viernes, 5 de julio de 2024

Mc 14,24

 Y les dijo: <<Esta es la sangre de la alianza mía, que va a ser derramada por todos>>.

El empleo en 14,12-26 de la doble designación "los discípulos" (14,12.13.14.16) y "los Doce" (14,17.20) indica que en la Cena hay un aspecto que concierne a "los discípulos" en cuanto seguidores de Jesús procedentes del judaísmo y otro a "los Doce" en cuanto representantes del Israel mesiánico. El primer aspecto, que será común con los demás seguidores, consiste en la comida con Jesús y en la participación de su cuerpo (pan) y sangre (copa), es decir, en la hermandad con él (comensalidad) y en la identificación con su persona y con su entrega sin límite. El segundo, exclusivo para ellos, es la interpretación de la Cena en categorías tomadas del AT.

El aspecto de la Cena que atañe al nuevo Israel (los Doce) está expresado en la insólita explicación que da Jesús da la copa (Y les dijo), después de que todos han bebido (v. 23): Esta es la sangre de la alianza mía. La frase de Jesús, que alude a Éx 24,8b ("Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros), identifica el contenido de la copa con la sangre que sella su alianza. Con esto indica a los Doce que, para el nuevo Israel, la alianza del Sinaí ha caducado; queda sustituida por la suya. La sangre derramada es la de Jesús mismo, símbolo de la entrega de su vida y de su muerte violenta.

Según Éx 24,4-8, la alianza fue el pacto que hizo Dios con los israelitas por medio de Moisés. No era un pacto entre iguales, fue Dios el autor de la alianza: él ofrece una alianza al pueblo (Éx 19,1-6), promulga su código (Éx 20-23) y por fin se celebra el rito de la alianza (Éx 24). Dios se comprometió a favorecer a aquel pueblo, a condición de que observase las normas que él dictaba (Éx 19,4-6). La alianza expresaba el designio divino sobre Israel.

Como se ha dicho, en las palabras de Jesús, la "sangre" aparece como el sello de su alianza. Ahora bien, en la fórmula "la alianza mía" (gr. mou tês diathêkês) el artículo es anafórico, como si dijera: "esa alianza mía"; es decir, remite a todo lo anterior, explicando en qué consiste la nueva alianza. En efecto, en esta parte de la Cena, Jesús no ha empezado anunciando que iba a sellar con los suyos una alianza, sino que, después de los realizado hasta ahora, interpreta, en beneficio de los Doce, en términos de alianza lo que ha hecho con el pan y la copa.

Los paralelos y los contrastes de lo hecho y expresado por Jesús con el rito de institución de la antigua alianza (Éx 24,4-8) son numerosos:

Moisés cogió (gr. labôn) el libro o código de la alianza (Éx 24,7a), que contenía la Ley; Jesús ha cogido (gr. labôn) el pan (metáfora de la Ley). A la lectura de la Ley hecha por Moisés en presencia de todo el pueblo (Éx 27,7b), corresponde las palabras de Jesús: esto es mi cuerpo; su persona y actividad son el código de su alianza. Con la lectura de la Ley pretendía Moisés que el pueblo se comprometiera a cumplirla (Éx 27,7c); la invitación de Jesús: Tomad, exhorta a los Doce a adoptar su persona como norma de vida. Él toma el puesto de la antigua Ley.

Moisés roció a los israelitas con la sangre de los novillos (Éx 24,8), simbolizando así la adopción del pueblo como hijo de Dios (consanguinidad con Dios: sangre en el altar y en el pueblo). La antigua alianza se selló, pues, sólo con un rito externo. En la Cena, en cambio, el vino-sangre de Jesús se bebe; su penetración en el interior del hombre simboliza la comunicación del Espíritu, vida y fuerza divina que le otorga la condición de <<hijo>> y lo capacita para dar la plena adhesión a Jesús. Es el Hijo, Jesús, el que hace hijos, confiriendo a los hombres su Espíritu.

La sangre que sellaba la antigua alianza no era un sacrificio expiatorio (Éx 24,5; "como sacrificio de comunión para el Señor"). Las palabras la sangre... que va a ser derramada por todos denotan la muerte violenta, o mejor, la persona misma en cuanto sufre tal género de muerte, y están en paralelo con las de 10,45, donde Jesús afirmaba que iba a dar la vida "en rescate por todos". Ahora bien, el rescate no está en la línea del sacrificio, sino en la de la liberación (cf. 10,45 Lect.). En ninguno de los dos pasajes se menciona el pecado. La sangre, por tanto, se derrama por todos para obtener su liberación. De hecho, el contexto pascual incluye la idea de éxodo; en el evangelio, la del Éxodo del Mesías: la liberación definitiva de la esclavitud. Se realiza así lo que Dios anunciaba a Sión en Zac 9,11: "Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo" (LXX: "Y tú, por la sangre de la alianza, sacaste a los presos del foso").

