Y siguió diciendo: <<¿Con qué podríamos comparar el reinado de Dios?¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza, que, cuando se siembra en la tierra, aun siendo la semilla más pequeña de todas las que hay en la tierra, sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra>>.
Las dos preguntas retóricas que introduce la parábola crean una expectación en los oyentes/lectores y subrayan su importancia: anuncian una enseñanza capital sobre el reino de Dios.
La parábola se centra en la oposición entre una insignificancia inicial y una gran extensión de visibilidad posterior. El grano de mostaza era el prototipo de lo mínimo. Jesús usa, pues, una expresión proverbial, recalcando la pequeñez bien conocida (<<aun siendo la más pequeña de todas>>).
Se insiste en el hecho de la siembra (vv. 31-32: <<cuando se siembra>>), indicando con esto la condición indispensable para el desarrollo del Reino: la implantación de la pequeña comunidad en medio del mundo (v. 31: <<en la tierra>>, con la misma denotación universal que en 4,26). El reino de Dios es un proceso vital, lo mismo en su inicio que en su desarrollo, en el plano individual que en el social (v. 32: <<va subiendo>>).
En la naturaleza, el crecimiento de la mostaza es sorprendente, pues de la mínima semilla llega a salir un árbol (de metro y medio a tres metros de altura), que echa ramas grandes. Es manifiesto el contraste entre la pequeñez de la semilla y las proporciones del árbol que resulta de ella. En la parábola, la dimensión vertical señalada es modesta (<<más alto que cualquier hortaliza>>); la horizontal, en cambio, grande (<<ramas grandes>> que dan mucha sombra), figura de su extensión universal.
Es probable que la pequeñez de la semilla no se refiera sólo al escaso número inicial de los miembros de la comunidad, sino también a su insignificancia social.
Sin embargo, no se agota con esto el contenido de la parábola. La mención de <<los pájaros>> que acampan a la sombra del árbol de mostaza alude claramente al pasaje bien conocido de Ez 17,22s, donde se describía proféticamente la restauración de Israel: <<Esto dice el Señor: "Cogeré una guía de cogollo del cedro alto y encumbrado; del vástago cimero arrancaré un esqueje y yo lo plantaré en un monte elevado y señero: lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará raíces, se pondrá frondoso y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves">>.
La comparación de este pasaje con Ez 31,6 (contra Egipto) y Dn 4,12 (contra Nabucodonosor), en los que se usa la misma imagen del árbol corpulento a cuya sombra anidarán los pájaros del cielo, muestra que el futuro de Israel se preveía como un gran imperio bajo cuyo amparo se cobijarían los hombre y pueblos de la tierra. Incluso cuando Israel es comparado a una viña, ésta sobrepasa en altura a los cedros (Sal 80,9-11).
La parábola rectifica en varios puntos la concepción que aparece en el texto de Ez 17,22s. En primer lugar, el profeta concibe una restauración en continuidad con el pasado (esqueje del antiguo cedro). Jesús enseña lo contrario: no un esqueje, sino una semilla nueva, de la que nace un nuevo árbol. El reino de Dios no prolonga el pasado, ni en su índole ni en su grandeza.
El esqueje del texto profético se tomada de un cedro, árbol alto y encumbrado, y había de plantarse en lo alto del monte elevado de Israel. A esta descripción opone Jesús la suya: el reino de Dios no procede de un árbol grande, nace de una semilla mínima; no será plantado en lo alto del monte encumbrado de Israel (alusión al monte Sión), sino <<en la tierra>>, en el mundo entero. La parábola omite toda alusión a Israel: el reino de Dios no estará circunscrito a este pueblo, no tendrá en él su centro ni estará condicionado por su historia.
En Ezequiel, el esqueje del cedro llegaría a ser un cedro magnífico, y el cedro se consideraba el rey de los árboles. El reino de Dios será, en cambio, un árbol modesto (en la parábola ni siquiera aparece la palabra <<árbol>>), que no se elevará por encima de los demás árboles, sino solamente de las hortalizas. La descripción está teñida de ironía.
Las profecías como la de Ezequiel, que describían un futuro glorioso para Israel, habían dado pie a una expectación mesiánica triunfal. Con su parábola, Jesús deshace esta vana esperanza: el reino de Dios es algo nuevo, una comunidad humana de comienzos insignificantes y que, incluso en su máximo desarrollo, carecerá de esplendor mundano.
Es decir, el pueblo judío tiene que renunciar a su ambición de gloria nacional. Este contenido de la parábola justifica la insistencia retórica con que comenzaba: Jesús iba a exponer a la multitud el punto más difícil de su mensaje, el aspecto social del reino de Dios, que contradice a todas las expectativas del judaísmo.
Para la multitud, este aspecto del mensaje era el más difícil de aceptar; imbuida como estaba de ideales nacionalistas y, por la ocupación extranjera, anhelando la victoria sobre los pueblos paganos y el esplendor de Israel. Manifestaba con esto un espíritu de revancha que perpetuaría la injusticia en el mundo.
Jesús no puede proponer abiertamente el contenido de la parábola, que habría provocado un rechazo definitivo de su persona y mensaje. La parábola lo insinúa, pero dejando en la sombra su pleno significado.
Queda así precisado el sentido de <<la conversación>>, que aparecía en 4,12 como condición para ser perdonado y penetrar en el secreto del Reino; es la adhesión a Jesús y a su mensaje, el del amor universal de Dios, que abraza a todos los hombres y pueblos, renunciando a todo exclusivismo y deseo de triunfo sobre otros.
Para <<los pájaros>>, Mc no usa el verbo <<anidar>>, sino <<acampar>>, aplicable a los hombres; <<del cielo>>, correlativo de <<la tierra>> (v. 32), indica de nuevo la universalidad. La imagen describe la atracción que ejerce el reino de Dios sobre los hombres de todo el mundo; es la imagen tradicional del reino de paz que ofrece cobijo. Pero la paz no se alcanza con el dominio de un gran imperio, sino en la modesta y libre comunidad del Espíritu.
La insistencia de Jesús sobre la pequeñez de los principios está en relación con el pregón del reinado de Dios: <<tened fe en esta buena noticia>> (1,15). Siendo la formación del Reino un proceso histórico, no un acontecimiento subitáneo, exige confianza en que lo que parece insignificante y, por ello, desproporcionado para el objetivo que Jesús anuncia, se va a convertir en una realidad bien visible y va a ser centro de atracción.
Las dos últimas parábolas sintetizan las dos etapas que se requieren para que exista el reino de Dios, la sociedad alternativa. La primera, que trata del plano individual, describe la etapa inicial, la transformación del hombre por la asimilación del mensaje. Los individuos así madurados se reúnen para constituir la nueva comunidad. La segunda parábola describe la existencia de ese grupo, al principio casi invisible, en medio de la humanidad; crecerá y se extenderá paulatinamente y se hará visible, aunque sin pretensión alguna de grandeza. De este modo, se irá afirmando en el mundo una comunidad nueva, abierta y acogedora para todos los hombres, una sociedad fraterna que continuará la obra de Jesús, excluyendo la ambición del triunfo personal y del esplendor social.
En ambas parábolas se constata un elemento de sorpresa y admiración: en la primera, por la transformación del hombre, cuyo proceso queda oculto para el que siembra el mensaje; en la segunda, por el desarrollo inesperado de la insignificante semilla.
Jesús ha expuesto así el secreto del Reino, el amor universal de Dios, que se traduce en la comunicación de vida a los individuos, creando el hombre nuevo, la nueva humanidad, y en la formación de una comunidad humana.
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