<<Manteneos despiertos y pedid no caer en la tentación: el espíritu es animoso, pero la carne es débil>>.
A continuación, Jesús se dirige a los tres. No les reprocha con amargura su insolidaridad, sino que vuelve a exhortarlos con las mismas palabras de antes: manteneos despiertos. Por segunda vez, los anima a que tomen conciencia de lo que sucede y actúen en consecuencia; es decir, a que acepten su ejemplo y asuman que seguirlo a él puede llevarlos a un desenlace como el suyo.
Además de esto, tienen que orar, como ellos mismos debían haber comprendido al ver orar a Jesús: pedid no caer en la tentación, la misma que él sufre, la de rechazar como un fracaso la muerte que se avecina. Lo que sucede con Jesús es parte del itinerario de todo discípulo; al ver su debilidad, deberían haber comprendido la propia y recurrir a la oración espontáneamente. Ser discípulo incluye seguir a Jesús también en esta circunstancia y, como él, aceptar la prueba confiando en el Padre (13,32).
Toda la escena está proyectada hacia los discípulos, tomando como prototipos a los más rebeldes al mesianismo de Jesús. Él mismo va en cabeza, anticipando en sí todo lo que ha de suceder a los suyos: la tentación, la experiencia de la debilidad propia y de la fuerza de Dios Padre. Dios no socorre de modo extraordinario, evitando el mal trance del que acude a él, pero está presente en el que cree, poniendo a disposición de éste toda su potencia de amor (9,27), aunque sin eclipsar el dolor o el sufrimiento. El creyente pasará por ellos, pero sabiendo que éstos no tienen la última palabra y que la fuerza de Dios les permitirá afrontarlos con esperanza.
La frase final, el espíritu es animoso, pero la carne es débil, pone en evidencia dos facetas del ser humano: su entusiasmo por una causa noble y su flaqueza para afrontar las dificultades que conlleva. El espíritu humano es ímpetu, aspiración, pero puede ser vencido por la debilidad. Los ideales generosos entusiasman, pero, cuando llega la hora de la verdad, el hombre suele fallar. Por eso los discípulos deben orar: el hombre, débil y mortal (carne), no puede apoyarse sólo en sí mismo; unido a Dios, en cambio, puede afrontarlo todo (10,27). Hay una posible alusión a las bravatas de Pedro en la perícopa anterior (14,27-31).
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