<<Porque el Hijo del hombre se marcha, según está escrito acerca de él, pero ¡pobre del hombre ese que va a entregar al Hijo del hombre!>>.
Jesús se designa ahora como el Hijo del hombre, lo mismo que en los anuncios de la Pasión (8,31; 9,31; 10,33; cf. 9,12; 10,45; 14,41). Es la denominación que realmente refleja lo que es Jesús; expresa que en él se realiza la plenitud del hombre, que él posee y representa la totalidad de los valores humanos. Esa es la realidad del verdadero Mesías; no la de un guerrero victorioso, caudillo de Israel, como lo esperan los Doce, sino la de un modelo de hombre pleno, que invita a todo ser humano a la plenitud y quiere capacitarlo para ella. Al aferrarse a los ideales de triunfo terreno y reducir su horizonte a la nación judía, los Doce han bloqueado su desarrollo personal y, en consecuencia, impiden el de los demás. Al usar la denominación el Hijo del hombre, Jesús les recuerda el ideal humano al que han renunciado.
El Hijo del hombre se marcha indica de nuevo, mediante un eufemismo ("marchar" por "morir"), la voluntariedad de la muerte de Jesús; aunque serán otros los que lo maten, es él quien se marcha, camino de la gloria-resurrección. El pasaje de la Escritura al que se alude (según está escrito acerca de él) puede ser Jr 43,19 (LXX): "No sepa un hombre adónde te marchas", lo que sugeriría el fracaso de la traición, cuyo desenlace no será la muerte, sino la vida, aunque el traidor no lo sepa.
Ya en 9,31 había aparecido el antagonismo entre "ciertos hombres" y "el Hijo del hombre", portador del Espíritu (Lect.). Ahora ese antagonismo aparece encarnado en el hombre ese. Es él quien va a entregar al Hijo del hombre, el que actúa como su enemigo mortal. Mientras el Hijo del hombre se encamina hacia la plenitud (se marcha), el hombre ese, al oponerse a Jesús y entregarlo a la muerte, va al fracaso existencial.
Oponerse a Jesús es oponerse al hombre, a lo humano, y entregar a Jesús, pretender eliminarlo, es renunciar en uno mismo y querer matar en los demás todo lo que ennoblece al hombre, lo que es propio suyo.
Jesús lamenta la suerte del traidor (¡Pobre el hombre ese...!), con su traición renuncia radicalmente al ideal de plenitud humana que encarna Jesús.
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