y dijo gritando a voz en cuello: <<¿Qué tienes tú contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Por ese Dios te conjuro, no me sometas al suplicio>>. Es que Jesús le había mandado: <<¡Espíritu inmundo, sal de este hombre!>>
Al poner en sucesión inmediata el gesto de homenaje y el grito de protesta, Mc crea un fuerte contraste. Resulta paradójico que el hombre que había ido espontáneamente a postrarse ante Jesús vea ahora a acción de éste como una amenaza. El motivo se expresa a continuación: es la orden de Jesús al espíritu (<<¡Espíritu inmundo, sal de este hombre!>>)
El contraste entre el gesto y el grito significa que el poseído no se esperaba tal orden de Jesús: desea liberación, pero no acepta renunciar al espíritu de violencia. Para él, si Jesús le pide esa renuncia, se comporta como enemigo suyo; prefiere quedarse en su situación desesperada.
Veamos ahora los detalles. El grito del poseído está en paralelo con los que lanzaba en los montes (v. 5). Su intensidad particular (<<a voz en cuello>>) muestra que Jesús era su última esperanza de liberación y que también ésta se ve defraudada. En el texto griego está expresado en presente (lit.: <<dice gritando>>), indicio de que, en tiempos de Marcos, los oprimidos paganos seguían viendo una esperanza en Jesús, pero se resistían a aceptar la renuncia a la violencia que pide su mensaje.
La decepción del hombre se traduce en su pregunta: <<¿Qué tienes tú contra mí, Hijo del Dios Altísimo?>> Cree descubrir en Jesús una hostilidad hacia él como la que había encontrado en los demás. Esperaba hallar finalmente uno que comprendiese su situación, un aliado, un líder que acaudillase su rebelión, para destruir el sistema que busca someterlo. Piensa haber encontrado todo lo contrario; de ahí su grito desesperado.
La pregunta de este poseído es igual a la del de la sinagoga de Cafarnaun, pero expresada en singular (<<contra mí>>). Aquél hablaba en plural porque hacía suyos los intereses de sus opresores, los letrados (1,24: <<contra nosotros>>, es decir, contra él y los letrados, dos sujetos heterogéneos); éste, en cambio, habla en singular porque representa a una clase homogénea, la de los esclavos, que detesta a sus opresores y huye de ellos.
Como el primer poseído, también éste llama a Jesús por su nombre, pero, mientras que aquél lo identificaba por su lugar de origen (1,24: <<Nazareno>>), que connotaba su ser de hombre, el geraseno, le da el título de <<Hijo del Dios Altísimo>>, atribuyéndole un origen divino. En uno y otro caso se trata de un reproche; en el primero, porque Jesús no sigue la tradición nacionalista de su región; en el segundo, porque no se parece al Dios de Israel, que liberó a los oprimidos con la violencia.
En 3,11, los espíritus inmundos presentes en la enorme muchedumbre judía y pagana aclamaban a Jesús: <<Tú eres el Hijo de Dios>>, designándolo como Mesías (alusión a Sal 2,7). También el geraseno lo llama así, añadiendo a la mención de Dios el calificativo <<Altísimo>>, que lo caracteriza como el Dios supremo, el más poderoso, su última esperanza. La fórmula supone la existencia de otros dioses, representados antes por <<los montes>> (v. 5), de los que el poseído no ha conseguido ayuda.
Hay, pues, una continuidad entre esta escena y la de 3,11: en ambos casos los poseídos reconocen en Jesús a un liberador, lo ven como un líder que puede acaudillar su rebelión y sacarlos de la situación miserable en que se encuentran.
El geraseno quiere contrarrestar la orden de Jesús y, con objeto de respaldar su petición (<<no me sometas al suplicio>>), apela al Dios de quien Jesús es Hijo (<<Por ese Dios te conjuro>>). Para este hombre, eliminar su espíritu de violencia equivale a someterlo de nuevo a la esclavitud, que ve como un suplicio mayor que el que él mismo se está infligiendo (<<destrozándose con piedras>>). Le parece que Jesús pretende lo mismo que sus opresores, que renuncie a la rebelión y se someta.
Reconoce la excelencia de Jesús, pero estima que Dios es superior a Jesús, y que Jesús debe respetarlo. Cree que hay dos instancias, y que los planes de Dios y los de Jesús pueden diferir. Al recurrir a ese Dios para conjurar a Jesús, se constata que el poseído concibe al Dios judío como un Dios violento. Espera de él una acción que destruya el dominio de sus opresores, como la que liberó antiguamente a Israel de los egipcios. Ve en Jesús un aliado de la clase dominante, pero cree que el Dios de Jesús se apiadaría de él y apoyaría su causa. Se opone a la acción de Jesús porque contradice a su idea de liberación, para él la única posible, basada en la lucha violenta.
A continuación expone Mc el motivo de la frustración que experimenta el poseído: <<es que Jesús le había mandado: "¡Espíritu inmundo, sal de este hombre!">>. Jesús le exige que renuncie al espíritu de odio y violencia destructora (<<espíritu inmundo>>). Jesús <<le había mandado>> al hombre, pero su orden se dirige al espíritu. Hay una identidad entre hombre y espíritu: la orden se dirige al hombre en cuanto identificado con su ideología de violencia; Jesús lo insta a renunciar a ella.
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