Viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si acaso encontraba algo en ella; pero, al acercarse a ella, no encontró nada más que hojas, porque el tiempo no había sido de higos.
Jesús ve de lejos una higuera que ya ha echado las hojas; su apariencia es prometedora. Se acerca hasta ella con la esperanza de encontrar algo más que follaje, pero no encuentra nada más, porque el tiempo no había sido de higos. ¿Qué sentido encierra este episodio aparentemente trivial y anecdótico? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta el trasfondo veterotestamentario de este texto de Mc.
En primer lugar, en Dn 8,7-10 las higueras, junto con las viñas, son uno de los signos de la tierra buena que Dios ha dado a Israel (cf. Hab 3,17). De ahí que, en los profetas, se utilice la imagen de los frutos de la higuera, unidos con frecuencia a los da la vid, como símbolo de los israelitas. Así Os 9,10: "Como uvas en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a vuestros padres". En una visión contempla Jr 24,1-10 lo siguiente: "El Señor me mostró dos cestas de higos muy pasados, que no se podían comer" (vv. 1-2). Los primeros son figura de los desterrados fieles a Dios (vv. 4-5); los otros, del rey, sus dignatarios y el resto de Jerusalén que queda en Palestina o reside en Egipto.
En correspondencia con este simbolismo, como sucede también con la vida, la falta de frutos de la higuera o los higos malos son en los profetas imagen de la infidelidad de Israel a la alianza. Puede citarse, en primer lugar, Jr 8,13, donde el profeta, después de constatar la corrupción de Jerusalén (8,5-7), que, a pesar de todo, se gloría de la Ley (8,8), termina descorazonado: <<Si intento cosecharlos, oráculo del Señor, no hay racimos en la vid ni higos en la higuera>>. El texto en cuestión pone en paralelo la vida y la higuera. De una y otra esperaba el Señor fruto y no lo ha encontrado. Como lo expresan los vv. 5-10, el Señor se lamenta de la corrupción de la sociedad judía, en la que hasta los que ostentan los cargos más importantes, sacerdotes y jueces, han prevaricado por deseo de medrar.
El texto completo de este pasaje profético (Jr 8,4-13) ilumina el sentido de la falta de fruto: "Diles: Así dice el Señor: <<¿No se levante el que cayó?, ¿no vuelve el que se fue? Entonces, ¿por qué este pueblo de Jerusalén ha apostatado irrevocablemente? Se afianza en la rebelión, se niega a convertirse. He escuchado atentamente: No dicen la verdad, nadie se arrepiente de su maldad diciendo: <<Qué he hecho?>>. Todos vuelven a sus extravíos... mi pueblo no comprende el mandato del Señor. ¿Por qué decís: <<Somos sabios, tenemos la Ley del Señor>>?, si la ha falsificado la pluma de los escribanos... porque del primero al último sólo buscan medrar; profetas y sacerdotes se dedican al fraude...".
Más adelante, Jr 29,17, refiriéndose a la infidelidad del rey y del pueblo, dirá: "Los trataré como a los higos podridos que no se pueden comer de malos".
Semejante al texto de Jr 8,13 es el lamento de Miq 7,1: !¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca terminada la vendimia: no quedan uvas para comer, ni brevas que tanto me gustan". La decepción del profeta proviene de que han desaparecido de Israel los hombres leales y honrados, y todos cometen malas acciones (vv. 2-3).
Con estos precedentes, se desvela el sentido del texto de Mc. La higuera es en él figura del Israel institucional, que tiene su centro y su máxima expresión en el templo de Jerusalén. El hambre repentina de Jesús (sintió hambre) expresa su vivo deseo de encontrar dentro de Israel <<el fruto>> que este pueblo estaba destinado a dar; sólo él podría saciar su hambre. En concreto, el fruto que Dios (y lo mismo Jesús) esperaba de Israel era el cumplimiento de las dos exigencias fundamentales de la Ley: el amor a Dios como absoluto y el amor al prójimo como a sí mismo (12,28-31). Practicar ese amor, encarnado, según Is 5,7 (cf. Mc 12,1-2), en la justicia y el derecho, era la tarea preparatoria de la antigua alianza en relación con el reinado del Dios prometido.
En clara alusión al esplendor del templo, Mc señala que de lejos la apariencia de la higuera/institución es hermosa y prometedora (una higuera que tenía hojas). La expresión de lejos podría aludir al impacto que la magnificencia del templo causaba entre los paganos, o bien, a la distancia ideológica existente entre Jesús y el sistema religioso judío, centrado en el templo.
Jesús se acerca hasta la higuera/institución para ver si ha producido algo positivo (fue a ver si acaso encontraba algo en ella). Su relación anterior con los grupos más influyentes del judaísmo de la época (letrados y fariseos: cf. 2,6-7.16.23-28; 3,1-6.22-30; 7,1-13; 8,11-13) y, sobre todo, su constatación, al llegar a Jerusalén, de la realidad del templo (11,11), no le hacen abrigar muchas esperanzas (si acaso). Sin embargo, no se resigna a dar todo por perdido, espera todavía encontrar en la higuera/institución algún fruto, por pequeño que sea; desearía ardientemente (el "hambre" que siente, cf. v. 12) que la historia de Israel, la antigua alianza, no hubiera sido del todo inútil. Nueva señal del amor de Jesús por su pueblo. Pero se lleva una decepción: no hay ningún fruto; sólo hojas (no encontró nada más que hojas). De hecho, el aspecto de la higuera desde lejos y su realidad de cerca son contradictorios: la apariencia es engañosa y oculta la esterilidad. Es un esplendor sin fruto. Jesús deseaba encontrar algo, pero no hay nada.
Mc ofrece la razón de la esterilidad de la higuera/institución: porque el tiempo no había sido de higos. El Israel institucional, encarnado en el templo, no ha dado frutos mientras ha podido darlo. El tiempo de dar fruto era el anterior a la llegada del Mesías y al advenimiento del reinado de Dios, pero ha sido estéril. Ahora ya no habrá más ocasión. La fase preparatoria de la época mesiánica, el tiempo de la antigua alianza, ha terminado (1,15: "Se ha cumplido el plazo/tiempo") sin haber producido nada provechoso. La falta de fruto ((higos) es, por alusión a los textos proféticos antes citados, señal de la infidelidad de Israel a la tarea asignada por Dios.
Con otras palabras, el episodio de la higuera muestra precisamente que el tiempo (gr. kairos) de preparación a la llegada del Mesías y, con él, del reinado de Dios, es decir, el tiempo de la antigua alianza, ha sido infructuoso; el pueblo de Israel no ha producido los frutos que de él se esperaban. La función del judaísmo institucional, centrado en el templo, había sido la de preparar a ese pueblo (frutos) para el reinado de Dios, pero no la ha cumplido. Jesús, el Mesías, después de la falta de reacción de Jerusalén ante su llegada y de hacerse cargo de la realidad del templo (11,11), se acerca a la higuera/institución con pocas esperanzas (si acaso), aunque con el vivo deseo (hambre) de encontrar algo bueno en ella. Pero se ve frustrado: bajo el esplendor y grandeza externos (hojas), la higuera/institución no ha producido nada.
El tiempo no había sido de higos se refiere, por tanto, a la duración de la antigua alianza. Expresa la infidelidad continua del pueblo de Israel a lo largo de ella, explicitada más adelante en la parábola de la viña (12,1-9).
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