Pues para que veáis que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados ... -le dice al paralítico-: <<A ti te digo: levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa>>.
Jesús pasa a la acción. A la invisibilidad de la liberación interior va a oponer la visibilidad de la nueva vida (<<para que veáis>>), que será perceptible y constatable. Va a demostrar que la prerrogativa divina de cancelar el pasado pecador ha sido comunicada por Dios <<al Hombre>>.
Para designar al sujeto de la <<autoridad>>, Jesús no habla en primera persona, <<yo>>, sino que utiliza por primera vez en Mc la expresión <<el Hijo del hombre/el Hombre>>. <<Hijo de hombre>> es una locución aramea que significa <<individuo humano, hombre>>, pero en la forma articulada <<el Hijo del hombre>> adquiere un rasgo de excelencia, <<el Hombre en su plenitud>>. En la escena del bautismo (1,10 Lect.) se ha visto que la plenitud humana de Jesús es efecto de la comunicación del Espíritu; el Hombre es, pues, el que, por tener el Espíritu de Dios, tiene autoridad divina y actúa en nombre de Dios en la tierra.
La expresión alude al libro de Daniel y, en particular, al sueño descrito en el cap. 7. Después de la visión de los imperios simbolizados por fieras, Daniel ve en el cielo <<una figura humana>> (7,13: <<como un hijo de hombre>>) a quien Dios da la autoridad para dominar a todas las naciones.
Como en Daniel, el contexto trata de la relación de los paganos con el reino. Pero el dicho de Jesús se opone a la visión de Daniel: Dios no da la autoridad para dominar a los paganos, sino para darles vida. Cambia el sentido de la <<autoridad>> divina: no se ejerce como dominio, sino como facultad de perdón (rehabilitación) y comunicación de vida. El contacto del Reino con los paganos no va a ser para someterlos, sino para integrarlos.
Este pasaje define, pues, el significado de la expresión <<el Hijo del hombre>> en Marcos. Designa al que es Hijo de Dios y, por eso, cima de la condición humana. Pero en el texto de Daniel se especifica poco después (7,27) que la figura humana (<<como un hijo de hombre>>) representa a una colectividad, <<el pueblo de los santos del Altísimo (= los consagrados por Dios)>>, es decir, a Israel.
En paralelo, también <<el Hijo del hombre>> de Mc incluye en sí una colectividad. En primer lugar designa a Jesús, el Hombre-Dios y prototipo de Hombre. Pero la relación del ser y la autoridad del Hombre con la posesión del Espíritu (1,10) hace que incluya a todos los que de él lo reciben (1,8: <<él os bautizará con Espíritu Santo>>) y constituyen la humanidad nueva.
La frase <<tiene autoridad>> está en paralelo con la de 1,22, donde se expresaba el juicio de los presentes en la sinagoga sobre el modo de enseñar de Jesús: <<como quien tiene autoridad>>. Como en aquel pasaje (1,22 Lect.), es la autoridad del que posee el Espíritu de Dios. No es, pues, una autoridad humana o comunicada por hombres, sino divina. Es independiente de la institución judía y se coloca fuera de ella.
El ámbito de la autoridad del Hombre es <<la tierra>>, el lugar donde habita la humanidad, por oposición al <<cielo>>, lugar simbólico de la morada de Dios. Esta oposición corresponde a la que establece el Sal 115,16: <<Lo alto del cielo para el Señor, pero la tierra se la dio a los hombres (lit. "a los hijos de los hombres")>>. La autoridad del Hombre no está limitada a Israel ni va a ejercerse solamente en favor de este pueblo, es universal y se extiende al mundo entero, conforme al significado de la figura del paralítico y sus portadores (v. 3 Lect.).