En el Sinaí, la alianza se hizo con las doce tribus; aquí, con la humanidad entera. La sangre de Jesús no se derrama sólo por Israel, sino por todos. Es una alianza universal que refleja el amor de Dios a todo el género humano (4,10:"el secreto del reinado de Dios").

En el pueblo judío se perpetuaba la alianza por la pertenencia étnica; aquí, por la opción del individuo, abierta a todo hombre en cualquier época, de identificarse con la persona y obra de Jesús: cada cual tendrá que aceptar el pan y beber de la copa. En el Sinaí hubo un compromiso colectivo; aquí, un compromiso individual; la comunidad de la nueva alianza se va construyendo por adhesiones personales. La humanidad nueva no está formada, se va haciendo a lo largo de la historia.

El paralelo y contraste se hace muy visible entre el anuncio final de Moisés: "Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros" (Éx 24,8), y las palabras de Jesús: "Ésta es la sangre de la alianza mía". Este modo de hablar supone que, como en otros pasajes, se transfiere a Jesús una función propia de Dios. Jesús, el Mesías-Hijo del hombre, toma en la historia el puesto de Dios; él es el punto de referencia para la humanidad.

En la Cena, Jesús ha expuesto el compromiso que funda su alianza: él se entrega a cada uno de los suyos (pan), esperando que respondan con una adhesión plena a su persona y actividad; y, cuando ellos se comprometen a participar en su prueba (copa), es decir, a no desdecirse de esa adhesión ni ante la amenaza de muerte, les comunica el Espíritu. Al contrario que en la primera alianza, no se habla de obediencia a lo que Dios mande (Éx 24,7), sino de adhesión plena e incondicional a Jesús. No hay una Ley a la que obedecer, sino un ideal al que aspirar. La frase de Jesús significa, pues: "Ésta es la sangre que sella mi compromiso/mi alianza con la humanidad". Dar la vida como garantía de la alianza hace irrevocable el compromiso de Jesús. Es la máxima prueba de amor, como se había formulado en el episodio de la mujer del perfume (14,3-9).

Se hace así realidad la alianza nueva anunciada por Jr 31,33 (LXX: 38,33): "Así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro -oráculo del Señor-: Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo": Esta Ley interiorizada es la del Espíritu (cf. Ez 36,27), comunicado por el pan-cuerpo y la copa-sangre de Jesús.

En realidad, en lo que toca al nuevo Israel, esta alianza de Jesús lo asimila al resto de la humanidad. No hay nada nuevo ni peculiar en ella que distinga al grupo de los Doce de los demás seguidores. Lo que constituye la alianza de Jesús con el Israel mesiánico, es lo mismo que se propone a todos: la adhesión plena a Jesús y a su obra, y la disposición a entregarse por entero a los demás, sin dejarse amedrentar por la oposición y el rechazo de la sociedad. En la Cena, Jesús ofrece a sus seguidores una unión con él que conduce a la plenitud humana e impulsa a la tarea de procurar el bien y la liberación de la humanidad. Y esto mismo lo formula para los Doce en términos de alianza. Así como en los episodios de los panes se exponía el mismo programa mesiánico para Israel y para los paganos (6,41; 8,6), así las condiciones para pertenecer al reino de Dios son las mismas para Israel y para los no israelitas. Jesús, pues, pretende mostrar a los Doce que la alianza del Sinaí ha caducado y, con ella, todas las instituciones judías (cf. 2,221-22 Lect.).

Los Doce representan al pueblo de la promesa; ésta se hace realidad en Jesús y el entero Israel está invitado a ella. La alianza que puede dar a Israel su plenitud es la que Jesús, el Mesías, sella con su sangre. La promesa se ha cumplido, pero no para la gloria del pueblo, sino para que éste realice la misión universal de servicio para la que fue escogido. El porvenir de Israel no está en la separación de los demás pueblos ni el dominio sobre ellos, sino en la solidaridad con ellos, en colaborar con todos a la liberación y desarrollo de la humanidad.

LA BIBLIA

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