<<Cuando os conduzcan para entregaros no vayáis preocupados por lo que vais a decir, sino aquello que se os comunique en aquella hora, decidlo; pues más que hablar vosotros, hablará el Espíritu Santo>>.
Jesús pasa a inspirar confianza a los discípulos. Mientras éstos aparecían antes como sujetos pasivos, ahora aparecen como activos (no vayáis preocupados... decidlo). A ellos les toca actuar y son ellos los que tienen que seguir una determinada línea de acción. Enlaza así este centro con el aviso inicial, determinando su contenido para el momento decisivo de la entrega.
La exhortación de Jesús comienza por una disuasión ("no os preocupéis" / no vayáis preocupados). "Estar preocupado / preocuparse" connota inseguridad y agitación. La prohibición de Jesús pretende, por tanto, evitar la inseguridad del discípulo y darle tranquilidad. El momento en apariencia más difícil, el enfrentamiento con los perseguidores, va a ser, en realidad, el más fácil.
El objeto de la preocupación es lo que vais a decir, o sea, el contenido de una declaración que habrán de efectuar ante el consejo. Para Jesús, ese contenido no va a depender de la iniciativa de los discípulos. De hecho, en la circunstancia extrema tendrán asegurada una ayuda para que sepan lo que han de decir ante el tribunal judío (consejos) al que van a ser entregados.
A la disuasión siguen la promesa (aquello que se os comunique) y la persuasión (decidlo). El aplomo que va a caracterizar a las palabras del discípulo es resultado de un don. Al no apoyarse en su propia capacidad y aceptar la que le viene del Espíritu, se encuentra seguro. Va a producirse un enfrentamiento a nivel verbal; por parte del discípulo será su declaración; por parte del tribunal, la sentencia.
La declaración del discípulo no será una defensa. De hecho, el criterio de los discípulos y el de los perseguidores son antagónicos. Si el discípulo se mantiene en su adhesión a Jesús, su hablar mostrará necesariamente el contraste entre las dos escalas de valores: afirmará la propia o bien denunciará la de los perseguidores. En todo caso, no puede defenderse con los mismos argumentos y principios que sus antagonistas. No hay un terreno común donde llegar a un acuerdo. Para el tribunal, la única defensa válida sería que el discípulo renegase de Jesús.
El momento crucial del enfrentamiento entre discípulos y perseguidores se designa como aquella hora. Es la hora del discípulo, en paralelo con la de Jesús (14,34), aquella en la que "el Hijo del hombre" es entregado en manos de "los pecadores" (14,41). Los que juzgan tanto a Jesús como a los discípulos quedan así calificados.
La ayuda del Espíritu no se ofrece al discípulo sólo en el momento de la persecución; el Espíritu está con él y le asiste desde que ha dado su adhesión a Jesús y ha asumido su proyecto. Con todo, la ayuda que se promete aquí tiene carácter excepcional, en correspondencia con lo excepcional de la circunstancia.
Aunque Mc nunca aplica el término "profetas" a los seguidores de Jesús, lo que ellos digan en estos momentos estará inspirado por el Espíritu, como el mensaje de los profetas. A través del discípulo, Dios se enfrenta con los perseguidores. El duelo final no se traba entre los discípulos y los perseguidores judíos, sino entre éstos y su Dios, al que siguen siendo infieles.
Por lo que respecta al discípulo, la acción del Espíritu a través de él le muestra con evidencia que Dios es su aliado. La promesa de vida que eso supone sostiene su decisión de entrega.
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