<<Pero, cuando resucite, iré por delante de vosotros a Galilea>>.
Jesús no reprocha a los discípulos su falta de adhesión; su fallo es inevitable, dados los ideales que profesan. Pero espera que la crisis sea pasajera. Por eso los cita para un encuentro en Galilea después de su resurrección.
Jesús afirma abiertamente que su muerte no es un final, sino un principio; tras ella, él seguirá vivo y activo. De hecho, como lo había anunciado repetidamente, (8,31; 9,31; 10,34: "a los tres días resucitará"), la muerte no interrumpirá su propia vida.
Cuando se haga patente su victoria sobre la muerte (cuando resucite), tomará de nuevo la iniciativa y volverá a asumir su papel de guía. Como en la llamada a los primeros discípulos (1,17: "Veníos detrás de mí"), él ira marcando el camino a seguir (iré por delante de vosotros).
Esto supone que los discípulos tendrán que recorrer de nuevo el camino que no han entendido. Para ello, contarán con la presencia de Jesús vivo, que es el punto de referencia. Los invita a un nuevo seguimiento libre, volviendo espontáneamente de su dispersión a su punto de origen, Galilea.
Según eso, los discípulos habrán de abandonar Jerusalén, centro de la institución judía, y, con ella, el nacionalismo y la expectación mesiánica del judaísmo. Es la condición para encontrarse con Jesús. Galilea es una región limítrofe con el mundo pagano (4,35; 5,1; 7,24.31; 8,22a). Donde Jesús empezó su labor con el pueblo judío (1,14), han de empezarla ellos con los otros pueblos; han de emprender la misión universal, poniéndose al servicio de toda la humanidad.
El horizonte se amplía. La muerte de Jesús no va a ser la última palabra. Tampoco la huida y la dispersión de los discípulos deben poner término a su relación con él. Sólo la traición separa definitivamente de Jesús, porque significa pasarse al bando de los enemigos.
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