sábado, 13 de julio de 2024

Mc 14,36

 Decía: <<¡Abba! ¡Padre!, todo es posible para ti; aparte de mí este trago... Pero no se haga eso que yo quiero, sino eso que quieres tú>>.

Ahora pone Mc la oración de Jesús en estilo directo; para resaltar su importancia, quiere que el lector oiga la voz misma de Jesús. Éste se dirige al Padre con el apelativo íntimo Abba, que corresponde a las palabras que oyó en el bautismo: <<Tú eres mi Hijo, el amado>> (1,11; cf. 9,7), y que está lleno de calor filial. La revuelta de los sentimientos interiores no ha apagado su experiencia profunda: sabe que todo el plan del Padre significa amor al Hijo.

Como siempre en Mc, el uso del término arameo relaciona el pasaje con el antiguo o el nuevo Israel (cf. 5,41; 7,32); aquí con el nuevo. La oración de Jesús enseña al Israel mesiánico (y, con él, a todo seguidor) a ser fiel en todo momento y circunstancia al designio de Dios.

Jesús cree totalmente en el amor del Padre por él y afirma el suyo por el Padre. Actualiza el vínculo de amor; pero el sufrimiento lo obnubila y, al lado de ese vínculo, la tentación llega al máximo; se unen todos los aspectos anteriores: el fracaso de su labor, la ignominia para su persona, la ruina para Israel, el deshonor para Dios.

En esta oscuridad interior, corrige Jesús el "si es posible" de antes; ahora pide, prácticamente exige al Padre (no pone restricción alguna) que, por su amor, lo exonere de la prueba: aparta de mí este trago (lit.: "esta copa", cf. 10,38s; 14,23).

Al afirmar todo es posible para ti, la duda desaparece; piensa Jesús que el amor del Padre puede encontrar otro camino y le pide una alternativa. Esto implicaría que el Padre puede cambiar el curso de la historia y le ruega que lo haga. La tentación es ahora <<la idea de los hombres>> (8,33), el deseo de una intervención divina de poder, desde fuera de la historia, que cambie la situación sin contar con la libertad humana o en contra de ella. Olvida Jesús que el plan del Padre que ha seguido hasta ahora era reflejo de su mismo ser, es decir, de su infinito amor por la humanidad, y que ese amor conlleva el respeto a la libertad del hombre, condición esencial para su desarrollo. Le parece que el amor así no basta, no es eficaz. Pero no quiere obrar por cuenta propia, sino contar con la potencia divina para escapar de la muerte.

Hay una oposición estridente entre el apelativo ¡Abba!, ¡Padre! y la petición que sigue. Por una parte, aparece la experiencia del amor del Padre hacia él; por otra, la renuncia a su entrega por el bien de la humanidad (aparta). La tentación separa el amor de Dios del amor de los hombres. Jesús quiere salvar su vida y el honor de Dios a costa del bien del ser humano. La tentación de recurrir al poder supone neutralizar el amor, haciendo que se frustre el plan de Dios sobre el hombre.

Jesús ha querido forzar la acción del Padre, pero el Padre no responde. Hay una pausa trágica.

Evidentemente, el Padre no puede querer el mal; es enemigo de éste y mucho más del que va a padecer su Hijo amado; él no quiere que Jesús sufra y muera. Pero el mal es inevitable, dado que la libertad infinita e imperfecta del hombre puede elegirlo. Dios no puede eliminarlo de raíz sin destruir al hombre que él mismo, por su amor, ha creado.

Finalmente, sobreponiéndose al sufrimiento y a la tentación que lo atenaza, Jesús comprende el doloroso dilema: acepta el designio del Padre, fiándose más de él que de sí mismo (no eso que yo quiero, sino eso que quieres tú). La confianza en el Padre hace que salga victorioso el amor a la humanidad. Las palabras eso que quieres tú invalidan el todo es posible para ti. No hay más que un camino, el que marca el amor infinito del Padre. Éste no puede apartar la copa, librar del sufrimiento, imponiendo lo que sería su deseo; sería negar su ser, desdecir del amor, destruir su creación.

Muestra aquí Jesús el máximo de fidelidad en el máximo de la dificultad. Resplandece la fuerza de la fe pura, de la adhesión incondicional a Dios por encima de todo sentimiento propio o situación-límite. Avivando con su oración la experiencia del amor del Padre, aun sumido en la debilidad, encuentra su fuerza.

La escena de Getsemaní efectúa un cambio inesperado y prácticamente increíble en la idea de Dios, concebido en todas las tradiciones religiosas como infinito e irresistible poder. La muerte de Jesús va a revelar "la debilidad" de Dios. De hecho, su amor al hombre está a merced de la libertad humana, aunque ésta, imperfecta y débil como es, pueda usarse para el mal. Ante el rechazo, Dios no puede actuar imponiendo a los hombres su voluntad, pues no tiene más poder que el del amor. Acepta su descrédito ante la historia, el escepticismo o el desprecio de los que ejercen o estiman el dominio sobre los hombres. Ahora, ante el rechazo de Jesús por parte de Israel, Dios queda impotente (12,6-8); sin embargo, en la línea del amor, su plan es el único posible. Su amor, convencido del valor del ser humano, lo lleva a una actitud de infinita paciencia.

En la persona de Jesús, este episodio enseña lo que puede costar ser fiel al compromiso hasta el final. Hay un enemigo fuera, pero hay otro dentro: la tentación. La angustia de Jesús muestra que el hombre por sí solo no puede afrontar impávido un género de muerte como la suya. Pero Jesús mantiene su adhesión al Padre y ésta, haciéndolo partícipe de la fuerza divina, le permite superar la prueba y llegar hasta el fin (cf. 9,27; 10,27).

No es Jesús un fanático que confía en sus propias fuerzas y está dispuesto al acto heroico que lo cubre de gloria. Su acto es mucho más difícil: él, apoyándose en el Padre, acepta, por amor a la misma humanidad que lo rechaza, la muerte que se avecina y que, en vez de conferirle gloria, lo cubre de oprobio e ignominia. No es tampoco un iluso que cree que el reinado de Dios no va a encontrar resistencia; no idealiza al ser humano ni a la humanidad; conoce perfectamente sus grandes deficiencias. Por eso comprende que el despliegue del reinado de Dios en la historia será un proceso muy largo y costoso.

LA BIBLIA

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