domingo, 2 de junio de 2024

Mc 13,7

 <<En cambio, cuando empecéis a oír estruendos de batallas y noticias de batallas, no os entusiasméis; tiene que suceder, pero todavía no es el fin>>.

Jesús enuncia los acontecimientos futuros que fundaban la esperanza de los discípulos: se combatirá en el territorio de Palestina, en lugares cercanos o distantes de donde están ellos; lo sabrán por percepción directa (estruendo de batallas) o a través de otros (noticias de batallas). La guerra de invasión está en proceso.

Pero eso no debe suscitar el entusiasmo, pues no es verdad que esos hechos anuncien la llegada "del fin". Los discípulos corren, pues, un doble peligro: uno exterior, procedente de los impostores (v. 5b), y otro interior, cuya raíz está en su ideal nacionalista (v. 7a) (cf. 8,33: "la idea de los hombres"). El segundo, el entusiasmo, es más grave, pues es el que los expone a ser víctimas del engaño.

Según el uso de Mc, el auxiliar "tiene que" (gr. dei) denota una necesidad que procede de la relación de determinados sucesos con el designio divino. La necesidad puede ser de dos clases: antecedente, cuando los sucesos son parte del plan divino y, por tanto, directamente queridos por Dios (necesidad supra/extrahistórica); consecuente, cuando los sucesos no son parte del plan divino pero se derivan inevitablemente de la respuesta de los hombres a ese plan (necesidad intrahistórica) (cf. 8,31: "tenía que padecer mucho"). En otras palabras, los acontecimientos o son efecto de una decisión divina o bien son la consecuencia histórica ineluctable de actos humanos.

Las batallas, es decir, la invasión de Palestina, sucederán en todo caso (tiene que suceder). La nación judía está necesariamente abocada a la ruina, porque, al oponerse al plan de Dios, ha desencadenado un proceso histórico que la lleva inevitablemente al desastre (necesidad consecuente) (cf. 12,1-9). El verbo "tiene que suceder" (gr. dei genesthai), que denota la acción llevada a su término, indica que, aun refiriéndose en primer lugar a las batallas, es decir, a la invasión de Palestina, incluye también su desenlace: la destrucción de la capital y el templo. La ruina, que Jesús había predicho como cierta y total (13,2), aparece ahora como inevitable.

Con la frase todavía no es el fin deshace Jesús el presupuesto que podría fundar una intervención favorable de los sucesos futuros, cortando de raíz el motivo del entusiasmo. Para la nación judía, tano la invasión como la totalidad de los sucesos tendrá solamente consecuencias desastrosas; habrá ruina, pero ésta no desembocará en restauración ("el fin"). Invalida así la expectación nacionalista y muestra la falsedad del mensaje de los impostores.

La negación de la proximidad del "fin" priva de sentido a la pregunta sobre la señal (13,4b), que habría significado la intervención divina para detener la destrucción e instaurar el reinado del Mesías.

Por otra parte, la frase todavía no es el fin contiene una negación y una afirmación. Afirma la existencia futura del "fin" o reino mesiánico, pero niega su conexión con los acontecimientos mencionados y, por tanto, su proximidad. Jesús prevé un lapso de tiempo indeterminado entre esos acontecimientos y el fin. Existirá "el fin", tiempo utópico, aquel en que se realizará el cambio definitivo, pero no se determinará su fecha ni qué acontecimientos lo precederán.

LA BIBLIA

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