Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razonar en su interior: <<¿Cómo habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios solo?>>
Mc señala la presencia de letrados, maestros de la doctrina oficial, en <<la casa de Israel>> ("allí"), o sea, en el judaísmo de Galilea; para indicar esta limitación territorial pone <<algunos>>, en lugar del genérico <<los letrados>>. La indicación <<sentados>> (= <<asentados>>, <<instalados>>) señala su situación estable en la comunidad judía y alude a la doctrina que enseñan y a su condición de jueces de la ortodoxia.
Mc no señala reacción de los oyentes, sólo la de los letrados. La describe como meramente interior, sin manifestación externa, pero la formula en estilo directo, como si hablasen. Hay que notar que los letrados no se han mencionado al principio de la reunión (2,2) ni vuelven a mencionarse; no hay reacción por parte de ellos después de la curación (2,12) ni se dice que salgan del local (2,13). Su presencia se hace sentir sólo cuando reaccionan negativamente ante la declaración de Jesús (2,5). Es decir, están presentes en el episodio únicamente en cuanto representan un pensamiento adverso a él.
Con esto indica Mc que la presencia de los letrados, objetores mudos, personifica en esta escena el influjo de la doctrina oficial, enseñada por ellos, en la mente de los que escuchan a Jesús. Son la figura de la autoridad religiosa interiorizada por los judíos de Cafarnaún y de Galilea, de su conciencia colectiva. La objeción atribuida a los letrados es, en realidad, la que ha surgido espontáneamente en la mente de los oyentes y que no nace de la experiencia o convencimiento personal, sino de la doctrina inculcada por los maestros de la Ley; por eso Mc la atribuye a los letrados mismos. Éstos representan, pues, el dominio que ejerce la doctrina religiosa oficial en la mente de los israelitas.
El juicio emitido sobre Jesús es extremo. La declaración hecha por él choca contra los principios teológicos admitidos, e inmediatamente lo condenan, aunque sin manifestarlo con palabras. La gente ha aceptado el perdón de los pecados anunciado por Juan Bautista en la línea de los profetas (1,4 Lect.), pero ahora su mentalidad, formada por los letrados, se rebela ante la afirmación de Jesús. El tono es despectivo: <<¿Cómo habla éste así?>> No pide explicaciones, dan un juicio definitivo: <<¡Está blasfemando!>> Juzgan con absoluta seguridad, porque la doctrina oficial no se cuestiona; lo que la contradice es blasfemia.
Teniendo en cuenta que el sujeto que emite este juicio son en realidad los oyentes, se ve que el momento es crítico. Se aprecia también lo precario de la adhesión que habían dado a Jesús; siguen dominando en ellos las categorías religiosas tradicionales. Según ellas, la distancia entre Dios y el hombre es insalvable, y Dios, celoso de sus privilegios, no autoriza a nadie a tomar su puesto. La concepción del hombre como imagen de Dios, expresada en Gn 1,26s, ha desaparecido de la teología oficial.
De hecho, uno de los dogmas de Israel, profesado por todos los partidos religiosos sin distinción, era que sólo Dios puede cancelar los pecados. La diferencia entre las diversas tendencias estribaba solamente en los medios que debían usarse para obtener esa liberación. Con todo, nadie podía tener la certeza de estar a bien con Dios, pues nadie podía garantizar que los pecados hubiesen sido realmente perdonados; para ello habría hecho falta una declaración de Dios mismo.
Con esta inseguridad contrasta la certeza expresada en la declaración de Jesús: <<Se te perdonan tus pecados>>. Es precisamente esta afirmación categórica, que, según ellos, sólo Dios mismo habría podido pronunciar, la que los lleva a tacharlo de blasfemo. Interpretan la declaración de Jesús como una usurpación del privilegio divino, como si se constituyese en rival de Dios.
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