<<Y cuando el fruto se entrega, envía en seguida la hoz, porque la cosecha está ahí>>.
El hombre que esparció la semilla vuelve a estar activo en la siega. Ésta tiene un momento bien preciso, señalado por el fruto mismo. Hasta el último momento se respeta el proceso de maduración, que no se puede forzar; pero, en cuanto se observa que la cosecha está a punto, el hombre debe encontrarse allí para recogerla.
La extraña frase <<cuando el fruto se entrega>> describe precisamente la plenitud indicada antes, el término de la transformación del hombre. El verbo <<entregarse>> es el correlativo de <<ser entregado>>, aparecido ya en relación con Juan Bautista (1,14) y Jesús (3,19). La entrega del fruto equivale, por tanto, a la decisión que constituye al hombre nuevo: colaborar en la obra salvadora de Jesús en favor de la humanidad, aun a riesgo de su vida o, en otras palabras, el seguimiento de Jesús hasta el fin. Es la renovación por parte del hombre del compromiso expresado por Jesús en su bautismo (1,9), y, como aquél, tiene por respuesta el don del Espíritu (1,10). <<El fruto>> es, por tanto, el hombre pleno, dotado del Espíritu de Dios, a semejanza de Jesús.
<<La entrega>> es la señal que pone en movimiento al agente de la siembra, que esperaba este momento. La frase, también extraña, <<envía en seguida la hoz, porque la cosecha está ahí>>, alude a Joel 4,13 LXX: <<Enviad hoces, porque la mies está ahí>>. El profeta hablaba de una engañosa convocación militar de las naciones para conducirlas a su ruina, considerada como un juicio divino contra ellas. Mc invierte el sentido: la hoz no es figura de la ruina, sino de la salvación de las naciones, en las que se ha esparcido el mensaje (4,26: <<en la tierra>>). Ha terminado la confrontación entre Israel y los pueblos paganos: también éstos están llamados al Reino.
Por otra parte, en el NT <<la siega>> es figura de acontecimientos situados tanto dentro de la historia (Mt 9,37s; Jn 4,25s) como en su fin (Mt 13,39; Ap 14,14-20=. En el primer caso significa la reunión en la comunidad de los que han dado su adhesión a Jesús. En el segundo, el momento final que señala el destino definitivo de los hombres. El primer sentido es evidente en esta parábola de Mc; puede preguntarse si incluye también el segundo.
La respuesta afirmativa se deduce de Mc 13,27: <<enviará a sus ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos>>, que puede considerarse paralelo de 4,29. Es otra versión de la cosecha: la cosecha final, más allá de la muerte.
Este doble sentido de la cosecha, en este mundo y en el mundo futuro, corresponde a un doble momento: a la entrega como decisión y a la entrega efectiva que corona la vida (13,9-13), y también al doble significado de <<bautismo>> en Mc: el de compromiso hasta la muerte (1,9) y el de muerte padecida (10,39). La parábola indica así, en primer lugar, la formación de la nueva comunidad en la tierra; pero, en segundo plano, la consumación final de esa comunidad. El reino de Dios supera los límites de la historia.
En uno y otro aspecto está ausente la idea de juicio. Mc sigue la línea del Sal 126/125 (LXX): <<cosecharán con alegría>>. Los hombres nuevos forman el reino de Dios, la nueva comunidad humana en la historia, y al llegar al término de su entrega serán integrados en la comunidad definitiva.
La frase <<la cosecha está ahí>>, que alude a Joel 4,13, donde se habla del juicio de las naciones enemigas de Israel, contiene una nueva alusión a la humanidad pagana. En ésta particularmente la tierra buena que dará fruto gracias al mensaje. El colectivo <<cosecha>>, que incluye la multiplicidad de frutos, alude a la constitución de la nueva comunidad universal, la de los seguidores de Jesús, la humanidad nueva. <<La hoz>> marca el corte, el fin de una etapa, el paso de lo individual a lo comunitario. Terminada la maduración o transformación del hombre por su asimilación del mensaje, comienza la etapa de la comunidad.
Según esta parábola, el establecimiento del reinado de Dios no es un acontecimiento histórico instantáneo ni que comience a escala social; supone un proceso en los individuos. La parábola se opone frontalmente a la concepción de la llegada del Reino como un corte en la historia, por obra de Dios o del Mesías. Por el contrario, esta llegada no sucede de improviso ni es independiente de la colaboración humana; presupone el cambio en los individuos. El reino de Dios no se da hecho, germina en la humanidad misma.
La salvación del hombre y de la humanidad no se realiza en la colaboración de Dios con los hombres. Pero Dios no fuerza; Jesús no impone su mensaje, lo propone, para que el hombre lo acepte libremente y lo haga fructificar. La entrada de este factor de libertad es lo que hace que el reinado de Dios se realice gradualmente.
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