sábado, 10 de agosto de 2024

Mc 15,31-32a

 De modo parecido, también los sumos sacerdotes, burlándose entre ellos en compañía de los letrados, decían: <<Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!>>

A las burlas de los transeúntes se suman ahora las de los sumos sacerdotes y los letrados. Los sumos sacerdotes aparecen, como siempre, en primer lugar (cf. 11,18.27; 14,1.10-11.43.53; 15,1.3.11). Implacables enemigos de Jesús (15,3.11), quieren cerciorarse de que éste, que ha denunciado el templo que ellos dirigen y los ha acusado de ser unos bandidos (11,17), muere en la cruz. También los letrados, defensores a ultranza de la Ley, cuya doctrina mesiánica ha refutado Jesús (12,34-37) y que han mantenido controversias con él (3,23; 7,1-12), están presentes en el Calvario. Unos y otros odian su persona hasta el final.

La burla de que es objeto Jesús por parte de los sumos sacerdotes y los letrados se hace en el interior de su círculo. Hablan entre ellos para reforzar su propia postura. No se atreven a encararse con Jesús, cuya presencia en la cruz los acusa.

El comentario del círculo de poder difiere del de la gente. Los sumos sacerdotes y los letrados no reprochan a Jesús la pretensión de destruir el santuario; ésta había sido una acusación falsa (14,57-58) y ellos lo sabían. Sin embargo, es la que han difundido en el pueblo, para agitarlo y hacer que pidiese la muerte de Jesús (15,11). Han obrado con entera mala fe, persuadiendo a la gente de que era verdadero lo que ellos sabían que era falso. Es el insulto al Espíritu Santo, el que no tiene perdón (3,29 Lect.).

Los dirigentes, en cambio, se burlan de la impotencia de Jesús, impropia de su pretendida condición mesiánica. Saben lo que ha sido Jesús, reconocen entre ellos su actividad liberadora. Ha salvado a otros, luego merecía ser creído, pero no le han hecho caso. El odio ha podido más, porque Jesús ponía en peligro sus privilegios y sus intereses. Ahora quieren invalidar aquella actividad y justificar su crimen, arguyendo que no es capaz de ponerse a salvo. Muestran su mala conciencia. Ellos mismos se acusan.

Aplican a Jesús irónicamente el título del Mesías esperado (¡El Mesías, el rey de Israel!). Cambian el texto del letrero de la cruz, que era ofensivo para ellos ("el rey de los judíos"), porque los ponía a la altura de cualquier otro pueblo. Usan, en cambio, la denominación tradicional propia del pueblo elegido, burlándose de la declaración de Jesús en el juicio ante el Consejo, donde reconoció taxativamente que él era el Mesías, el Hijo del Bendito (14,61-62).

Saben muy bien que han llevado a Jesús a la muerte por envidia y por odio. Han vencido. Si él no puede salvarse, no pueden dar crédito a un Mesías fracasado. Quieren justificarse a sus propios ojos, admitiendo que si Jesús hiciera un acto de poder superior al suyo (¡Que baje ahora de la cruz!) se mostrarían dispuestos a creer. De este modo, quieren hacer de su propio crimen la prueba de que el mesianismo de Jesús es falso y de que tienen razón en no creer. Si ha dicho que es el Mesías, que lo demuestre. Ya no miran si su propia acción ha sido justa o no; han conseguido su objetivo y sólo una demostración de poder, el único lenguaje que entienden, los forzaría a reconocer que están equivocados.

De hecho, el conflicto de poderes es para ellos lo único real, la única clave de interpretación de los hechos. Hay unos vencedores y un vencido. No conciben que alguien pueda entregar la vida por un motivo altruista y mucho menos por amor a los hombres que ellos desprecian y oprimen. Si Jesús ha fracasado, y su crucifixión lo prueba sobradamente, no ha sido por culpa de ellos, sino por la impotencia de éste. Aceptarían el hecho evidente e inesperado de que, bajando de la cruz, forzase la convicción, avasallando la libertad. No conocen a Dios y, por ello, tampoco a Jesús.

LA BIBLIA

No hay comentarios:

Publicar un comentario

APÉNDICES - MARCOS

El final abrupto de Mc y la omisión de toda aparición del Resucitado a sus discípulos dio pie, ya en el siglo II, a la adición de apéndices ...