jueves, 4 de julio de 2024

Mc 14,23

 Y, tomando en la mano una copa, pronunció una acción de gracias, se la dio a ellos y bebieron de ella todos.

Tras repartir el pan, sin que Mc señale intervalo, Jesús coge una copa y, según la costumbre, da gracias a Dios. En este caso, no usa Mc el verbo "pronunciar una bendición", de sabor semítico, como ha hecho con el pan (v. 22) y lo había hecho en el primer reparto de los panes (6,41), destinado a los judíos. Dice, en cambio, pronunció una acción de gracias, de sabor griego, como lo había hecho en el segundo reparto (8,6), que exponía el Éxodo del Mesías para los paganos. Se insinúa así que la participación en la Cena es extensiva a todos los hombres. Aunque sólo los discípulos/los Doce asisten a ella, Mc alude de nuevo a la futura presencia de los que no proceden del judaísmo.

Jesús da gracias a Dios por su amor generoso. A continuación les pasa la copa a los discípulos (se la dio a ellos). No explica aún el significado de su gesto, pero la mención de la copa pone este pasaje en relación con 10,38s, donde, ante la petición de los Zebedeos, Jesús, usando una imagen del AT, habla de "la copa" (= el trago amargo") que va a beber, símbolo de la prueba dolorosa que le aguarda y que, en su caso, terminará en la muerte (10,38a: "¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo [lit.: beber de la copa que voy a beber yo]?"; 10,39: "El trago que voy a pasar yo, lo pasaréis [lit.: La copa que voy a beber yo, la beberéis]").

En ese mismo pasaje, "la copa" está en paralelo con "el bautismo" (agua destructora) que él va a recibir (10,38: "las aguas que van a sumergir a mí [lit.: el bautismo con el que yo seré bautizado"]), y éste, evidentemente, con el bautismo de Jesús en el Jordán, que expresa su compromiso de llevar a cabo su misión en favor de la humanidad, aun a costa de su propia vida (cf. 1,9-11 Lect.).

"Copa" y "bautismo" son, pues, metáforas de una prueba dolorosa y amarga, que puede llegar -aunque no necesariamente-  hasta la pérdida de la vida (cf. 10,35-41 Lect.). La imagen de la "copa" marca la aceptación voluntaria de la prueba ("beber"); la del "bautismo" ("ser sumergido"), su carácter inevitable. En la Cena, al coger la copa, Jesús toma en su mano su vida, la que él va a entregar para la liberación de la humanidad (10,45).

Jesús ha ofrecido a los discípulos el pan, pero no les ofrece la copa; en cambio, no se ha mencionado que los discípulos coman el pan, pero se subraya que todos bebieron de la copa (y bebieron de ella todos). Hay una sola invitación (v. 22: Tomad) y un solo acto (bebieron). Estos datos indican que "comer el pan" y "beber de la copa" son actos inseparables. El pan representa a la persona y obra de Jesús; la copa es su entrega hasta el fin. Ambos son el "alimento" que da vida al hombre y lo desarrolla plenamente, la expresión  suprema del amor de Jesús al género humano, que reproduce el de Dios. No se puede, pues, adoptar como norma de vida la persona de Jesús y su actividad liberadora ("comer de su pan") si no se está dispuesto también a una entrega como la suya, ("beber de su copa"). La verdad de aceptar el pan se ve en el beber de la copa; el compromiso de quien sigue a Jesús incluye, necesariamente, la disposición a darse por entero a los demás, como él.

Pero el gesto de Jesús es insólito. Beber todos de la misma copa (todos bebieron de ella) era contrario a la costumbre, pues cada comensal tenía la suya. Con este hecho indica Mc que Jesús invita ahora a los discípulos a participar voluntariamente en su prueba, como ya lo había anunciado a los hermanos Zebedeos (10,39). Deben hacer suya la entrega de Jesús y comprometerse a no desistir de la adhesión a él y de la actividad salvadora (representadas por el pan) ni siquiera por temor a la muerte; mostrarán así la fidelidad inquebrantable de su amor a la humanidad.

Como Jesús, también ellos van a ser entregados (13,11s), y los discípulos se comprometen a llegar hasta el final. Ninguno deja de hacerlo; en esta escena ideal, todos beben, respondiendo unánimes al gesto de Jesús. Beben de la misma copa, porque todos han de vincularse a la entrega de Jesús; todos han de hacerla suya y todos participarán de sus frutos. Al lector del evangelio, la precisión bebieron todos le indica que nadie que quiera ir con Jesús puede eximirse de este compromiso; es éste el que lo constituye seguidor.

