miércoles, 12 de junio de 2024

Mc 13,26

 <<y entonces verán llegar al Hijo del hombre entre nubes, con gran fuerza y gloria>>.

La locución y entonces indica que la llegada del Hijo del hombre se verifica inmediatamente después de la conmoción cósmica. Al significar ésta el eclipse de los falsos dioses y la caída de regímenes opresores, la llegada visible y gloriosa del Hijo del hombre significa su triunfo sobre ellos.

La primera cuestión que se plantea es la del sujeto del verbo verán. Los únicos sujetos mencionados en el texto han sido los astros; de ellos, sólo "las estrellas" y "las fuerzas" revisten carácter humano; hay que pensar, por tanto, que son estas entidades las que perciben la llegada del Hijo del hombre. La cuestión se ilumina comparando 13,26 con 14,62, donde el verbo "veréis al Hijo del hombre... llegar entre las nubes del cielo" tiene por sujeto, al menos en primer término, los miembros del tribunal que juzga a Jesús. En nuestro pasaje, el sentido figurado de las estrellas que caen y de las fuerzas que vacilan permite una aplicación semejante: en paralelo con el poder judío, serán los poderes representados por ellas los que sean testigos, al menos principalmente, de la llegada del Hijo del hombre.

Se mencionan, pues, en Mc dos llegada: La primera (14,62), que corresponde a la caída del poder opresor judío, es la que anunciará Jesús en su juicio ante el sumo sacerdote y será vista por sus jueces (14,62). La segunda (13,26) corresponde a la caída de los poderes opresores paganos y se trata en este pasaje.

Ahora bien, hay que subrayar que, dado que la caída de las estrellas no indica un hecho único, sino sucesivo en la historia, esta segunda llegada del Hijo del hombre tampoco será única, sino iterada: cada caída de un poder opresor pagano será un triunfo del Hombre, percibido por los mismos opresores. El texto no habla, pues, de una llegada final, sino de llegadas sucesivas a lo largo del período histórico que seguirá a la ruina de Jerusalén.

La dignidad del Hijo del hombre (el Hombre en su plenitud, incluyendo la condición divina) va explicada por varios símbolos: entre nubes, marco que rodea su figura, señala su verdadera condición divina, por oposición a la usurpada por los poderes; la llegada equivale a la de Dios mismo y contrasta con la "caída" de las estrellas. Mientras ésta significaba la pérdida de una condición divina usurpada, la "llegada entre nubes" significa lo contrario, la condición divina verdadera. Contrasta la caducidad de los poderes legitimados por los falsos dioses y la permanencia del Hijo del hombre, acreditado por el verdadero Dios.

La fuerza representa la potencia de vida (12,24; 14,62). El Hijo del hombre llega, pues, como dador de vida en grado eximio (con gran fuerza), en contraposición a "las fuerzas que están en los cielos" o fuerzas de muerte divinizadas. Éstas son los poderes perseguidores de los que proclaman el evangelio en el mundo pagano (13,9-10). La gran fuerza de vida del Hijo del hombre va a neutralizar la muerte sufrida por sus seguidores. La pertenencia del Hijo del hombre a la esfera divina (entre nubes) hace que la gran fuerza se identifique con la de Dios, aquella que hace superar la muerte (12,24).

La fuerza va acompañada de la gloria, que aparece en Mc tres veces: En 8,38, la llegada del Hijo del hombre se realiza "con la gloria de su Padre". En 10,37, el término se encuentra en boca de los Zebedeos, cuando piden a Jesús los primeros puestos el día de su "gloria", es decir, de su entronización como rey (10,37 Lect.). En nuestro pasaje representa, pues, la realeza del Hijo del hombre y su condición divina, figuradas en otros pasajes (12,26; 14,62) por la entronización a la derecha de Dios. Se contrapone a la pretensión de las potencias de muerte, que ven contestado su poder y rango de dioses.

El rasgo de "luminosidad" propio de "la gloria/esplendor" contrasta con el oscurecimiento del sol y de la luna. Mientras las divinidades paganas pierden su brillo, su prestigio, se afirma la divinidad del Hijo del hombre.

Es de notar que la llegada no se atribuye "al Mesías" o "al Señor", sino al Hombre en quien se manifiesta la condición divina. La denominación "el Hijo del hombre" incluye la excelencia, pero al mismo tiempo la accesibilidad, por designar una dignidad que no es ajena a la condición humana. Sucede lo contrario que en el caso de "las estrellas". La excelencia significada por esa figura celeste denotaba inaccesibilidad, marcando una distancia infranqueable entre gobernantes y súbditos; excluía así toda posible igualdad y establecía como única relación entre ambos la de dominio. La denominación "el Hijo del hombre", en cambio, abre camino a la igualdad, a través del seguimiento; establece una relación de servicio, excluyendo todo dominio (cf. 10,42-45).

El Hijo del hombre representa, pues, la plenitud de lo humano; él encarna todos los valores del ser de hombre. Con las imágenes expuestas, afirma Mc que, a partir de la caída de Jerusalén, se irá verificando en la historia del mundo un triunfo progresivo de lo humano (el Hijo del hombre) sobre lo inhumano (los regímenes opresores de la humanidad).

LA BIBLIA

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