martes, 13 de agosto de 2024

Mc 15,43

 llegó José de Arimatea, distinguido consejero que había esperado también él el reinado de Dios, y, armándose de valor, entró a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

Mc señala la llegada de un nuevo personaje (llegó), José de Arimatea presentado con toda clase de detalles, aunque no dice de dónde viene. Este José, que no ha estado presente en el Gólgota durante la crucifixión de Jesús ni el momento de su muerte, conoce, sin embargo, lo que ha sucedido con él y, por eso, pide a Pilato el cuerpo de Jesús.

El personaje es caracterizado, en primer lugar, por su origen, de Arimatea, lugar situado al nordeste de Jerusalén; en segundo lugar, por su alta posición social (distinguido) y su cargo (consejero); en tercer lugar, por su actitud religiosa (había esperado también él el reinado de Dios).

El cargo de "consejero" (gr. bouleutês) lo asimila a los miembros del Sanedrín o Gran Consejo de Jerusalén (15,1: symboulion), pues el epíteto "distinguido" (gr. euskhêmôn) impide considerarlo un consejero local de Arimatea. Era, por tanto, un personaje de cierto relieve en la capital. Es la primera y única vez que Mc da nombre propio a un miembro del Consejo; no especifica a qué categoría pertenece de las tres que lo formaban (sumos sacerdotes, escribas o letrados y ancianos o senadores), sólo señala que es de clase alta (distinguido).

En el juicio de Jesús ante el Consejo, Mc había notado la asistencia de todos los miembros (14,53) y la unanimidad de la sentencia (14,64), afirmaciones que parecen incompatibles con la actitud presente de José. Pero en vez de suponer que en aquellos textos Mc usó hipérboles para subrayar la totalidad, es probable que el evangelista quisiera insinuar que bajo la unanimidad aparente existía un desacuerdo que, dada la presión de la ideología oficial, no se atrevía a salir a la luz.

El hecho de que José de Arimatea estuviera esperando el reinado de Dios lo pone en conexión con Jesús, pues ese era el núcleo de la predicación de éste (1,15). Compartía sin duda la expectativa que la actividad y la predicación de Jesús habían suscitado. No se le llama, sin embargo, discípulo; es un simpatizante o admirador. Con todo, la precisión también él lo pone en la línea del grupo de discípulos: como éstos, esperaba un reinado de Dios concebido a la manera del judaísmo, es decir, el reino mesiánico restaurador de la gloria de Israel.

Este José representa a los judíos de buena voluntad. Evidentemente, en aquella sociedad, además de los enemigos de Jesús -los dirigentes religiosos y la masa arrastrada por ellos- hay gente que aprecia su obra, pero con una expectativa falsa. Han puesto en Jesús sus esperanzas, pero éstas no son las que él propugna. Esta gente, defraudada por la muerte de Jesús, pero convencida de que había sido injusta, le rinde los últimos honores, considerando cerrado el capítulo de su vida.

El texto no especifica el motivo por el que José de Arimatea va a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. No es únicamente por preservar la pureza ritual del día de fiesta, que sería profanada por la presencia de un cadáver, pues, en tal caso, tendría que haber pedido los cuerpos de los tres ajusticiados. Por la misma razón, tampoco lo mueve sólo el deseo de cumplir la prescripción de Dt 21,22-23 que manda enterrar a los ajusticiados en el mismo día de su muerte, antes de que sea de noche. El motivo principal parece ser la estima o la compasión por el crucificado. Había visto en Jesús una esperanza para el pueblo; aunque ésta se ha derrumbado, la labor de Jesús debe ser reconocida y el único modo de hacerlo es, para José, dándole una sepultura digna.

Dar sepultura a los muertos era una obra de misericordia (cf. Tob 2,4.8; 12,12), una muestra de amor  al prójimo, según el mandamiento de la antigua alianza (12,31). Y Jesús no es un muerto cualquiera: para sus discípulos y también para sus admiradores, entre ellos José, había representado la esperanza del reinado de Dios.

José, que va a mostrar su aprecio por un condenado por la autoridad romana como rebelde, tiene que armarse de valor para presentarse ante Pilato, pues su actitud puede acarrearle desagradables consecuencias. Es todo un atrevimiento ir a solicitar al prefecto de Roma el cuerpo de Jesús, un crucificado por motivos políticos (15,26: "El Rey de los judíos"), sin ni siquiera ser pariente suyo.

En un gesto de audacia, entró a ver a Pilato. Estaba prohibido a un judío entrar en casa de paganos, puesto sería causa de impureza y le impediría celebrar la fiesta de precepto (cf. Jn 18,28); pero, como el letrado que consultó a Jesús en el templo (12,28-34), José ha comprendido que amar a Dios y al prójimo está por encima de todas las leyes rituales. Reconoce la injusticia cometida y quiere repararla de alguna manera.

Pide a Pilato el cuerpo de Jesús, el mismo que él ofreció a sus discípulos en la Cena (14,22). Con ese cuerpo va a tener la salvación en sus manos, pero no llega a hacerla suya. El hecho de la muerte le ha ocultado la realidad profunda de ese cuerpo y la vida que en él se esconde. Para José, se trata sólo de un cuerpo muerto injustamente, que merece una honrosa sepultura.

LA BIBLIA

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