. 34b) están en relación de posterioridad inmediata, y esto produce una aparente falta de lógica, pues la acción de "marcharse" (dejó su casa) debería seguir a las de "dar" y "mandar". Como de ordinario, este "obstáculo" en la narración es un recurso del autor para señalar el sentido teológico del pasaje.
De hecho, dado el sentido figurado de "la casa", que representa a la comunidad, "dejar su casa" significa "separarse de los suyos". El pasaje expone, pues, el aspecto voluntario de la muerte de Jesús, en sentido complementario al expuesto en 2,20: "llegará un día en que les arrebaten al esposo". La metáfora usada, "marcharse de su país", es muy apta para figurar la muerte. La separación local connota la invisibilidad y la ausencia de acción directa, como se explicita a continuación: la actividad queda confiada a los "siervos". Jesús se separa de los suyos y les deja la responsabilidad de la misión futura.
El término siervo (gr. doulos) ha aparecido una vez aplicado a los miembros de la comunidad de Jesús: "el que quiera entre vosotros ser primero, ha de ser siervo de todos" (10,44). Se encuentra en oposición a "los que figuran como jefes de las naciones" y "a sus grandes" (10,42). En este contexto de pueblos paganos, designa a los seguidores de Jesús como a los que se ponen voluntariamente junto a los que sufren la opresión de los poderosos, renunciando a toda clase de dominio; su misión será rescatar a todos los tiranizados por los gobernadores de cualquier país (cf. 10,44.45).
Teniendo en cuenta este dato, hay que concluir que en nuestro pasaje, "los siervos" no lo son de Jesús, representado por el hombre que deja su casa, sino, como en 10,44, "de todos". Por lo demás, en la lógica de Mc, el texto de 10,45: "no he venido para ser servido", que se refiere a los miembros de su comunidad, excluye que pueda hablarse de "sus siervos". Son los enviados de Jesús (cf. 12,2-5: enviados de Dios) a todas las naciones.
La analogía continúa, pues, en forma figurada, el tema de la misión universal. El término "siervos" introduce por su parte, un nuevo concepto, el de "servicio", que será desarrollado a continuación.
La autoridad o "capacidad" (gr. exousia) que Jesús comunica a los siervos es la suya propia, la del Hijo del hombre. En 2,10 (el paralítico) concierne ante todo a la liberación de un pasado de injusticia (el perdón de los pecados); pero, al mismo tiempo, la ejerce Jesús para comunicar vida, para abrir un futuro (2,11-12). Por otra parte, el término aparece cuatro veces en 11,28-33m denotando la autoridad de Jesús para denunciar públicamente la corrupción del templo y sus dirigentes. Los terrenos en que se ejerce la autoridad de Jesús son, pues, el perdón de los pecados, comunicando vida al que tiene fe (2,5.10.12), y la actividad de denuncia (11,28ss). Confiere además autoridad a los discípulos sobre los espíritus inmundo (6,7), es decir, sobre los fanatismos ocultos que impiden la aceptación del mensaje.
El texto de 2,10 hace ver que la "autoridad" compete a Jesús en cuanto es "el Hijo del hombre", es decir, el portador del Espíritu (1,11), la fuerza del amor del Padre. Dar a "los siervos" su propia autoridad significa comunicarles el Espíritu que él posee (cf. 1,8). Es una capacitación, análoga a la suya, para realizar la actividad propia de cada uno (a cada uno su tarea).
Esta tarea personal ha de seguir la línea de la "autoridad" de Jesús, es decir, liberar al ser humano de su pasado de injusticia y comunicarle vida. Ésa es la tarea propia de la condición de "siervos" y en ella ha de consistir su servicio universal (10,44: "siervo de todos"), aunque con diferentes modalidades, en cuanto el servicio pertenece a la decisión de la persona, cae bajo su responsabilidad y ha de llevarse a cabo según el modo personal de cada uno. Común es, pues, la capacitación; individual la realización. Todos participan del Espíritu de Jesús y cada uno es responsable de su actividad. El don de la "autoridad" significa, por tanto, una transferencia de responsabilidad: la acción que Jesús ha llevado a cabo en la tierra ha de ser continuada por los suyos.
También la relación de la "autoridad" con el Espíritu resuelve la aparente falta de lógica narrativa a la que se aludió antes: el don del Espíritu es efecto de la muerte de Jesús (15,37); de ahí que en la analogía se mencione la marcha al extranjero (figura de su muerte) antes que el don de la autoridad a los siervos y el mandato al portero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario