Estando él en Betania en la casa de Simón, el leproso, mientras estaba recostado, ...
Para empezar la perícopa, Mc sitúa a Jesús en Betania, aldea que representa al pueblo que está bajo el influjo ideológico de Jerusalén (11,2 Lect., cf. 8,23; 11,11.12) y, por ello, profesa el ideal de un Mesías nacionalista y triunfante. Jesús se encuentra, por tanto, en un ambiente contrario a sus planteamientos.
Mc precisa aún más la localización: dentro de Betania, Jesús está en la casa de Simón, el leproso. El dato es sorprendente, porque el evangelista suele ser bastante impreciso en la utilización de los nombres propios y de lugar, y, para determinar su significado, hay que analizar primero el nombre (Simón) y luego el apelativo (el leproso).
En primer lugar, se habla de este Simón como de un personaje conocido: no dice Mc "en casa de cierto (o de un tal) Simón, es decir, no presenta por primera vez al personaje, sino que da por supuesto que los lectores pueden identificarlo. Se trata, pues, de un Simón del que éstos ya tienen noticia. Hasta ahora, han aparecido en el evangelio tres individuos con este nombre: dos en la lista de los Doce, Simón Pedro (3,16) y Simón el Fanático (3,17); el tercero, uno de los hermanos de Jesús (6,3). La mención de la casa de Simón, determinada, invita a referirlo a Simón Pedro, en cuya casa estuvo Jesús al principio de su actividad (1,29: "fue a la casa de Simón [y Andrés]"). Mc aludiría así a aquel episodio donde Jesús dio la salud a la suegra de Simón, antes de que éste recibiera el sobrenombre de "Pedro" (cf. 3,16). Esto nos situaría al comienzo del ministerio de Jesús e insinuaría que la actitud actual de Simón [Pedro] es la misma de aquellos primeros días, la de un reformismo violento (1,30 Lect.).
Ahora bien, que Simón [Pedro] tenga ahora su casa en Betania, cuando la suya propia estaba en Cafarnaún, fuerza a admitir que el evangelista está usando un lenguaje figurado. "Habitar en Betania" significa participar de una ideología representada por "la aldea", la de un Mesías poderoso, restaurador de la gloria de Israel. Tal es el caso de Simón [Pedro].
Siendo Simón [Pedro] el primero de la lista de los Doce (3,16), puede ser considerado el representante del resto de los discípulos. De hecho, el término griego oikia, "casa", no designa sólo un edificio, sino un hogar, una comunidad humana (cf. 2,15), en este caso, el círculo que rodea a Simón. Esa es la razón por la que Jesús aparece en Betania, no porque este lugar, contrario a su mesianismo, pueda ser residencia suya, sino porque están allí sus discípulos, quienes, como Simón [Pedro], profesan el ideal mesiánico del pueblo. La casa es la de Simón, no la de Jesús, porque es la actitud de este discípulo la que, como sucedió al principio (1,36 Lect.), se impone al resto. A pesar de esta discrepancia, Jesús no los abandona.
El segundo elemento resulta más difícil de explicar: el anfitrión, Simón, es llamado el leproso. Pero es inconcebible que el evangelista presente al lado de Jesús un leproso en sentido literal y que él mismo u otros no le pidan que lo libre de la lepra; además, estaba prohibido a los leprosos tener contacto con los habitantes del lugar. Esta lepra, por tanto, ha de tener necesariamente un sentido figurado.
El primer y único leproso que ha aparecido en el evangelio (1,40-45 Lect.) representaba la marginación extrema dentro de la sociedad judía, que lo consideraba impuro y, por tanto, alejado de Dios. En el caso que nos ocupa, la lepra, en su sentido figurado, tiene que significar que Simón [Pedro] y, con él, el resto de los discípulos/los Doce, por su vinculación a Jesús, no sólo se sienten dolorosamente rechazados por la sociedad judía que los rodea (representada ahora por Betania, donde tienen su morada), sino que, por su concepción mesiánica, común a la de esa sociedad, pero opuesta a la de Jesús, están ellos mismos alejados de Dios.
Ahora bien, aceptar voluntariamente el rechazo de la sociedad hasta el extremo fue la segunda condición que puso Jesús para seguirlo (8,34: "que cargue con su cruz", Lect.). Siendo consciente de la oposición que suscita Jesús, el seguidor no debe extrañarse de este rechazo y ha de asumirlo. El que, como Simón [Pedro] y los que él representa, se siente "leproso", es decir, dolorosamente marginado por la sociedad en la que vive, es el que no ha aceptado de forma voluntaria esta marginación, sino que la soporta a la fuerza.
En realidad, Pedro tampoco ha aceptado la primera condición del seguimiento (8,34: "que reniegue de sí mismo", Lect.), que le exigía renunciar a toda ambición de poder y prestigio social. Él y sus representados siguen ideológicamente vinculados al judaísmo y a sus ideales de gloria nacional y victoria sobre los paganos. Por eso, les es insoportable la marginación que sufren por parte de esa sociedad, con la que tienen tanto en común.
Con estos trazos describe Mc el ambiente que reinaba en el grupo de discípulos cuando las autoridades judías estaban planeando la muerte de Jesús y su detención era inminente (14,1-2). Pedro y los demás discípulos siguen acariciando sus ideales de grandeza para Israel y, si continúan con Jesús, es porque, ignorando las repetidas predicciones de su pasión y muerte, aún esperan que, como Mesías Hijo de David, sea capaz de derrotar a sus enemigos. Al mismo tiempo, se encuentran dolidos por el rechazo social que sufren por su vinculación a Jesús. No se dan cuenta de que con estas actitudes ellos mismos se alejan de Dios (se vuelven "leprosos").
Jesús aparece recostado, solo él, sin estar acompañado por comensales. No hay paralelo, pues, con el banquete en casa de Jesús y de Leví (2,15 Lect.), sino oposición. Jesús no está en "su casa", sino en la de Simón. Su postura, "recostado" o "yacente" (cf. 1,30; 2,4), prefigura su muerte.
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