Llegaron a la casa del jefe de sinagoga y contempló el alboroto de los que lloraban gritando sin parar.
Jesús y sus acompañantes llegan <<a la casa del jefe de sinagoga>>. Cada vez que se habla de muerte o se alude a ella aparece la denominación <<el jefe de sinagoga>>. La mención del cargo en vez del nombre propio da a esta casa un carácter especial; no es la casa de una familia, sino el lugar de la institución religiosa oficial.
Continúa así el lenguaje figurado de Mc. Esta <<casa>> se contrapone a la nueva <<casa de Israel>> (3,20 Lect.; cf. 7,17; 9,28), fundada por Jesús al constituir a los Doce. Desde ese momento, en que el antiguo pueblo elegido ha dejado de existir como tal, la antigua <<casa de Israel>> (cf. 2,1 Lect.) no es más que <<la casa del jefe de sinagoga>>, una institución dominadora donde el pueblo muere.
Es la casa del duelo. La conexión de los verbos <<llegaron>> y <<contempló>> muestra que el alboroto es el único rasgo que destaca en la casa. A los ojos de Jesús se ofrece el espectáculo de los que se lamentan y gritan. El duelo supone que todos están al corriente de la muerte de la niña.
Para éstos que llenan la casa, la muerte es un hecho irreversible, sin remedio, cuyo único comentario es el llanto sin esperanza (<<sin parar>>). El vacío que deja la niña muerta lo llenan ellos con llanto y gritos; no saben reaccionar de otra manera. Están persuadidos de que esta muerte es definitiva, pues la institución a la que pertenecen no puede aportar solución alguna.
Este <<alboroto>> es lo opuesto a la <<paz>> que Jesús ha ofrecido a la mujer curada (5,34). La gente que se lamenta es el mismo pueblo judío que carece de esperanza. En su sistema religioso no encuentra consuelo para su dolor.
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