Ellos, sin embargo, al verlo andar sobre el mar, pensaron que era una aparición y empezaron a dar gritos; porque todos lo vieron y se asustaron.
Ya en la travesía anterior, Jesús, al calmar el viento y el mar, había manifestado su condición divina, pero los discípulos se habían resistido a comprenderla (4,41 Lect.). Tampoco ahora les entra en la cabeza que un hombre posea esa condición, pues esa idea era contraria a la tradición del judaísmo, que, insistiendo en la trascendencia divina, había excavado un abismo entre Dios y el hombre. Por eso, espontáneamente lo interpretan como algo irreal, una aparición o un espectro anunciador de desgracia (<<gritos>>). Reconocen a Jesús (<<al verlo>>), pero, para ellos, un Hombre-Dios no puede ser más que una ilusión.
Este modo de reaccionar impide a los discípulos captar la manifestación de Jesús, que pretendía <<pasar>> para que reconocieran su calidad divina. Tienen elementos más que suficientes para captarla, pero no la aceptan.
El verbo <<dar gritos>> ha aparecido antes en Mc aplicado al poseído de la sinagoga, que, alarmado, dice a Jesús: <<¿Qué tienes tú contra nosotros?>> ¿Has venido a destruirnos?>> (1,23 Lect.). La alusión a ese pasaje hace comprender que la reacción de los discípulos se debe al miedo. Mc explicita el motivo (<<porque>>) después del hecho. Ven a Jesús y esto los aterra, pues lo que ven pone en cuestión y amenaza los principios del judaísmo y su concepción de Dios. Considerarlo como una aparición irreal es un mecanismo de defensa.
Es el mismo problema que en la primera travesía (4,41 Lect.): aceptar la autoridad divina del programa universalista de Jesús, concretado aquí en la orden de ir a Betsaida, implicaría renunciar a su identidad judía, que se cifra en su ideal de restauración gloriosa de Israel.
Mc recalca que todos ven a Jesús y que la reacción de todos es de terror. Ni uno solo de los discípulos comprende la condición divina de Jesús. Sigue en pie la pregunta de 4,41: <<¿Quién es éste?>>.
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