Beber de la copa equivale, pues, a cumplir la segunda condición del seguimiento (8,34: "cargue con su cruz"). El seguidor de Jesús ha de asumir por anticipado la hostilidad de la sociedad injusta. De este modo, la participación en la eucaristía renueva el compromiso de seguir a Jesús hasta el final (8,34), el propósito de no poner límite al amor. Es precisamente el contenido del mandamiento de Jesús a sus seguidores: "manteneos despiertos" (13,34.35.37), es decir, vivid en cada momento dispuestos para la acción, sin echaros atrás ante la persecución ni incluso la amenaza de muerte.

Sin embargo, como en el caso del pan, también la copa tiene un segundo aspecto: el vino que hay en ella (aunque aquí no aparezca el término) ha sido mencionado en la perícopa de los amigos del novio/esposo (2,22: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos... A vino nuevo, odres nuevos"). Ahora bien, atendiendo al Cantar de los Cantares, en contexto nupcial, el vino es símbolo del amor y la alegría (Cant 1,3.4; 4,10; 5,1; 7,10; 8,2). Jesús-esposo comunica ese amor a la comunidad-esposa, representada aquí por los discípulos (2,19: "los amigos del novio/esposo"). Y ese amor que Jesús comunica con la copa no puede ser más que el Espíritu, la vida de Dios mismo, que potencia al hombre y lo va capacitando para un amor como el de Jesús.

Existe, pues, un paralelo entre lo sucedido con Jesús en el Jordán y la eucaristía. El compromiso de Jesús de llevar a cabo su misión incluso a costa de su vida, recibió como respuesta del cielo la bajada del Espíritu sobre él, y Dios lo llamó su Hijo (1,9-11 Lect.). En la eucaristía, que incluye la identificación con Jesús y su misión (pan) y el propósito de llevarla hasta sus últimas consecuencias (copa), se derrama el Espíritu (1,8: "él os bautizará con Espíritu Santo"), que hace hijos de Dios. No hay dos frutos, uno del pan que se come y otro de la copa que se bebe (por eso Mc no pone que coman del pan); ambos actos, que se complementan, son fuente del Espíritu, la fuerza de vida del amor del Padre. Jesús es alimento en cuanto da el Espíritu-amor. Es un don iterable e iterado, abierto a todo el que, en el porvenir, haga o repita el mismo compromiso. El acto exterior de beber, expresión del compromiso hasta el fin, recibe la experiencia interior del Espíritu, es decir, del amor del Padre.

Aparece así claramente el sentido de la eucaristía en Mc: constituye el medio como Jesús transforma a los que responden a su invitación. Es la realización de su obra: bautizar con Espíritu Santo (1,8) y hacer hijos de Dios, poniendo al ser humano en el camino de su plenitud. La lleva a cabo ofreciendo él mismo su persona y su amor bajo los símbolos del pan y la copa e invitando a cada uno a asimilarse a él, el modelo de Hombre, en su ser y actividad, y a dar una inquebrantable adhesión a su persona y mensaje, con un compromiso capaz de resistir hasta el fin la hostilidad de la sociedad injusta.

Al mismo tiempo, es la eucaristía la que da cohesión a la comunidad cristiana y la mantiene firme en sus ideales y su misión. Por una parte, la común participación del Espíritu de Jesús, expresada en la aceptación de su alimento-vida, unifica a los miembros de la comunidad, los vincula a Jesús y los une entre ellos con un amor que se manifiesta en el servicio y ayuda mutua. Por otra, ese mismo Espíritu aviva en ella el ideal común de liberación y promoción de la humanidad, la sostiene en su compromiso de transformación del mundo, la alinea del lado de los más desfavorecidos y la abre a todas las legítimas aspiraciones y proyectos de los seres humanos. La iterada efusión del Espíritu en la eucaristía va uniendo a toda la comunidad en la misma fuerza de amor, el mismo ideal transformador y la misma tarea de servicio. Así se va haciendo realidad el reinado de Dios.

Como la propia obra de Jesús, todo está en clave de amor a la humanidad. La adhesión a Jesús supone hacer propio el mensaje de salvación universal y no desistir de la actividad en favor de los seres humanos a pesar de las amenazas que se puedan sufrir. Aunque este compromiso implique esfuerzo, sacrificio, sufrimiento o incluso muerte (como en el caso de Jesús), los símbolos que se usan aquí, el pan y la copa, expresan vida y alegría, poniendo de relieve el fruto de ese amor sin límite en el individuo y en la sociedad humana.

LA BIBLIA

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