Subió la multitud y empezó a reclamar lo que solía hacer por ellos. Pilato les respondió diciendo: <<¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?>>
Se introduce en el relato un nuevo personaje, la multitud, la de los peregrinos llegados de todo el país con ocasión de la Pascua. Suben al lugar donde está el gobernador y le piden que se lleve a efecto el acostumbrado indulto de un preso, símbolo de la vigencia de su propia liberación.
Los sumos sacerdotes pasan a segundo plano. El nuevo interlocutor de Pilato es la multitud, que, aunque de manera superficial, hasta el momento ha estado a favor de Jesús (11,18; 12,12.37).
Por miedo a los sumos sacerdotes, Pilato no se atreve a hacer justicia a Jesús, aunque éste, hasta ahora, no ha sido declarado culpable de ningún delito, y busca un subterfugio. Para obtener la libertad de Jesús sin ofender a los sumos sacerdotes, se apoya demagógicamente en la multitud. Sabiendo que el pueblo era favorable a Jesús, busca apoyo en él para contrarrestar las acusaciones de los sumos sacerdotes. Son las dos fuerzas con las que tiene que jugar. Jesús no es para él más que un hombre atado e impotente; no cuenta en este juego, porque no posee recursos de este mundo. Aprovecha así la ocasión y propone a la multitud la libertad de Jesús, estratagema con la que pretende sustraerse a su propia responsabilidad.
Es un acto injusto e ilegal, pues, sin haber terminado el juicio ni dado la sentencia, está tratando a Jesús como a un reo ya convicto y condenado; pero no se atreve a desafiar a los sumos sacerdotes poniéndolo en libertad ni continuando un proceso formal que pudiera desembocar en la absolución del reo. A todos los efectos, sin decirlo, ha aceptado como válida la acusación de los sumos sacerdotes e, implícitamente, declara a Jesús culpable, pues, de lo contrario, no podría proponer su indulto. Pretendiendo hacer una hábil maniobra, Pilato en realidad ha cedido a la presión de los dirigentes judíos.
Para impresionar a la multitud, usa en su pregunta el título el rey de los judíos en vez de, simplemente "vuestro rey"; de este modo incluye también, bajo el título, a los sumos sacerdotes. Sin embargo, al afirmar sin restricciones la realeza de Jesús, está refutando indirectamente las acusaciones de culpabilidad; de hecho, está proclamando la inocencia de Jesús e incluso el derecho que tiene a ser aceptado por el pueblo. Se manifiesta el espíritu vacilante y contradictorio de Pilato: propone el indulto de Jesús como si fuera un delincuente y, por otra parte, declara su inocencia, para ver si consigue obtenerlo.
Ahora bien, con su pregunta, Pilato se pone a merced de la multitud, renunciando a su responsabilidad de juez. Ve lo que es justo, pero no se compromete: no aplica el derecho, no actúa conforme a su criterio o conciencia ni se pronuncia él mismo sobre la cuestión, aunque sabe que Jesús no tiene culpa (como se verá, conoce el verdadero motivo de la acusación). Elige este camino tortuoso, para no enemistarse con los poderes de Israel. Lo que le interesa es su propia figura, es decir, no sufrir desprestigio ni poner en peligro su posición.
La pregunta de Pilato subraya de nuevo la libertad del pueblo en su elección (Queréis que os suelte?, cf. v. 6: el que ellos solicitaban). La multitud tiene ahora en sus manos la suerte de Jesús; buscaba un signo de libertad y se le ofrece decidir sobre el destino del rey-Mesías, su liberador. Según la decisión que tome, la pascua judía recuperará su sentido original o se convertirá en esclavitud perpetua.
La sutil astucia de Pilato va a convertirse en una trampa para él, pues va a obligarlo a entregar a Jesús, cometiendo una flagrante injusticia por hacerse cómplice de la opción del pueblo.
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