La actividad divina que ha ejercido <<el Hombre>> ha sido la de cancelar o perdonar los pecados. Dios es presentado, por tanto, no como el que va a castigar a los pueblos paganos, sino como el que borra el pasado que los privaba de vida. Sin embargo, para vencer el escepticismo y rebatir la acusación tácita de sus oyentes, propone Jesús, bajo la figura de la curación del paralítico, una nueva acción, ahora visible y mucho más extraordinaria que el perdón concedido: comunicar vida a la humanidad sin fuerzas y sin futuro. De hecho, Mc no habla de <<curación>> ni utiliza el verbo <<curar>> (cf. 1,34), describe la acción de Jesús con el hombre por sus efectos: levantarse, cargar con la camilla y echar a andar. El que estaba prácticamente muerto volverá a vivir y será capaz de disponer de sí mismo.
La comunicación de vida a los que no pertenecen a Israel (los excluidos de él y los paganos), simbolizada por la curación del paralítico, es también obra de la <<autoridad>> del Hombre; de hecho, si ésta deriva del Espíritu, que es la fuerza de vida de Dios mismo, la comunicación de vida ha de ser su acción más característica.
Pero además, la idéntica fórmula empleada por Mc para introducir los dos dichos de Jesús, la declaración del perdón y la orden de levantarse ( vv. 5.10): <<le dice al paralítico>>), sin añadir precisión alguna que distinga los dos actos de Jesús (<<entonces>>, <<esta vez>>, <<de nuevo>>), indica la identidad de su acción. Borrar el pasado y comunicar vida no son dos actos separados, aunque Mc, con artificio literario, los presente como sucesivos, para describir el doble efecto del don del Espíritu, respecto al pasado y respecto al futuro del hombre. En realidad, la misma comunicación del Espíritu es la que borra el pasado; de este modo puede el hombre empezar una vida nueva.
El doble ejercicio de la autoridad de Jesús, perdón de los pecados y comunicación de vida, está en paralelo con los dos bautismos, el de Juan, con agua, para el perdón de los pecados, y el <<del que llega detrás de él>>, con Espíritu, que infunde vida (1,8). Al mismo tiempo señala el punto de partida y el de llegada del nuevo éxodo: la cancelación de los pecados (liberación del pasado y ruptura con la sociedad injusta) es la salida de la tierra de opresión; la comunicación de vida/Espíritu es el reinado de Dios, que abre la nueva tierra prometida.
Ahora todo se reduce a uno: la adhesión a Jesús, que implica la ruptura con el pasado, recibe en respuesta el don del Espíritu, que purifica y vivifica al hombre.
Jesús pronuncia las palabras que van a probar la validez de su declaración anterior (v.5). La orden de Jesús consta de tres imperativos: <<levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa>>; el último difiere del de la expresión anterior (2,9: <<echa a andar>>), aunque lo contiene. La fuerza de vida que va a comunicar al paralítico le va a permitir levantarse por sí solo y transportar <<su camilla>>.
La última orden, <<márchate a tu casa>>, establece una oposición entre <<la casa>> del paralítico y <<la casa de Israel>>, donde está Jesús. La primera representa, pues, cualquier lugar fuera de Israel. Aunque la humanidad <<pecadora>> y pagana, que buscaba la salvación, ha <<descubierto>> y encontrado a Jesús en <<la casa de Israel>>, no tiene que permanecer en ella. Los <<pecadores>> y paganos que entren en el Reino no han de integrarse en Israel ni aceptar su cultura religiosa ni depender de él. El Reino de Dios puede existir en cualquier cultura y pueblo. Todos participan del Reino con el mismo derecho que los judíos.
Invalida así Jesús uno de los principios más tenazmente sostenidos por la doctrina oficial: no hay salvación fuera de Israel, y los paganos que quieran encontrarla han de integrarse en el pueblo elegido, acomodarse a su Ley, renunciando a su antigua cultura. Según esto, el reinado de Dios y los bienes mesiánicos estaban destinados a Israel, y los paganos estarían subordinados a éste. Por el contrario, la acción de Jesús muestra que para Dios no hay pueblo privilegiado, que toda discriminación queda suprimida y que los que no pertenecen a Israel participan del Reino con el mismo derecho que los israelitas.
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