jueves, 1 de agosto de 2024

Mc 14,62

 Contestó Jesús: <<Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de la Fuerza y llegando entre las nubes del cielo>>.

A la pregunta del sumo sacerdote Jesús contesta con claridad. Declara abiertamente ser ese Mesías Hijo del Bendito (Yo soy). Con esto, podrán tomar conciencia de la importancia de su decisión de darle muerte y comprender la responsabilidad en que van a incurrir. Según la opción que hagan, va a definirse el destino del pueblo.

Ya no hay peligro de que lo identifiquen con un zelota, pues él no ha buscado el apoyo de las masas ni recurrido a la violencia; se ha entregado sin resistencia y ni siquiera se les opone tratando de rebatirlos ni demostrarles su mala fe. No tiene ninguna característica de un agitador político.

A continuación, refuerza su declaración mesiánica con una predicción dirigida a todos los presentes, es decir, al Consejo que busca su muerte (veréis). En ella emplea el término el Hijo del hombre (8,31), de resonancia universal, dándoles a entender que el Mesías Hijo de Dios se identifica con el Hijo del hombre; es decir, que el Ungido por Dios es el Hombre en su plenitud.

Relaciona al Hijo del hombre con dos pasajes de la Escritura: en primer lugar, con el Sal 110,1a ("Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha"), texto bien conocido y que se interpretaba en sentido mesiánico (12,36). El texto del salmo se entendía, naturalmente, en sentido figurado; aplicado al rey de Israel o al futuro Mesías, significaba para los judíos la preeminencia de su rey, su exaltación y el apoyo incondicional que Dios le prestaba, encargándose de derrotar a todos sus enemigos. Pero al sustituir en la alusión al salmo el apelativo "mi Señor" (<<Oráculo del Señor a mi Señor">>), por "el Hijo del hombre", el modelo de plenitud humana, afirma Jesús el valor no de un hombre en particular (el rey), sino de lo humano en general a los ojos de Dios e insinúa la derrota, querida por Dios, de todo lo que se opone a la plenitud del hombre (Sal 110,1b: "que voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies").

Mc pasa así de la clave teológica ("el Hijo de Dios") a la antropológica ("el Hijo del hombre"), indicando que el exaltado por Dios es el Hombre pleno. Además, si los enemigos del Hombre son enemigos de Dios, el Hombre, en su ser y su actividad, se convierte en norma del bien y del mal. Lo que define la posición ante Dios es la actitud hacia el hombre.

Al aplicar Jesús el texto del salmo a su persona, contrapone a su impotencia presente la fuerza divina y el glorioso destino del Mesías. De hecho, la Fuerza, como Jesús designa a Dios, significa siempre en Mc la fuerza de vida. Con esto insinúa que el propósito de darle muerte acabará en el fracaso: teniendo de su lado a Dios, que es la Vida, superará la muerte.

Denuncia así al sistema judío como enemigo de Dios y, por ello, destinado a la ruina. Él está apoyado por Dios; ellos, en cambio, con todo lo que representan (poder, templo, dinero), son antagonistas de Dios. En otras palabras, la institución que, según ellos, representa a Dios en la tierra, la que usa de la autoridad divina para imponerse a los hombres, está rechazada por Dios, porque ellos están rechazando al Hijo del hombre, el que tiene su puesto al lado de Dios (sentado a su derecha). Sus enemigos, destinados a la derrota, son, en la circunstancia, los miembros del tribunal que busca condenarlo a muerte.

En segundo lugar, Jesús relaciona al Hijo del hombre con una llegada entre las nubes del cielo, aludiendo a Dn 7,13s. En el texto profético, la figura humana ("como un hijo de hombre") sube al cielo para recibir de Dios ("el Anciano") poder real y dominio sobre todos los pueblos de la tierra (7,14). Jesús invierte los términos: el Hijo del hombre no sube, como en Daniel, desde la tierra hacia el Anciano, sino que llega desde el cielo a la humanidad, al mundo. Con esto da un sentido, no meramente metafórico, al estar sentado a la derecha de Dios; es decir, afirma, de modo figurado, su condición y realeza divinas. Por eso llegará rodeado de un marco de nubes (entre las nubes del cielo), que igualmente las simbolizan (cf. Sal 89/88,7; 68/67,34).

En el texto de Daniel, aquel hijo de hombre o figura humana representaba al Israel fiel, a quien se prometía el reino universal; pero "el Hijo del hombre" no es solamente el representante del nuevo Israel, es ante todo el Hombre-Dios, la cumbre de la condición humana y el representante de la humanidad como tal. En la persona de Jesús, el Hijo del hombre, que va a sentarse a la derecha de Dios, el hombre es elevado a la condición divina; detrás de él, todo ser humano está llamado a ella.

La llegada que predice Jesús va a ser presenciada por sus jueces (veréis, cf. 9,1; 13,30: "en esta generación"). Ahora bien, "llegar entre las nubes del cielo" después de estar sentado a la derecha de la Fuerza" supone que, en el intervalo, Dios ha derrotado a los enemigos del Mesías-Hijo del hombre (Sal 110,1b). Traduciendo estas imágenes a términos históricos, puede decirse que la "llegada" del Hijo del hombre expresa un triunfo de lo humano sobre lo inhumano (cf. 13,26 Lect.), tras la ruina de un sistema opresor que impedía el desarrollo del hombre; en nuestro texto, la ruina del sistema judío (cf. 12,9; 13,14-23). La vida y actividad de Jesús quedarán reivindicadas por la visión que anuncia.

De este modo, las palabras de Jesús expresan la seguridad de su victoria y de la derrota definitiva de sus adversarios: el glorioso porvenir del Mesías le pertenece y, por tanto, ellos están excluidos del reino mesiánico. Es una condena formal del sistema judío, hecha por el acusado. Afirma que, en la oposición entre ellos y él, el que tiene razón y tiene a Dios de su parte es él mismo; ellos tienen a Dios en su contra.

LA BIBLIA

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